Raymundo Riva Palacio
Septiembre 27, 2017
El 8 de enero de 2015, 627 días antes del sismo que sacudió a la Ciudad de México hace dos semanas, se anticipó su impacto. Un fuerte sismo, concluyeron tres investigadores del Instituto de Ingeniería de la UNAM, haría que decenas de edificios tuvieran un “comportamiento inadecuado”, porque, aparentemente, no cumplían con los requerimientos mínimos establecidos en el Reglamento de Construcciones del Distrito Federal, publicado en 2004 y que se conoce como el MCBC-2004. La pesadilla se resumía en una frase: “Los propietarios de los edificios y sus inquilinos, pueden estar viviendo en edificios que no son tan seguros como asumen”. Un año y medio después el saldo que dejó el sismo es al menos siete mil 649 inmuebles con daños y 321 con grave riesgo de sumarse a los 39 que se colapsaron.
La realidad no deja de ser una paradoja caprichosa, porque si por códigos y regulaciones fuera, la Ciudad de México podría estar totalmente tranquila. El MCBC-2004, explicaron los investigadores Eduardo Reinoso, Miguel Jaimes y Marco Torres, es el mejor código, el que tiene el conjunto de requerimientos más avanzados y completos del país, y sirve como modelo en otras ciudades mexicanas y en el extranjero. La otra cara de esa reconfortante moneda es lo que los investigadores encontraron en muchas viviendas recientemente construidas de altura mediana, cuya arquitectura parecía demasiado débil para soportar sismos, con “evidentes deficiencias estructurales e insuficientes mecanismos oficiales para supervisar el diseño y la construcción de esas nuevas estructuras”.
Tras difundir su investigación en línea, Reinoso, Jaimes y Torres publicaron el año pasado su trabajo Evaluation of building code compliance in Mexico City: mid-rise dwellings, en la revista académica bimensual Building Research & Information, que aborda temas de diseño y construcción. El estudio evaluó las prácticas actuales y las comparó con las guías del MCBC-2004, utilizando una muestra de 150 edificios seleccionados al azar, pero construidos después de 2004. En un grupo de 20 edificios realizaron adicionalmente análisis estructurales y revisiones del diseño, que los llevó a confirmar que “un alto número” de nuevos edificios en la Ciudad de México no tenían un registro confiable de información técnica, por lo cual no podían evaluar su comportamiento ante un sismo fuerte, y que la limitada información en un alto número, hacía imposible verificar su comportamiento estructural sísmico.
Para el estudio establecieron como características que debían ubicarse en la zona sísmica de más alto riesgo, su ocupación y que el número de pisos fuera de cuatro o mayor que cuatro, debido a que construcciones menores de tres pisos habían tenido un comportamiento “adecuado” durante los principales eventos sísmicos con los que comparaban, el de 1957 (cuando se cayó el Ángel de la Independencia), el de 1979 (cuando colapsó la vieja Universidad Iberoamericana), y el de 1985 (que produjo alrededor de 12 mil 500 muertos), de acuerdo con los certificados de defunción emitidos por el Registro Civil. El total de edificios que se ajustaban a ese criterio fueron 13 mil 428, de donde se hizo la selección de los 150 edificios y de ellos, los 20 adicionales.
De esta forma, se revisaron 68 de los seis mil 105 edificios con esas características en la Delegación Benito Juárez; 61 de los cinco mil 477 en la Cuauhtémoc, y 21 de los mil 846 en la Venustiano Carranza, que comprenden la zona más sísmica de la capital. Es un shock notar que la onda sísmica más devastadora el 19 de septiembre pasado, coincide asombrosamente con la línea de edificios más vulnerables a un sismo que encontraron Reinoso, Jaimes y Torres, año y medio antes.
Los investigadores encontraron que algunos edificios eran más altos de los que indicaba la base de datos proporcionada por la Secretaría de Hacienda a partir del predial, y características estructurales donde había condiciones irregulares, como la posibilidad de golpeteo (el choque entre edificios por la falta de previsión en la distancia entre uno y otro al construirlos), un primer piso débil (donde era evidente que en la planta baja se había diseñado como estacionamiento, con columnas que proporcionaban espacios amplios mientras que los pisos superiores estaban hechos con muros), irregularidades verticales observadas en las fachadas, columnas cortas y configuraciones asimétricas (edificios en las esquinas). Provoca otro shock que varios de los edificios colapsados la semana pasada reunieran una o más de estas características.
“La última versión del código MCBC-2004 tiene modificaciones sobre los procedimientos legales relacionados a las licencias y a los requerimientos para los proyectos, que pretenden acelerar la construcción y evitar la corrupción”, indicaron los investigadores de la UNAM. “Sin embargo, también se relajó o prácticamente se eliminó la revisión de los documentos por parte de las autoridades locales. Estos cambios (administrativos) no técnicos en el código de construcción incrementó rápidamente el número de proyectos de vivienda y desarrollos urbanos en la ciudad, particularmente en las zonas de medio y alto riesgo sísmico pero, aparentemente, con una calidad de diseño y construcción pobres.
“No hay suficientes mecanismos oficiales para supervisar el diseño y la construcción de las nuevas estructuras. La responsabilidad de la aplicación correcta del MCBC-2004 recae en el DRO (Director Responsable de Obra), quien al mismo tiempo es apoyado por el CSE (Corresponsable en Seguridad Estructural), usualmente un ingeniero estructuralista. La opinión generalizada de los expertos en la Ciudad de México es que muchos de esos edificios no cumplían los requerimientos del MCBC-2004”.
El sismo de hace dos martes probó que la investigación resultó letalmente acertada. De ese trabajo surgieron iniciativas para corregir las fallas, pero nunca se concretaron al grado de incidir en el cambio.
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