EL-SUR

Sábado 01 de Junio de 2024

Guerrero, México

Opinión

Europa también tropieza

Netzahualcóyotl Bustamante Santini

Junio 27, 2016

El 1° de enero de 2002 comenzó a circular en doce naciones la segunda moneda más importante del mundo, el euro.
Era el paso más trascendente en materia financiera adoptado por la entonces Comunidad Económica Europea. Antes, en marzo de 1995, ocho Estados ratificaron el Acuerdo de Schengen mediante el cual, los países adherentes permiten el libre tránsito de los ciudadanos que se encuentran en el espacio Schengen. Desde entonces las fronteras son artificiales.
Hoy en 19 naciones circula el euro y 17 otorgan el libre tránsito mediante pasaporte comunitario. El incremento gradual de suscriptores ha ocurrido en tan sólo veinte años. Un salto cualitativo si se toma en cuenta que desde la creación del proyecto común europeo en 1946 al terminar la Segunda Guerra mundial, hasta el Tratado de Maastricht en 1992 que sienta las bases institucionales de la actual Unión Europea, transcurrieron casi cincuenta años. Los avances recientes son notoriamente superiores a las dudas y sospechas que despertaba a mediados de siglo sumarse a un bloque de países en medio de la Guerra Fría.
Circulación de una moneda única, existencia de una nacionalidad europea, libre tránsito de mercancías, bienes y servicios, la política exterior y la seguridad común son elementos que representan en su conjunto, el proyecto de integración económica y política más ambicioso y jamás soñado por los padres fundadores como Konrad Adenahuer y Robert Schuman.
Lo que nació en 1946 como un mercado arancelario común entre seis naciones para vender a un único precio y libremente, el carbón y el acero, ha adquirido forma de un gran bloque regional integrado por 28 naciones… hasta el pasado jueves, cuando el 52 por ciento de los ciudadanos del Reino Unido que sufragaron en el referéndum convocado para permanecer o no en el eurogrupo, tomaron la inaudita decisión de abandonarlo.
La osadía de los británicos que ha dejado en shock al planeta entero, supone un durísimo golpe a los cimientos de la UE por parte de la segunda economía del bloque y de paso ha encendido las alarmas de lo que podría ser el principio del desmoronamiento de los esfuerzos integracionistas.
Si bien unida, Europa es esencialmente heterogénea. En esa dualidad se inscribe el debate respecto de si Turquía es o no un territorio de ascendencia europea y que por tanto, no debe formar parte del ahora club de los 27. Ni qué decir de las repúblicas de Europa oriental que estuvieron bajo la hegemonía socialista. O el escozor que causa la pertenencia de Chipre (país fragmentado en territorio greco chipriota y turco chipriota).
A ese conflicto de identidades y nacionalidades se ha sumado con mayor fuerza desde 2014 la oleada masiva de inmigrantes del África Subsahariana o del Medio Oriente que, huyendo de los conflictos armados pero también de la hambruna, arriesgan su vida al echar su resto en el Mediterráneo para llegar al viejo continente con el consecuente rechazo de ciudadanos europeos.
La repulsa existe entre los alemanes respecto a los turcos, o los franceses respecto de argelinos y senegaleses (antiguas colonias suyas) o de los españoles contra rumanos y ecuatorianos.
La llegada masiva de refugiados ha dado combustible a la consolidación del discurso xenófobo entre nacionalistas de Austria, Holanda, Francia, Italia y… Reino Unido.
En esta última nación que ahora orbitará fuera del espacio comunitario, el ex alcalde de Londres Boris Johnson, una suerte de Donald Trump británico (parecido hasta en su melena) se enfila a hacerse del cargo de primer ministro. Johnson, como la dinastía Le Pen en Francia ha sabido capitalizar el malestar y el mal humor social (en términos peñanietistas), de ciudadanos hartos con Bruselas, por ser esta la capital que es sede y a su vez la representación de instituciones como la Comisión y el Consejo de Europa que reúne al stablishment integrado por funcionarios que dictan desde ahí la política común a una población integrada por unos 400 millones de personas.
Hartos con Bruselas y su burocracia, irritados por la falta de empleo, enfadados con la política migratoria y de asilo, y con la pérdida de lo que algunos consideran la supremacía de Europa como origen de la civilización occidental, los ingleses han dado un preocupante paso atrás al cuestionar con su voto de rechazo, los fundamentos mismos del gran mercado común y el modelo integracionista jamás construido en la historia entre varias naciones.
Ya es histórico el reclamo independentista del territorio de Euzkadi en España, que alentó el surgimiento del grupo terrorista ETA; lo mismo que el Sinn Fein en Irlanda del Norte. El mismo grito de emancipación ha cobrado ahora fuerza en Cataluña, España y hace dos años en Escocia también en el Reino Unido, que por una cerrada votación evitó desprenderse del país que ahora se ha auto expulsado, llevándose a Escocia consigo.
Por ahora acudiremos a una escalada de cifras y números sobre las consecuencias y el impacto negativo del Brexit en el mundo.
Entre la inmediata se halla la segregación que se ha infligido la antigua potencia colonialista de sus pares europeos que ahora le tendrán que ver ya no como vecino sino como visitante. Tan simple como el que ahora, los ingleses tendrán que perder su pasaporte comunitario y solicitar un visado de ingreso a territorio de sus ex aliados y ver cómo su moneda (Reino Unido no formaba parte del euro) pierde su tradicional peso e influencia frente al dólar, el euro y el yuan.
Los acontecimientos insuflan el discurso nacionalista y fomentan la demagogia. La de Marine Le Pen (que se quedó a poco de ganar la presidencia en Francia en 2012); la de Beppe Grillo en Italia; el propio Boris Johnson en Reino Unido y la de formaciones ultranacionalistas en Alemania, Grecia (Amanecer Dorado) y Austria (Partido de la Libertad), entre otras.
En América Latina existen sus némesis. Como la de Nicolás Maduro en Venezuela, la del ex cómico televisivo Jimmy Morales en la vecina Guatemala y hasta la fallida candidata presidencial en el Perú, Keiko Fujimori.
Asistimos sin duda a un momento de ruptura e inflexión. Se imponen los nacionalismos y el discurso chovinista. Y en Europa eso es particularmente delicado porque fue ese ambiente el principal aliento para el surgimiento de regímenes fascistas.
Pero en América Latina tenemos nuestra propia música. El proceso de impeachment en Brasil, el revocatorio en Venezuela y las elecciones recientes en Argentina y el Perú, orientan el péndulo político hacia la derecha conservadora, como la que se impuso exitosamente en Reino Unido el jueves.
Como se ve, no sólo América sino también Europa tiene sus tropiezos.
Mientras que allá apuestan por la exclusión, en Colombia, el gobierno y la guerrilla dan un paso a favor de la integración, ambos hechos de suyo históricos, acontecieron en una sola jornada.
Este domingo los españoles acudieron a las urnas de nueva cuenta en menos de seis meses, para elegir nuevo Parlamento del que saldrá a su vez el Presidente del Gobierno. El apoyo al Brexit puede ser determinante en los resultados que podrán favorecer o rechazar a formaciones emergentes como Podemos que reivindica la autonomía catalana.
Años atrás me gradué como economista justamente con un estudio de economía internacional que abordaba el sinuoso proceso de integración europeo; consideraba que el proyecto comunitario era un modelo globalizador exitoso porque lograba unificar a sus naciones miembro, a pesar de sus mosaicos y diferencias.
A punto de cumplir sesenta años de existencia, tengo la convicción de que ese modelo –que ha garantizado estabilidad y relativa paz– es la mejor fórmula para recuperar el Estado de Bienestar que, en la posguerra, evitó la fragmentación de Europa y la volvió una potencia.