Florencio Salazar
Noviembre 19, 2019
Los acontecimientos que nos sacuden, como si estuviéramos dentro de una lavadora, son tantos y de tal magnitud que se sobreponen como las hojas de una alcachofa y dejan en el fondo los hechos que deben merecer, además de nuestra atención, la reflexión sobre lo que ocurre.
Se ha dicho –hemos dicho– hasta la saciedad que la globalización ha reducido al planeta por el uso de la tecnología de la información. Pero no sobra repetirlo, tomando en cuenta lo ocurrido en Bolivia con la caída de Evo Morales; y en Brasil, con la liberación de Lula.
Ambos hechos parecen sístole y diástole. En Bolivia se contrae la política bolivariana y en Brasil nuevamente entra sangre al corazón de la política popular. Dos líderes carismáticos asumieron la presidencia de sus países, ejercieron el poder entregando buenos resultados, pero Evo reformó la Constitución para reelegirse, convocó un referéndum para una cuarta oportunidad –que le fue negada– y apeló a la protección de sus derechos humanos para una nueva reelección, a lo cual accedió la sometida Corte boliviana. No se trata de litigar sobre si hubo golpe de estado o no. Solo de recorrer la película para advertir la adicción al poder del ahora exiliado en México.
Por su parte, Ignacio Lula da Silva entregó la presidencia, después de dos periodos, acatando puntualmente el proceso democrático brasileño. El arribo de Lula al poder causó preocupación por su origen de dirigente obrero militante de izquierda. Sin embargo, se convirtió en uno de los principales líderes porque ejerció su mandato como Jefe de Estado. Aplicó políticas de apoyo a las clases sociales pero también supo sumar la inversión nacional y extranjera. No polarizó, no dividió a los brasileños, y su voz fue escuchada en todo el mundo.
Tanto Evo Morales como Lula da Silva, obvio decirlo, militan en la izquierda. Pero en tanto que Evo Morales se integró a la línea bolivariana de Hugo Chávez, cuyo impresentable heredero Nicolás Maduro ha llevado a la bancarota a Venezuela; el brasileño, siendo el principal promotor del Foro de Sao Paulo, gobernó con una izquierda integradora y con visión global dentro de las políticas del mercado, favoreciendo el desarrollo del gigante sudamericano.
Gobernar en estos tiempos es una tarea ingrata. La protesta social y la creciente disminución del estado para responder a desafíos que convergen en su contra, exige aprender del desempeño de ambos ex mandatarios. Del boliviano, que el exceso de poder termina por dar al traste con las buenas políticas económicas y sociales. No puede haber un legado satisfactorio si no se ponen límites a los excesos que conlleva la concentración de dicho poder. Aníbal, el cartaginés, rehusó el poder que le ofrecían a costa de corromperse y pagó la defensa de sus convicciones con el exilio y la traición. Lula, con el complot de la derecha, fue encarcelado.
En el caso de Evo Morales, conviene separar lo ocurrido en Bolivia con el origen étnico del depuesto presidente. No fue separado del poder por ser indígena, como él lo declara tratando de victimizarse. No sabemos qué pueda ocurrir en la patria fundada en honor de Simón Bolívar. Como dice Federico Campbell, “con los pueblos nunca se sabe por dónde va a saltar la liebre”. Lo deseable es un nuevo proceso electoral en el marco de la ley y de acuerdo a las normas electivas de aquel país; también que las partes –Evo Morales y la actual presidenta Jeanine Áñez–, actúen en favor de la paz y la democracia.
La democracia necesita creyentes y defensores. Fuera de ella no hay, no puede haber, más que autoritarismo o, peor aún, dictadura. Fuera de la democracia lo que queda es la vida en vilo porque se suprimen los derechos ciudadanos, se impide la libertad de asociación y de expresión; hay intolerancia con la pluralidad en sus diversas manifestaciones y no existe más ley que la del jefe o caudillo.
El desapego que un buen número de ciudadanos tiene por la política y los partidos, se debe fundamentalmente a su desprestigio, a la insatisfacción de quienes han sido marginados por la globalización y pagan sus costos. Los políticos populistas tienen las condiciones a su favor, al mostrarse como los profetas de una nueva sociedad. Para quienes poco o nada tienen las instituciones, las leyes, el análisis de la historia, la prospectiva del poder sin límites, poco importa.
Evo Morales e Ignacio Lula da Silva parecen la cara de una misma moneda. No lo son. Examinemos el ejercicio del poder de cada uno de ellos.
Hay lecciones que aprender.