EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Exactamente para qué sirve un cuento?

Federico Vite

Octubre 04, 2016

(Primera de dos partes)

Prácticamente carece de utilidad; no se repara un matrimonio, no se enamoran de uno por haber escrito un buen cuento ni mejora la vida sexual. De manera excepcional, ese ensamble literario a veces paga las cuentas de casa; pero lejos de esa funcionalidad, un buen cuento se tasa por la alta manufactura, por las habilidades para contagiar el suspenso de ese instante en la historia de los personajes, por cimentar una estética clara en las páginas. Llenos de eso, herramientas y sensibilidad para usarlas, quienes se plantean la posibilidad de escribir un cuento se enfrascan en el primer obstáculo, ¿qué tema elegir? Exploran la pertinencia de hacer un cuento de veta fantástica, humorista, policiaca, realista, erótica e incluso artística. Pero básicamente se trata de ordenar el mundo en torno al autor. Una vez decidido el tema y los matices que tendrá ese asunto narrable, el escriba llega a la rama de tres picos: la apropiación de lo real a través de los filtros estéticos que el autor posee, el orden del mundo mediante la elección de la voz narrativa y el punto de vista de ésta, y la habilidad para dar cuenta del momento cumbre de dos fuerzas que se impactan y se transforman, realmente lo atractivo es la transformación.
Evidentemente se trata de escribir y de equivocarse en el proceso, porque lo sabroso es el ensayo y el error, el pulido y el encerado, la acumulación de aciertos y de errores que conducen al molde. No sé si el destino final de un texto sea lo importante (una medalla al mérito, un premio literario, un libro, una cerveza o, por ridículo que parezca, una invitación al extranjero para hablar de ese cuento), pero me queda claro que uno sabe el momento en el que logra un buen texto, casi con la misma sabiduría de quien sabe que ha planchado bien una camisa o un pantalón. No hay un engaño en lo bien hecho.
En el proceso, el autor se dará cuenta que lo que trata de decir ya fue dicho y lo que intenta crear ya fue creado. ¿Qué sigue entonces? Madurar el proceso creativo, ahí está la clave; cualquier fracaso literario encuentra un remanso en el disfrute del proceso creativo. No encuentro un símil más parecido a esto que el enamoramiento. Se emociona uno, se preocupa e incendia, se adentra en el abismo de los celos por la imposibilidad y se renueva el amor al conocer la salida de ese entrampamiento voluntario. Madurar el proceso implica renovar lecturas, estudiar los textos esenciales de autores (casi nunca son los escritores de moda de los que más se aprende) que abrieron brechas en cuestiones temáticas y estilísticas. Igual que enamorarse, insisto.
El autor de cuentos, dice Somerset Maugham, no puede ser político ni religioso en su labor, no puede hacer realmente mucho sino elegir cómo atraer a los lectores, no por la elección del tema sino con talento. Durante algún tiempo, señala Maugham, he reflexionado al respecto y con honestidad afirmo que los escritores llevan vidas oscuras. “No son más que meros decoradores. Como puede verlo cualquiera que viaje a Creta, allí fueron decoradas las copas, las tazas y las vasijas no para hacerlas más útiles sino más agradables a la vista. Si el autor de ficción es capaz de esto mismo, hace todo lo que se puede exigir dentro de lo razonable. Es un abuso utilizar la literatura como un púlpito”. Las palabras del parisino fueron recogidas por Selina Hastings en The secret lives of Somerset Maugham. A biography. (Random House, USA, 2009, 626 páginas) y agrega una curiosidad para sus lectores, casi casi abofetea a mi zanca Henry James. “Me asombran algunas aseveraciones en cuanto a la escritura. Leo a James, quien afirma que se necesita dramatizar la narrativa. Él dice que debemos arreglar los hechos de tal manera que atrapen y mantengan la atención del autor. Eso cree James, pero es una forma muy torpe y hosca de hablar sobre el proceso creativo que, sin duda, no creo que consista solamente en dramatizar, de hecho, no creo en dramatizar, sino en enfatizar, decorar los textos para que sean más atractivos al lector”, advierte con el puño en alto, imagino, porque ese fue su canon, el énfasis en la escena (casi siempre proclive al melodrama, aunque en textos como Lluvia realmente demuestra que es narrador de alto calibre) que no es lo mismo que dramatizar.
Pensando en cómo encarar el tema elegido, James tiene algunas cuestiones atractivas que decir, aparte de lo mencionado y criticado por Maugham. “La mayor complejidad de la verdad superior de la narrativa consiste en hacerle presente al lector toda la gama de acciones que el héroe tendrá en la historia, ¿cómo condensar tantos hechos en el alambique, de manera que el resultado y la presentación tengan la intensidad, lucidez, brevedad, belleza y todos los méritos que se requieren? ¿Cómo avanzar hacia eso? A pesar de todos los escollos que puede eludir quien escribe, el problema más importante del artista (tengo un desacuerdo con mi zanca James, no creo que en la actualidad el escritor sea una artista) es encontrar la forma de dar la imagen y el sentido de ciertas cosas y mantenerlas al mismo tiempo subordinadas al plan general y conservarlas, que no todo sea un desfile de situaciones y perfiles, sino encontrar una nueva forma de dar vida, como el pintor de la vida que se da un tiempo para tratar el tema que ha elegido y ocultar el necesario cuadro que dé complejidad a la obra”, refiere James en The art of fiction, critical essay (Longman’s Magazine 4. United Kingdom. September 1884). Parafraseando al grupo Intocable, ¿y todo esto para qué le sirve al cuento? La charla aumenta de intensidad cuando Ricardo Piglia, John Cheever y Richard Ford se suman a esta breve relación de los hechos. Que tengan un cuentístico martes.