EL-SUR

Sábado 04 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

Ezequiel Dellutri y los abuelos

Adán Ramírez Serret

Julio 21, 2023

 

Una de las cosas que me hacen más feliz en la vida es haber conocido a mis cuatro abuelos. Tuve una relación cercana con ellos. Personas avanzadas a su tiempo, cultas, deportistas, sofisticadas y sencillas que, aunque ya no están, son figuras a las que puedo recurrir una y otra vez. Sobre todo, para divertirme y disfrutar la vida.
Los abuelos son esas versiones extrañas de progenitores. Son papás de los tuyos, así que puedes ver a tus padres, gracias a ellos, más cerca de ti. No solamente más vulnerables ante la autoridad; también más fuertes debido a ella.
También se ve con claridad el paso del tiempo en ellos. Los niños convertidos en adultos y estos últimos en personas mayores. Enfrentando los abuelos, sin duda, el momento más difícil de la vida. Cuando el cuerpo y la mente dejan de funcionar y el lugar en el mundo se hace cada vez más estrecho.
Este es uno de los temas que toca Ezequiel Dellutri (Buenos Aires, 1977) en su novela Ikigai. Palabra cuyo significado nos advierte en la cuarta de forros, “es una palabra japonesa que significa tener un objetivo en la vida. Una pasión. Un motor que te impulse”.
También se nos advierte en la cuarta de forros que es “Para jóvenes lectores”, lo cual no es poca cosa. Sin duda quiere decir para adolescentes, pero me gusta pensar que para leer esta novela es preciso tener una mente despierta, dispuesta a aprender: joven.
Ikigai cuenta la historia de Bruno –un adolescente hijo único– y de su familia. Es una familia tan normal como se puede (Tolstoi ya advirtió sobre los peligros de esto). Con una madre de gran corazón, un padre muy serio, un tío que encontró su Ikigai a los 40 años y un abuelo que enviudó recientemente, con Alzhéimer y al que su familia olvida cada vez más. “Mi abuelo era la sombra de mi abuela”, nos dice Bruno, quien relata el cuento, desde la primera página.
Bruno vive su vida de adolescente normal de hijo único en Buenos Aires. Va a la escuela, tiene una amiga y forma parte del Consejo de Estudiantes. Bruno, al igual que su padre, se siente lejano al abuelo. Ahora que la carismática abuela no está, no tiene sentido ir a verlo. Pues nunca ha hablado mucho y cuando enviudó se dieron cuenta que nadie conocía al abuelo, y ahora, con Alzhéimer, peor. La mamá de Bruno sí tiene ganas de ver a su suegro, pero sabe que no es su papel, que deben ser su esposo o Bruno quienes deben acercarse.
Bruno no se hubiera acercado a su abuelo si no hubiera sido por una emergencia. Es tesorero del Consejo de Estudiantes, y, sin apenas darse cuenta, se gastó todo el dinero con el que harían la revista. Le confiesa esto a su amiga quien lejos de entenderlo lo ve como un delincuente. Por lo que Bruno se siente solo y no tiene a quien recurrir. Así que, en esos momentos de desesperación, se acerca al abuelo. Quien lo recibe en su casa, sorprendido pero contento, y sin cuestionarlo le presta el dinero. Sólo con una condición: que se lo devuelva.
Es un préstamo de sueño para cualquiera con pocos escrúpulos. Pedir dinero a alguien que no le hace falta y que en poco tiempo olvidará el suceso. Pero Bruno se enfrenta a su ikigai, a su objetivo en la vida, que es en un primer momento, devolver el dinero al abuelo para volver a ser una persona con principios.
Es así como se va acercando día con día al abuelo. Y sin darse cuenta a un ikigai más importante, el de descubrir a su abuelo y al misterio, al secreto que distancia a su abuelo y a su padre.
Ezequiel Dellutri nos recuerda en esta novela que en las tramas de familia se encuentran momentos decisivos. Quizá el más importante: quiénes seremos en el mundo. Personas cerradas que solamente miran hacia adentro. O personas dispuestas a ver a los demás y a descubrir en su felicidad, la nuestra.
Ezequiel Dellutri, Ikigai, ilustrado por Israel Hernández, Ciudad de México, El Naranjo, 2023. 153 páginas.