EL-SUR

Jueves 02 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

Falla estructural

Andrés Juárez

Septiembre 29, 2017

Hace casi 50 años, Erich Fromm cruzó sus propias fronteras y estudió al campesino mexicano. Fromm y campesinos parecería combinación imposible. Sin embargo, leer sus conclusiones resulta, cuando menos, doloroso; tanto como cualquier sicoanálisis personal o social. Fromm describió fracturas, abismos y capacidades campesinas para superar circunstancias traumáticas. Tales capacidades en sicología y en sociedades determinan la resiliencia (del latín resilio: volver a saltar, rebotar). Levantarse, recuperarse, sí, pero también resistir el embate y aguantar los días de combate.
Sin proponérselo, Fromm nos regaló un mapa de las vulnerabilidades y capacidades que, correlacionadas, determinan la forma en la que las sociedades rurales de México afrontan adversidades y se recuperan de las catástrofes. Rasgos sociales para un lugar –algunos ejidos de Morelos– y un tiempo concreto –posrevolución– fueron extrapoladas para intentar dibujar la resiliencia a todas las sociedades campesinas e indígenas. Ahora ya no son las mismas, ¿son mayores, son menores?
Algunas fracturas como las violencias machistas contra las mujeres –y diversidades sexuales– en el medio rural ahí siguen; algunas fortalezas como las redes locales de cooperación y comunicación se han debilitado. El éxodo hacia las zonas urbanas ha roto las arterias y desgarrado el tejido; la llegada de individuos o familias con mayores ingresos ha gentrificado el campo.
Una de las capacidades estatales que Fromm elogió ha desaparecido: las redes de almacenamiento y distribución de alimentos. Estos almacenes piramidales de alimentos son ya inexistentes. Hasta los años 80 constituían un activo que se evaporó en la vorágine neoliberal. El Estado perdió la red de almacenamiento y abasto popular y las comunidades y municipios fueron incapaces de apropiársela.
Desde hace varios lustros, los actores del desarrollo rural hemos fomentado la creación de reservas comunitarias de alimentos. Lo hemos hecho con el objetivo de reducir la vulnerabilidad ante el cambio climático. Hemos olvidado que todo México está en una confluencia de placas tectónicas que nos hacen altamente vulnerables a sismos. Ha temblado y volverá a temblar inevitablemente. Con los dos últimos grandes sismos, ha quedado al descubierto lo devastador del desarrollo desigual y diferenciado. Mientras la Ciudad de México coopera y se recupera de manera sorprendente, con la colaboración desbordada de jóvenes, las comunidades rurales de Puebla, Morelos y Oaxaca continúan en el azoro. El rebote no sucede, los resortes están rotos; mientras los flujos de atención y solidaridad nacional e internacional se vuelcan sobre el centro, la periferia queda en el olvido.
Pedirle al gobierno federal que restablezca las redes de comunicación –caminos y telecomunicaciones–, que asista y garantice la salud y la seguridad públicas, o que inicie la reconstrucción de viviendas, es algo entendible y justo. Hay responsabilidades ineludibles. (Y considero que el gobierno federal ha actuado oportunamente). Pedir que la sociedad coopere y se solidarice —y que suceda— es algo alentador. Pero que la sociedad envíe víveres para resolver carencias que pueden ser prevenidas como el suministro de agua, alimentos y energía, me parece inaceptable. ¿En qué momento dejamos de pensar que cualquier catástrofe es posible y que ante el riesgo lo mejor es prevenir?
Ver a comunidades rurales devastadas por el sismo es lamentable, pero sobre todo es indignante. Denigra su cualidad de mexicanos y de personas estar esperando ayuda externa para solventar lo más elemental: la alimentación. Más cuando personas como el tuitero @arnemx afirma que “sí, la verdad. La gran mayoría huevones. Ayudábamos solo a quienes ayudaban”. Esto como respuesta a la afirmación de sus seguidores de que “los oaxaqueños son unos huevones”. Los ríos de racismo y clasismo que vino a revolver un sismo. Como si no fuera sobre la explotación de cuerpos oaxaqueños que está fundada gran parte de la industria y el desarrollo urbano en este país. Aún así, esos bienhechores fueron a ayudar para ayudarse y validarse a sí mismos.
Que se formen fondos de reconstrucción de vivienda está bien. Que en el país se desborde la generosidad es excelente. Que la respuesta del gobierno federal sea pronta es inédito. La falla estructural que nos debemos radica en las capacidades locales de resiliencia. La preparación para responder desde las comunidades locales y los municipios al hambre y el cansancio en un momento de crisis.
Los desarrollistas rurales quedamos a deber protocolos comunitarios de actuación ante catástrofes, reservas comunitarias de alimentos y agua, capacidades comunitarias de protección civil, refugios y brigadistas. Todo lo que marca la diferencia en las grandes ciudades –como la capital mexicana– para aumentar la resiliencia.

La caminera

Los sismos de este septiembre deben ser una oportunidad para aplicar planeación urbana de fondo en pequeñas ciudades: refundar el destino.