EL-SUR

Martes 16 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Fantasías priistas

Gibrán Ramírez Reyes

Agosto 16, 2017

Si faltaban más pruebas de que el PRI está hueco ideológicamente, el partido del presidente dio una demostración bastante didáctica en su reciente Asamblea Nacional Ordinaria. Los cambios internos –excepto la posibilidad de postular a externos, quizá– y los discursos de Enrique Peña Nieto y Enrique Ochoa fueron tan incoherentes como irrelevantes y estridentes. Más allá de que deberían cambiar de discursistas, la asamblea dejó ver que ya no hay nada que pueda servir para convencer a los mexicanos de que el régimen actual deba continuar.
En tiempos pasados, después de la sucesión alemanista, el presidente de la República se abocaba a la promoción de su candidato a partir de la fecha de su quinto informe, el 1 de septiembre del penúltimo año del sexenio. Era lo único que quedaba por resolver: el régimen tenía ciertos principios ideológicos, representaba una serie de mediaciones sociales para resolver demandas, tenía un partido único y el apoyo o la resignación de mucha gente, de manera que, salvo el hombre, no había mucho fundamental que discutir –en algunas sucesiones se discutió el proyecto, pero no fue cosa de cada sexenio.
Hoy todo está más o menos al revés. Un PRI sin legitimidad ha decidido atiborrar sus documentos fundamentales de principios y léxico progresista, a ver si así se les cree que son anticorrupción, pro derechos humanos y socialdemócratas. Muy difícil que suceda, porque entre las nuevas disposiciones concretas que decidieron defender en los mismos documentos, hay cosas como las Zonas Económicas Especiales, ese esperpento neoliberal que entregará vastas porciones de territorio a particulares hasta por 80 años, con exenciones fiscales y sin contraprestaciones significativas. No se trata de simple incoherencia y corrección política, es el total extravío.
Lo que llamó más la atención es la vuelta al discurso revolucionario que se quiso intentar. La Revolución incluso presidió el diseño estético de la mentada asamblea: los publicistas del PRI, a falta de algo que presumir, tuvieron que echar mano de la historia para ver si alcanzaban aunque fuera un pedacito de legitimidad centenaria. Tratando de estructurar esa narrativa, Peña hizo toda una interpretación histórica de su partido, un poco penosa: el PRI, según dijo, institucionalizó la vida política luego del movimiento armado, defendió a México de intereses extranjeros –y sigue haciéndolo–, construyó el Estado del México moderno y creó las instituciones fundamentales. Entre las glorias priistas, Peña mencionó a IMSS, ISSSTE, Politécnico, Pemex, Inegi, CNDH, INE: todo. Pura fantasía. Se aplaudió dos veces él solito, muy contento. Y fue un éxito: nadie pareció notar que muchas de esas instituciones se hicieron contra el PRI, o que a varias de ellas pese a haber contribuido a su construcción– su propio partido las ha ido derrumbando. Mucho menos les interesó que el PRM de Lázaro Cárdenas fuera otra cosa, muy diferente. La gente aplaudió unánimemente. En el PRI, Peña Nieto tiene 100 por ciento de popularidad.
Pero más que la incultura priista o su curiosa comprensión de la historia, hay que destacar la falta total de objetivos superiores, de misión, de algo que dé sentido y legitimidad al partidazo. Después de llegar a la Presidencia de la República con un discurso sobre el “Estado eficaz” y alcanzar el culmen del neoliberalismo, no queda más. La reforma neoliberal se construyó sobre la base de una retórica democratizadora, modernizadora, incluso antagónica a la desgastada Revolución. Sucede –en el sexenio de las reformas estructurales– que ya nadie se la cree. Y entonces se habla de la Revolución y su ideario, de Luis Donaldo Colosio y la buena fe, de la sociedad y los intereses de la comunidad, de soberanía, libertad, democracia y justicia social, todo lo que dijeron Ochoa y Peña.
Raro, porque tendría que tratarse de una democracia con cabezas de cerdo y una soberanía entreguista, que ceda un campo petrolero más grande que Tlaxcala –el bloque 30– en 2018 a intereses extranjeros tal como está programado, sin contar con la extracción de oro, equivalente en 2015 y 2016 a la de 300 años de coloniaje; eso, además de los 200 mil muertos de este decenio furioso.
Más absurdo si se recuerda la cruzada de Peña contra el populismo, de la cual ahora es eco Ochoa. Algo no cuadra cuando hay que tomar los principios de la Revolución pero el principal riesgo es “regresar al pasado” –al peligroso pasado de la inversión pública, pues nadie ha propuesto ningún sendero para desandar el camino del pluralismo.
El PRI, el régimen, se quedó sin narrativa y sin línea política. Y un régimen que no tiene narrativa no tiene futuro. Sin hegemonía –sin convencimiento–, queda la pura fuerza. Y quizá de ahí los guiños del presidente y su adherente “de izquierda”, Silvano Aureoles, al Ejército.
El hecho es que el priismo iba por línea y salió con un discurso rascuache.
Nuestro país necesita sacudirse más que repetirse. Por eso es más valioso el esfuerzo de El Sur y su nueva Redacción en la Ciudad de México por airear el mundo del periodismo y el análisis; mi agradecimiento por la invitación y mi profundo compromiso por aportar. Aquí nos leeremos cada miércoles.

* Politólogo egresado de la UNAM, maestro por el Colmex, con una residencia académica en España para estudiar a Podemos. Actualmente doctorante por la UNAM, donde es profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Publicará en El Sur cada semana. Bienvenido.