Jorge Zepeda Patterson
Noviembre 26, 2006
En homenaje a Jesús Blancornelas, víctima de esos poderes
Un periodista argentino aseguraba que los mejores gobiernos latinoamericanos son los que aplican una fórmula tripartita en materia de gabinetes: un equipo de derecha en economía, un gabinete de centro en política, y uno de izquierda en temas sociales. Todo indica que Felipe Calderón pensaba sujetarse a ese principio. El gabinete de economía, encabezado por Carstens, está dominado por técnicos relacionados con tendencias neoliberales. Por su parte, el gabinete social originalmente habría tenido a tres “progres” en las áreas básicas: Educación (Vázquez Mota), Salud (Julio Frenk) y Sedesol (Beatriz Paredes). Al final, y con mucho trabajo, sólo pudo colocar a la primera. Beatriz Paredes fue cuestionada por los panistas, y por los propios priístas, por lo cual prefirió abstenerse.
Por su parte, la salida de Julio Frenk de los planes de Felipe es esencialmente el resultado de un ataque a la yugular de parte de los grupos de ultraderecha en el PAN, encabezados por Manuel Espino su presidente. Como titular de la Secretaría de Salud en el sexenio de Fox, Julio Frenk tuvo numerosos encontronazos con los sectores conservadores. La derecha del PAN exigió esta posición para sí misma. Al final, quedó en el puesto José Ángel Córdoba, un doctor originario de Guanajuato, quien como diputado encabezó la resistencia contra la píldora del día siguiente. A este “reacomodo” obedeció la postergación de la conferencia de prensa del jueves a viernes, para dar a conocer a este equipo. Tal medida es un adelanto de las luchas internas que librará el ala panista más conservadora para imponer condiciones en materia de moral pública, educación y salud. Ya se ha hablado de las vinculaciones de la cúpula panista con El Yunque, su peso en el PAN y su relación con organizaciones como ProVida, el Dhiac, el Opus Dei, la Ancifem, interesadas en controlar las políticas públicas con relación a salud, desarrollo social y educación.
Lo cierto es que este grupo intentará que Calderón no gobierne solo. El problema para el próximo presidente es que muchos están buscando lo mismo. Entre ellos los grandes capitanes de los grupos económicos, algunos de los cuales se sienten responsables de haberle “conseguido” la presidencia, gracias a las campañas legales e ilegales que hicieron a su favor (dicho por el Trife). Hace unos días la revista The Economist, lectura referente en círculos de negocios de todo el mundo, lo puso en los mismos términos que lo hemos planteado en este espacio: “Son los bastiones de inmenso poder, más que el activismo de López Obrador, la verdadera amenaza para el gobierno de Calderón y para el país en su conjunto” (número de noviembre 18-24, 2006). El presidente no tiene posibilidad de mejorar la distribución de la riqueza sin afectar tales monopolios.
Nunca un presidente mexicano había tomado el poder en las condiciones de debilidad con las que asume Calderón. No sólo porque entra con apenas 35 por ciento de los votos. Mucho más importante aún es que toma posesión de una cabina de mando en la que la mayor parte de los botones y palancas ya no está en el tablero. Contra lo que se piensa, el poder económico del Estado mexicano nunca fue significativo. El presupuesto federal o la recaudación de impuestos con relación al PIB en México, está muy por debajo de la media internacional. Las finanzas públicas serán un terrible corsé para el nuevo gobierno como lo han sido para los anteriores. Pero al menos en el pasado el presidente contaba con un enorme poder político, lo cual compensaba esa debilidad. Ya no.
Hoy en día el poder político está fraccionado en multitud de polos: partidos políticos, congreso, gobernadores, corporativismo sindical. Incluso los grupos de poder económico han tomado posiciones en el aparato político. Además de los poderes de facto tradicionales, hay un nuevo actor mucho más peligroso: el crimen organizado. Los llamados poderes salvajes están ganando la batalla al Estado mexicano y se han apropiado de regiones completas. No pasa una semana sin que un gobernador o un presidente municipal “tire la toalla” y exija al gobierno federal que haga algo. El caso de La Familia, es ilustrativo. Se trata de un cartel o banda criminal de Michoacán, tierra de Calderón, que ha publicado desplegados para asegurar que se hará cargo del orden en la entidad, a punta de ejecuciones. O la declaración del secretario de Gobierno de Nuevo León, quien reconoce que hasta que un cartel vuelva a tomar el liderazgo no cesarán las ejecuciones.
En resumen, hace seis años Vicente Fox configuró su gabinete “a voluntad”. No es el caso de Calderón. No pudo aplicar la vieja fórmula de economía de derechas, política de centro y desarrollo social de izquierdas. En sí mismo no es preocupante, porque se trata de una fórmula de mero maquillaje. Los tres gabinetes dependen entre sí. Para atacar la desigualdad o el desempleo (gabinete social) se requieren de estrategias económicas de fondo (gabinete económico), que sólo en el Congreso pueden dictaminarse (gabinete político). Colocar varios “progresistas” en el gabinete social era una fachada importante ante la opinión pública y para las ONG que operan en el sector, pero poco relevante para la naturaleza estructural que reviste la pobreza y la desigualdad en nuestro país.
Lo que sí resulta relevante es la imposibilidad del nuevo presidente para resistir las presiones en su propia casa, de parte del “fuego amigo”, cuando aún no sale de puerto. Me parece que es un indicio de lo mucho que sucederá una vez en mar abierto, cuando la constelación de poderes (legales, extralegales, ilegales y salvajes), comiencen a presionarlo. El 1 de diciembre estará tomando control de un barco en cuya cabina de mando no hay muchos tableros y con una tripulación que no es cabalmente suya. Pronóstico reservado si sobrevienen tormentas.
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