EL-SUR

Jueves 02 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

Feria de luz y alegría

Florencio Salazar

Diciembre 16, 2021

¡Feria de luz y alegría! / morena feria de amor / morena por tu color / morena porque eres mía. Rubén Mora.

Ha sido un acierto de la gobernadora Evelyn Salgado y del Consejo Estatal de Salud la cancelación del Pendón en Chilpancingo. Los miles de visitantes, más la población local, pondrían a la población en grave riesgo de contagio del Covid y sus variables. No es al costo de posibles vidas por la que deba buscarse la reactivación económica.
Es verdad que los negocios están en situación crítica, igual que no pocas familias que se han quedado sin ingresos por la pérdida o falta de empleo. Después de casi dos años de esta pandemia, muchos negocios han cerrado, otros se mantienen en vilo y no se advierte una pronta recuperación económica.
No hay recursos disponibles para auxiliar a pequeños y medianos empresarios que, además, sufren la competencia del mercado informal. La gente tiene que vivir y busca obtener ingresos vendiendo lo que le es posible. Se han multiplicado la venta de ropa, fondas, taquerías, fruterías en puestos fijos, semifijos y móviles.
Como decían los antiguos: “A todo se acostumbra el cuerpo, menos a no comer”. Por lo cual la cancelación del Pendón no debe verse como un triunfo sobre los empresarios, que sudan la gota gorda cuando se cierran estas oportunidades de venta y consumo. Sin embargo, no hay que perder de vista que lo más importante es la preservación del mayor bien que tenemos, que es la vida.
Por otra parte, se ha anunciado la celebración de la Feria de Navidad y Año Nuevo, la cual también será un desafío para las autoridades. Es deseable que el protocolo que habrá de aplicarse evite las aglomeraciones. Se ve difícil que así sea. Por ello, sería conveniente que la presidenta municipal de Chilpancingo, Norma Otilia Hernández, convocara a empresarios, concesionarios, organizaciones civiles y representantes de barrios y colonias, para que todos sean informados de las medidas de prevención y asuman la parte que les corresponda.
Se trata de que los ciudadanos conozcan los riesgos del contagio, pues, aunque hay abundante información en los medios, el ser humano termina por acostumbrarse a los males y procura adaptarse para mantener su libertad de movimiento. Los padres son los principales responsables del cuidado de sus familias; corresponde al gobierno orientar, es decir, informar con claridad para que cada quien sepa a que le tira con las aglomeraciones.
La tradicional Feria de Navidad originalmente –y así fue por muchos años– se celebraba del 24 de diciembre al 6 de enero; después se alargó por un mes, del 15 de diciembre al 15 de enero. Una Feria tan prolongada hace que se pierda su sabor original, la alegría de sus cocinas, de sus diversiones, del multicolor de sus artesanías y productos agrícolas. En los últimos años se han multiplicado los puestos de bebidas alcohólicas y las instalaciones feriales han terminado en una gran cantina.
Han quedado atrás los juegos florales en los que bardos como el insigne Rubén Mora, se inspiraban en nuestra tradición. Las tradiciones se olvidan cuando dejan de representar su esencia. La Feria de Chilpancingo representa las manifestaciones de nuestras raíces profundas: las danzas de los caporales por las siembras, las reminiscencias de las cruzadas traídas por los españoles, la lucha del espíritu contra los demonios y la pugna de la fuerza de la naturaleza en el porrazo del emblemático jaguar llamado tigre.
Las charreadas eran la parte viva de los hombres de caballo, espuela y lazo. Se organizaban los charros para participar, tarde tras tarde, prestando sus novillos y luciendo sus habilidades en el paso de la muerte o el floreo sobre la silla de la cabalgadura. La gente aplaudía la valentía de quienes salían del público para montar toros bravos, a quienes premiaban los padrinos de la charreada. También hubo tragedias con esta incomprensible satisfacción popular: “Estuvieron buenos los toros, cornearon a varios”.
Recuerdo una charreada en la que, a un toro enorme, sujeto y con el pretal puesto, nadie le quería montar. Entonces, el gobernador Rubén Figueroa Figueroa dijo con fuerte voz: “Cinco mil pesos al que lo monte”. Al son del chile frito, bajó decidido al ruedo El pequeño orador, personaje popular que se la pasaba de pozolería en pozolería declamando poemas de Rubén Mora, para luego anunciar “el momento triste de la coperacha”.
Eloy, era su nombre, sombrero y bigote a la zapatista, gabán al hombro, vestido de caporal y los botines con leguas recorridas, una vez que se desprendió del gabán y el sombrero, montó al animal. Dijo a los charros que lo soltaran cuando él les dijera. Se acomodó en los lomos, metió las manos bajo el pretal, volvió a acomodarse. Cuando estaba listo se desprendió del temible toro y se dirigió hacia el gobernador: “Ya monté al toro, caite con los cinco mil”. “Ya me fregaste” –contestó don Rubén– y entregó el dinero.
También esas charreadas se acabaron. Ahora son empresas que llegan con banda de música, montadores y toros en una especie de rodeo americano, que echó del ruedo a los charros locales y sus jaripeos. Este año ya ni siquiera se ha publicado el cartel conmemorativo, que durante más de 20 años elaboró el sobresaliente artista Francisco Alarcón Tapia.
¿Qué tanta tradición queda de nuestra tradicional feria navideña? Ojalá Héctor Contreras, que ha sido su fiel cronista, pudiera hacer una puntual revisión, junto con los representantes de los barrios y las autoridades culturales. Las tradiciones se pierden cuando dejan de ser representativas, pero también cuando se desvirtúan por criterios comerciales.
No hay que cambiar la milenaria tradición por el pan y circo romano.