EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Fiebre amarilla

Arturo Martínez Núñez

Enero 21, 2005

 

Alrededor de la presa La Calera, próxima a Zirándaro, las garzas y los patos revolotean con alegría. El hermoso valle húmedo es un espectáculo magnífico en medio de la aridez. La infraestructura hidráulica que dejó el general Cárdenas se encuentra subutilizada. En estas hermosas y prometedoras tierras, Lázaro Cárdenas y Zeferino Torreblanca; Michoacán y Guerrero, ratifican la alianza que en los hechos ha unido a los dos estados en esta costura llamada Tierra Caliente.

Con su sonrisa cautivadora y la sencillez que, dicen los que saben, heredó del abuelo, Lázaro se gana al instante al pueblo calentano. “Compartimos cultura, historia y el anhelo por un México más justo; aquí pelearon Morelos, Riva Palacio y muchos revolucionarios más y durante el nacimiento del movimiento democrático, la Tierra Caliente fue la primera región en dar un paso al frente”.

Zeferino dijo que su gobierno será sembrador de la concordia, la unidad y el trabajo. “Con Michoacán, tenderemos puentes no sólo sobre el Balsas, sino convenios de colaboración estrecha y fraternal”. Lázaro dice que “ustedes, los guerrerenses, son la mayor esperanza del PRD; de ustedes dependerá que podamos ganar la presidencia de la República en el 2006”.

Dos políticos nuevos, dos maneras nuevas de hacer política, los mismos viejos problemas estructurales, las mismas resistencias al cambio.

Al caer la tarde, Zeferino recorre una exposición pictórica y encabeza una concentración masiva en el Zócalo de Ciudad Altamirano organizada por los jóvenes del Foro Nueva Expresión. Hay poesía, canto, baile y teatro. Zeferino y el pueblo calentano disfrutan juntos sin necesidad de desembolsar los cósmicos honorarios que cobran las estrellas del canal de las ídem, proveedores frecuentes del Guerrero que ya se va.

Zeferino recorre por última vez como candidato a la gubernatura de Guerrero la Tierra Caliente. Pronto lo hará como gobernador electo.

En los mercados de Altamirano la sorpresa es mayúscula ante la respuesta de la gente. La mayoría de los locatarios saluda y apoya a Zeferino. Se vuelve a repetir el fenómeno de Chilpancingo. Zeferino comienza su recorrido por el área de alimentos. El recibimiento es muy cálido. La mayoría de los locatarios lo recibe con agrado. En el famoso callejón de Allende, donde se puede encontrar casi de todo, se escucha un grito: “¡Zeferino, primero nos tienen en la oscuridad y ahora hasta nos quieren pagar la luz!”. En el mercado del oro alguien previene: “¡Cuidado con las uñas, no sean priístas, no vayan a salir premiados!”.

En Arcelia decenas de automovilistas y motociclistas desfilan en caravana por las calles del centro. Zeferino va en la parte alta de una camioneta. Él pide ir andando y le tienen que explicar que caravana de autos significa ir encima de ellos. Al final del recorrido hay un mitin organizado por jóvenes. Qué distintos, qué frescos y qué emotivos son los actos controlados por las nuevas generaciones, ajenas al protagonismo personal y a la lucha por el micrófono y la foto.

Las viejas estructuras ceden poco a poco. La fiebre amarilla inunda el estado y sus síntomas: la esperanza, la alegría y el resurgimiento acelerado de los viejos anhelos, se vislumbran en los ojos de los guerrerenses.

En Teloloapan la marcha y el acto son simplemente sorprendentes. Nadie puede controlar a la gente que camina desde el crucero al Zócalo apretándose unos con otros. El grito es “¡Aquí nadie se raja, aquí nadie se vende!”.

Ixcateopan es el sepulcro del último Tlatoani azteca. Cuauhtémoc, el símbolo de la resistencia indígena, encontró como morada final el olvido y el abandono oficiales. El Estado mexicano y el estado de Guerrero, han sido incapaces de construir la grandeza que un sitio así merecería. En cualquier país medianamente desarrollado, este sería un lugar no sólo de interés histórico sino turístico. En Ixcateopan, las calles están empedradas de mármol: blanco en los extremos, negro por el centro. Las casas blancas y las tejas rojas. Los caminos abandonados y el campo tirado.

T de Taxco, T de Torreblanca. Solía decirse,                               que en las altas colinas de Taxco era imposible que llegara la enfermedad de la esperanza. Sin embargo, la tarde del martes 18 de enero, una nube multicolor, en la que predominaban el amarillo y un poco después el azul, invadió la capital colonial guerrerense. Desde los balcones los taxqueños arrojan papelitos de colores y a las puertas de los negocios saludan al candidato. Los turistas miran asombrados y no entienden qué es lo que pasa: ¿Es un carnaval? ¿Alguna fiesta? ¿Un acto político? No. No puede ser. Los actos políticos son fríos y acartonados. La gente tiene caras largas y, llena de coraje, reclama a los poderosos. Pues sí. Esto es un acto político. Pero es también una fiesta, la fiesta del pueblo que despide la larga noche.

En mercadotecnia política no existe el Índice Chamaco, pero si lo hubiera, Zeferino ganaría 10 a 1. Por donde quiera que pasa el candidato, los pequeñitos agitan banderas y vitorean a su candidato. Ellos quizás no entiendan de qué va la cosa, pero nunca mienten: algo les gusta o no. Recuerdo los gritos de los niños de la escuela primaria en el Zócalo de Arcelia, y a los más pequeñines del Jardín de Niños Constitución de 1857 de Chilpancingo, pegados a la reja de entrada gritando “¡Zeferino, Zeferino!” ante el asombro de sus maestros.

La mañana del miércoles Zeferino visita Copalillo con sus indios silenciosos y circunspectos. En Atenango del Río el auditorio está abarrotado.

Huitzuco se escribe con zeta. Al llegar a la entrada de la población cientos esperan a Zeferino. Es otra raya más al tigre. Golazo en la casa del entrenador del equipo de enfrente. Alguien le pregunta a Zeferino qué se siente visitar Huitzuco de los Figueroa y él contesta: “No, es Huitzuco de los Libres”. Zeferino dice “hay uno de aquí de Chaucingo que me acusa de ser mal hablado, y yo le digo que sí, sí soy grosero pero no corrupto ni mentiroso”.

En Tepecoacuilco, la lista de oradores parece eterna. Todo mundo quiere hablar aunque pocos sean los que dicen algo. Alguien reclama un homenaje a Valerio Trujano que incluso es más reconocido en Oaxaca que en Guerrero. Camino a Iguala, la presa con el nombre del coronel nos despide con su lecho de agua lista para humectar los campos del nuevo Guerrero.

En Iguala la marcha es monumental. Corro el riesgo de sonar repetitivo y monótono pero no encuentro adjetivos que describan el tamaño y el entusiasmo de esta movilización. El recorrido lo encabezan tres hermosas igualtecas que son honestidad, rectitud y equidad. Enseguida siguen las mojigangas y luego una batería de más mujeres bellas cargando cada cual una letra que en conjunto dicen Guerrero Será Mejor; atrás un joven en zancos ondea la bandera de la coalición. La explanada municipal está a tope. ¿Cuántas personas hay? No lo sé, no menos de 8 mil. Una porra canta el felino “¡Cómo no te voy a querer!” pero dirigido a Zeferino. El mensaje es de alegría, esperanza y lucha. Estamos a punto de alcanzar el sueño de muchos.

No me cabe la menor duda. La coalición Guerrero Será Mejor ganará con claridad. Esto no lo detiene nadie. La fiebre se extiende y nada la para.

Al finalizar el acto en Iguala, se entona el himno nacional. La piel se enchina, los ojos se humedecen. Parece que finalmente las luchas de tantos y tantas mujeres y hombres por construir un Guerrero mejor, por fin llegarán a buen término. Este arroz ya se coció, ahora falta cuidar la olla.