Arturo Martínez Núñez
Abril 14, 2020
A finales del siglo XX y principios del XXI, con la caída del bloque socialista y el fin de la guerra fría, políticos, filósofos, teólogos, economistas, nigromantes y astrólogos, anunciaban como Francis Fukuyama “El fin de la historia”; otros como Samuel Huntington escribían sobre “El choque de civilizaciones”; algunos predijeron el caos mundial con la llegada del año 2000 (el Y2K) por un error en los sistemas de cómputo que terminó en una simple vacilada. En esos años el extremismo islamista, sulfurado por la Guerra del Golfo, perpetró el mayor ataque terrorista hasta hoy conocido, asesinando a varios miles en una sola jornada. Parecía que el único nubarrón del orden mundial era el terrorismo islámico. Después en 2012 una supuesta profecía Maya terminaría con el mundo pero la realidad es que nunca pasaba lo que se anunciaba como el principio del fin. En la narrativa oficial, el mundo vivía interconectado, en tiempo real, el capitalismo tenía errores pero se autocorregía como pasó con la crisis de 2008. El mundo era una enorme pagina de Facebook donde todos vivíamos felices y contentos, depredando el planeta, siendo mudos testigos del cambio climático, de los gigantes incendios en la amazonia y en Australia y acostumbrados a fenómenos naturales cada vez mas agresivos y recurrentes.
Y en eso llegó 2020 y un pequeño agente microscópico puso al mundo de cabeza. Las economías de todos los países se tambalean y lo que es peor, la muerte arrasa en países del primer mundo que parecían inmunes a enfermedades y epidemias que generalmente ocurren en los países del tercer mundo.
En un mundo globalizado e interconectado, ningún rincón es inmune y pareciera que entre más cosmopolita es la ciudad más contagio tiene. Al momento de escribir esta columna y con los datos de la Organización Mundial de la Salud, hay en el mundo un millón 776 mil 867 casos confirmados y 111 mil 828 personas fallecidas.
El mundo no había enfrentado un problema global de esta envergadura desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, es decir desde 1945 cuando las bombas atómicas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki aceleraron la rendición del Japón. Hace ya 75 años que el mundo en su conjunto no experimentaba un problema común que al parecer no respeta razas, condición socioeconómica, sexo, religión ni nivel educativo. Ningún sistema sanitario del mundo estaba preparado para una pandemia de estas dimensiones mucho menos los países en vías de desarrollo como México.
De manera paralela a la crisis sanitaria, sobre el mundo se cierne el fantasma de una recesión económica de dimensiones inconmensurables. Las consultoras y calificadoras mundiales han comenzado a realizar estimaciones cuyos resultados son espeluznantes. Se dice que los países desarrollados tendrán que invertir entre el 10 y el 20 por ciento de su PIB para intentar paliar la situación y evitar que la caída económica sea más catastrófica que la crisis sanitaria.
En México, el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció una serie de medidas que para algunos empresarios organizados en el Consejo Coordinador Empresarial son insuficientes y han llamado a la organización ciudadana al margen del gobierno. Algunos gobernadores de los estados más privilegiados del país han hecho un llamado a revisar el pacto fiscal porque lo consideran injusto. Los buitres de la política afilan las garras y el pico, listos para lanzarse en contra del gobierno de la República.
Aun es pronto para saber el tamaño de los daños. Lo que está muy claro es que las instituciones de gobernanza global que nos dimos al final de la Segunda Guerra Mundial han quedado obsoletas y rebasadas: ni el FMI ni el Banco Mundial ni la OMC, OMS, OTAN, etcétera, han sido capaces de dar soluciones o liderar los problemas del nuevo siglo. Es necesaria una revisión total de los instrumentos que quizás hace 75 años fueron útiles pero que hoy son lentos y fútiles.
Ver la bahía de Acapulco y las playas de Costa Grande vacías durante la Semana Santa es un espectáculo al mismo tiempo triste y hermoso. El mar ha recuperado su color, los peces, tortugas y aves transitan libres y dueños de lo que es suyo. En Venecia aparecieron imágenes de delfines, peces y cisnes en los canales antes atiborrados de turistas. La tierra parece querer mandarnos un mensaje, o cambiamos nuestros hábitos y ritmos de consumo y depredación o el planeta simplemente dejará de ser viable para la vida humana.
Estos días de guardar. Con el ritmo bajo, pudiendo reflexionar y mirar hacia adentro, hemos podido darnos cuenta que el ritmo vertiginoso de la vida moderna es un invento mas de este uróboros, esa figura mitológica de la serpiente que se devora a si misma.
Es momento de estar unidos y reconciliarnos. Es momento de salir adelante como estado, como nación y como humanidad. Pero también es momento de que reflexionemos sobre el capitalismo salvaje que depreda todo lo que encuentra a su paso y cuyo único fin es acumular, acumular y acumular. Tampoco es hora del autoritarismo que únicamente se mira el obligo y escucha únicamente las voces que le dan la razón.
Es momento de un gran pacto por México, es momento de un pacto por Guerrero, particularmente lastimado por ser el turismo la actividad económica principal. De-jemos a un lado protagonismos, entrega de despensas y apoyos paliativos. Sentémonos todos a diseñar al Guerrero que queremos para los próximos 30 años. La vida y la tierra son mucho más importantes y grandes que los tres o seis años que dura un cargo político. Pensemos en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones.
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