EL-SUR

Jueves 12 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Fuego francés sobre Acapulco. El Fortín Álvarez

Anituy Rebolledo Ayerdi

Octubre 06, 2022

General Juan Álvarez

El general Juan Álvarez Hurtado está a cargo de la defensa de Acapulco durante la segunda invasión francesa a México, no obstante sus más de 70 años, sus dificultades para caminar por lesiones de guerra y con grandes dificultades para cabalgar. Todo ello, sin embargo, no le impedirá mantener a raya al general mexicano Martín Vicario, jefe de la División del Sur del ejército galo. El traidor a quien Álvarez llama Mon general merde, se ocupaba en aquél momento de mantener expedito el llamado “Camino de Asia” para la ocupación del puerto.
“Rústico y palurdo”, como la prensa reaccionaria lo zahería, el viejo patriarca había tenido el buen juicio de enviar a uno de sus dos hijos, Encarnación, a estudiar a París, Francia, y hará lo mismo con sus nietos Juan y Antonio. Por ello el francés no le era desconocido, tanto que podrá leer la condena enérgica de Víctor Hugo a la intervención napoleónica. Misma que despertará grandes simpatías europeas para la República de Juárez. El autor de Los Miserables será secundado por escritores y políticos y entre ellos Thiers, Geroult, Beryer y Jules Favre.
Si bien Acapulco no figuró en un principio como punto de interés para los imperialistas, tal percepción cambiará cuando conozcan que por este puerto fluían grandes riquezas y particularmente un enorme contrabando de armas y pertrechos. Fallidas las acciones de mon general merde para mantener expedita la ruta hacia Acapulco, el acoso sobre el puerto será por vía marítima.
La presencia en la bahía de la corbeta francesa Galathee, el 15 de enero de 1862, no alterará la vida rutinaria de los acapulqueños, aunque no faltarán familias remontando los cerros “por si las mocas”. No por mucho tiempo, ciertamente, pues la nave dotada con 250 tripulantes y 28 cañones levará anclas 10 días más tarde. Asombrará a los residentes, además de que no hayan sido atacados por los marinos extranjeros, el que ninguno de aquellos se haya bañado una sola vez en todo ese tiempo. Los llamarán por ello “franchutes jediondos”

Los fortines

El general Diego Álvarez, bajo el mando de su padre, actuará en previsión de inminentes ataques navales, movilizará varias piezas de artillería del fuerte de San Diego hacia cinco fortines en torno a la bahía, creados por él mismo. Los bautizará con nombres heroicos de Hidalgo (Tambuco), Morelos (Guitarrón), Guerrero, Galeana, Iturbide y Álvarez (La Mira).

Max y Marx

El conflicto entre México y Francia será visto en el exterior con criterios diversos, incluso justicieros. El diario New York Herald hablará de los mexicanos luchando en Puebla “con un arrojo que maravilla al mundo” (17 de mayo de 1863). Por su parte, el hombre que moverá más tarde el pensamiento proletario y planetario, Carlos Marx, escribirá premonitorio: “No me cabe la menor duda que al archiduque austriaco le romperán la crisma en México, si es que antes no lo cuelgan”.
El pillaje francés tendrá como origen oscuro una antigua codicia sobre las fabulosas riquezas mexicanas, reveladas entre muchos por el barón Alexander Von Humboldt, aderezada esta vez con un ingrediente de rosa frivolidad. No otro que los amoríos ilícitos entre María Eugenia de Montijo, la esposa española de Napoleón III, con el mexicano Luis Manuel Hidalgo, representante diplomático de México en París y España. Principal gestor de una corona europea para México que, enamorada como una adolescente, logrará obtener del cornudo persuadiéndolo de una prolongación ultramarina de su imperio. ¡Cherchez la femme!

El Chaleco

Como “singular exigencia” califican algunos historiadores la del almirante francés Bonet al general Álvarez, una vez que su escuadra ha penetrado a la bahía de Acapulco. Le exige el desmentido de una declaración periodística atribuida al general mexicano Chilardi, ex comandante militar de Acapulco, publicada en el periódico El Chaleco. En ella, el mexicano hacía responsable a Bonet de haber desartillado un buque mexicano para luego echarlo a pique, lo que significaba una injuria para la armada francesa. ¡Mentira!, estalla el soldado galo para luego lanzar una amenaza terrible: ¡la falta de una respuesta convincente ameritará abrir fuego sobre Acapulco!
El traductor se las verá negras para llevar al francés la respuesta del general Álvarez.
–Que dice mi general que no usen pretextos absurdos, por no decir pendejos, para encubrir sus negros propósitos imperiales. Que su argumento es falso de toda falsedad por una sencilla razón, la razón de que el periódico El Chaleco no se edita en suelo mexicano sino en Perú, en su capital Lima, según he sido informado.

El ataque

Alineadas fuera del alcance de la artillería de San Diego, las naves francesas Pallas, Diamante, Cornelius y Galatea lanzan una primera andanada a las 8:45 horas del día 10 de enero de 1863. La respuesta no se hará esperar. El fuerte y los fortines lanzarán gruesa metralla aunque sin tocar a ninguna de las naves atacantes. Se advierte desde luego la superioridad del enemigo y particularmente el uso de piezas de artillería de calibres 64 y 80 “todas rayadas”, mientras que las nacionales son del 24 y “sin rayar”.
La superioridad abrumadora de fuego enemigo acalla varios fortines en las siguientes dos horas. Primero enmudecerá el fortín Guerrero, luego el Iturbide y más tarde el Morelos y el Hidalgo. Únicamente el Álvarez permanecerá activo, según lo consigna un parte de guerra:
“Sólo el fortín Álvarez ha resistido gloriosamente seis horas de bombardeo del vapor Pallas, mientras que los otros buques han dirigido sus baterías contra la ciudad destruyendo casas e instalaciones públicas. Se hace notar la barbarie del enemigo y se habla de muchas bajas y cuantiosos daños a la población civil, calculándose estos en cien mil pesos, más o menos. El cese de hostilidades lo marcarán los atacantes a las 5 de la tarde.
Don Juan recibe una información que lo hace lanzar una exclamación de triunfo acompañada por un recuerdo maternal para los franceses. La información se refiere a que, confiadas, dos naves se aproximaron al tiro de las baterías del fortín de su nombre. Que dos andanadas con proyectiles 24 averiaron seriamente el casco de la Galatea y causaron daños menores a la Pallas.

Los defensores del fortín

“A las seis de la mañana del 12 –reza el parte final– el fortín Álvarez rompió fuego sobre la escuadra enemiga, sin que ésta contestara en toda la mañana. La respuesta con fuego nutrido la darán los barcos franceses a las cinco de la tarde con 20 minutos, insólitamente navegando hacia la Bocana ya para abandonar el puerto. La despedida la darán las baterías del fortín Álvarez en el que flamea hecho jirones, pero altivo y orgulloso el pabellón de la República. Las voces triunfales, los vivas, la algarabía general de aquellos valientes defensores de Acapulco, harán cimbrar al cerro de La Mira. Más tarde, a la hora del recuento se lamentarán la muerte de un artillero y las lesiones de dos sargentos y un soldado de la 4a compañía del Batallón Activo de Acapulco”.
Los generales Álvarez, padre e hijo, enaltecerán el desempeño de los defensores del fortín. “El valor, serenidad e intrepidez con los que han desafiado el peligro el capitán de artillería Carlos Schiedt, el no menos valiente coronel José María Herrera, los tenientes de artillería Camilo Bracho y Francisco Díaz, así como el subteniente Laureano Liquidano (tronco de una numerosa y respetable familia acapulqueña). Anuncia, finalmente, que todos ellos serán recomendados para recibir ascensos y que solicitará al gobierno ayuda económica para los familiares de los soldados muertos y heridos.

Lencería francesa

Don Pedro Navarrete, uno de los primeros en bajar del cerro, despedirá a los invasores con un rosario de palabrotas en francés, aprendidas de un agente viajero, y entre ellas: merde, encule, putain, convar y sin faltar una despedida criolla: “malditos frachutes hijos de sus galas y guangas madres”. Lamentará don Pedro los daños a su negocio, incluidos 200 tercios de ¡lencería francesa!

Soldados argelinos

Tres meses más tarde, nuevas embarcaciones francesas penetran en Acapulco, pero esta vez no habrá bombas sobre la ciudad. Desembarcan soldados argelinos de la brigada Douay, con fama de feroces, a quienes las tropas del general Diego Álvarez ofrecerán una resistencia formidable, acortando su estancia en el puerto.
Más tarde, el general Álvarez es avisado de que un grupo de invasores abandonan el puerto con la pretensión de alcanzar la salida a la capital, movilizándose para esperarlos en La Sabana. Allá se pertrecha para contenerlos, pero aquellos logran burlar el cerco. Don Diego casi volará para adueñarse del cerro El Peregrino, desde el cual logra detener el avance de los soldados de Napoleón. Y no sólo eso, los hará recular hacia Acapulco. El hijo de don Juan se fortifica en La Sabana, mientras que los franceses se adueñan nuevamente del puerto. La ocupación durará hasta enero de 1865, fecha en que los invasores serán embarcados en las naves Pullari y Victoire.
En septiembre de ese mismo año, cuando los acapulqueños estén sanando apenas de las heridas de la destrucción, entrarán a la bahía los barcos Victoire y Lucifer para desembarcar tropas de ocupación, al mando del coronel Antonio Montenegro. Ningún alivio traerá a los acapulqueños saber que los ocupantes son paisanos mexicanos. “Los hijos de la gran puta se sienten entenados de mamá Carlota”, será pronto un comentario.

Altamirano

Invitado a pronunciar el discurso oficial del 16 de septiembre de 1865, el maestro tixtleco Ignacio Manuel Altamirano no podrá hacerlo aquí por la ocupación extranjera, pero sí en el campamento de La Sabana. Un fragmento:
“Íbamos a celebrar las fiestas de septiembre en la bella Acapulco, allí a orillas de esa dulce y hermosa bahía que se abre en nuestras costas como una concha de plata; iban sus mansas olas de esmeralda a acariciar los altares de Hidalgo, iba su fresca brisa a agitar los libres pabellones; iban los penachos de sus palmas próceres a dar sombra al pueblo regocijado; iba el lejano mugido del tumbo a mezclarse en el concierto universal; iba, como tantas veces, Acapulco a aderezarse con su guirnalda de flores, cuando repentinamente, extranjeras naves, las naves de aquél que se llama soberano de México, han venido a deponer en nuestras playas una falange de traidores”.
“¡Qué lección ésta para los pueblos miserables del centro del país que han regado, trémulos de pavor, flores al paso de un aventurero coronado! Que vean en Acapulco el ornato de las calles que consiste en los candados con que se condena las puertas de las casas abandonadas; que escuchen el hosanna de bienvenida que consiste en el aterrador silencio de una ciudad desierta; que preconicen la adhesión de este pueblo al Imperio, al mirar a los habitantes abandonar sus moradas y sus bienes antes de verse obligados a inclinarse ante el mandarín que viste la librea al usurpador”.