EL-SUR

Lunes 04 de Noviembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Gabriel Rodríguez Liceaga: el privilegio del humor

Adán Ramírez Serret

Julio 05, 2019

Hay pocas cosas tan complicadas como el sentido del humor. Es difícil en muchos sentidos, y pienso ahora en dos razones por las que es tan complicado. La primera es que es mucho más sencillo hacer llorar que reír. Los sentimientos como la compasión o la tristeza son más contagiosos y menos peligrosos. Es más fácil llorar con alguien que reírse con otra persona. Es más fácil ver lo cruel que es la vida, que demostrar que somos graciosos, que cualquier parodia sobre nosotros dice más que cualquier verdad.
La segunda razón es que la risa es peligrosa. Los fanáticos no ríen y ven con recelo, con odio, a quienes lo hacen. Los casos son muchos, pero podemos pensar ahora en los musulmanes que asesinaron tan sólo por un chiste a los periodistas de Charlie Hebdo, en Francia.
En literatura hay obras célebres con este tema como La broma de Milan Kundera, en donde un chiste puede deshacer la vida de alguien, o el maravilloso Jorge Burgos (juego literario y parodia de Jorge Luis Borges) en la impresionante novela El nombre de la rosa, quien busca impedir que se conozca la segunda parte de la Poética de Aristóteles, pues está dedicada a la comedia, y nada más conflictivo, nada más libre, que el ser humano que ríe.
En cuanto más leía Aquí había una frontera de Gabriel Rodríguez Liceaga (Ciudad de México, 1980), más me reía de los personajes, de los escenarios y en general, de nuestra sociedad y de nuestra condición. Se comienza a reír desde el principio del libro y en cuanto más se avanza en la lectura, en cuanto más se comienza a adentrar a la profundidad de la trama más se descubren los privilegios del humor que hacen visibles cosas imposibles de distinguir sin una carcajada. El amor, el erotismo y la tristeza, vistos por alguien más que no los viva, siempre son graciosos por patéticos.
Quizá el libro sea un poco difícil de leer porque estamos acostumbrados a que la lectura es algo terriblemente serio y si hay chistes, deben de ser eruditos o elegantes. Pero en realidad el sentido del humor siempre es el mismo, simple, incómodo y confrontante, es duro de asimilar porque se burla de todos. Del que lee y del que escribe.
Esta novela de Liceaga abre con un epígrafe de Cyril Connolly que termina: “En verdad que somos el juguete de hados tremendos”. Después, en la siguiente página, uno de Borges, el poema Los justos, y de ahí salta al primer capítulo que es Vomitar el tamal completo. En donde un poco más adelante dice: “El problema de vomitar un tamal es que el tamal es, ya de por sí, un amasado; es decir: cuando uno lo compra ya posee éste la forma que tendrá transformado en vómito”. Nuestra cultura culinaria queda por los suelos.
Recuerda, claro, a Jorge Ibargüengoitia, pero me parece que aquí el sarcasmo es aún más duro y también pega fuerte en las buenas conciencias. Porque en México, a pesar de que nos reímos de todo y cualquier cosa nos da pie para burlarnos, nos cuesta trabajo escribir sobre esta naturaleza. Preferimos la sangre, la violencia y las lágrimas porque ahí no se duda sobre los buenos y los malos. Pero en la comedia esto no existe. Todos somos patéticos. Además, escribir con humor es nunca hacerlo en serio.
Aquí había una frontera es una novela sobre dos amigos treintañeros, lumpens que viven en el Centro de la Ciudad de México y son espectadores de la decadencia propia y la de la ciudad. Es una novela que refleja bien una generación como la mía, con pocos sueños y muchas necesidades primarias como el hambre, el alcoholismo, pagar la renta, las ganas de ser siempre jóvenes y poder tener uno que otro trabajo para nunca dejar de ser un vago y una promesa de un futuro imposible.
En cuanto más se adentra en la historia la novela va explorando las vidas anodinas y la belleza que se cuela en la grietas de la ciudad, imagina amores adolescentes de treintañeros, poemas icónicos imposibles de escribir y una vida sin ningún sentido. Monólogos interiores de una mujer embarazada que está en coma. Y en fin, el privilegio del humor puro, que si se lleva a sus últimas consecuencias, puede salvar el mundo, pues al menos se puede reír en paz.
(Gabriel Rodríguez Liceaga, Aquí había una frontera, Toluca de Lerdo, FOEM, 2018. 247 páginas).