EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Gabriela Mistral, la maestra rural poeta

Fernando Lasso Echeverría

Agosto 08, 2017

La distinguida poeta y ex diplomática chilena que falleció en Nueva York el 10 de enero de 1957 como Gabriela Mistral, nació en Chile el 7 de abril de 1888 con el nombre de Lucila María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga; sus padres lo fueron Juan Jerónimo Godoy Villanueva y Petronila Alcayaga Rojas, quienes vivían en Acuña, donde nació Gabriela, el cual era un pueblito rural del valle de Elqui ubicado entre Los Andes, perteneciente a la cuarta región geográfica de Chile y cuya capital se llama La Serena. Poco después, doña Petronila y su hija de tres años, fueron abandonadas por Juan Jerónimo –hecho que marcó notablemente a Lucila– y motivó su cambio de domicilio hacia el pueblo de Monte Grande, lugar donde vivieron hasta los nueve años de edad de la futura poeta; al parecer la niña fue tan feliz ahí, que cuando murió –ya como la famosa escritora Gabriela– pidió ser sepultada en ese lugar. De ahí partieron hacia La Unión, lugar donde aprendió las primeras letras, finalizando sus estudios básicos en Vicuña, donde la directora del plantel afirmaba que la entonces Lucía tenía retraso mental.
En 1904, a los 15 años, inicia su exitosa y distinguida carrera de educadora, empezando a trabajar en la escuela de La Compañía aldea vecina a Vicuña, y al mismo tiempo, principia a colaborar en el periódico Coquimbo uno de los principales diarios de la región, utilizando los seudónimos de Alguien, Soledad y Alma. La entonces Lucila tuvo una temprana vocación por el magisterio, y lo logró prácticamente en forma autodidacta, por la difícil situación económica de la familia y el aislamiento de la región.
En 1907 escribió para los periódicos La Voz de Elqui y La Reforma. Un año después, figura en la Antología de la Literatura Coquimbana de Carlos Soto Ayala, en la cual éste le dedica un breve estudio y selecciona tres prosas poéticas de la autora llamadas Ensoñación, Junto al mar y Carta íntima. En ese mismo año conoce a Romelio Urueta, joven de 26 años empleado de ferrocarriles, quien fue “el amor de su vida”. Dos años después, éste se suicida en Coquimbo por razones no bien conocidas, suceso idealizado en un poema por Lucila posteriormente. En esta época, la joven maestra daba clases en la escuela de La Cantera.
Fue hasta 1914 cuando en Santiago de Chile cambió su nombre al publicar en ese año los Sonetos de la muerte que fueron premiados en un certamen literario de su país, y los firmó con su inicialmente seudónimo, y después nombre oficial adoptado: Gabriela Mistral. Esta obra fue inspirada por el suicidio de su novio, el joven Romelio, suceso ocurrido cinco años antes. Con la divulgación de esos sonetos que lograron el primer lugar, fue cuando empezó a darse a conocer como poeta. El seudónimo de Gabriela Mistral, que desde entonces usó como nombre propio durante toda su vida, fue inspirado por dos poetas admirados por ella: Gabrielle D’Annunzio y Frédéric Mistral.
La obra poética de esta mujer fue, sin duda, una de las más extraordinarias que haya producido la lengua castellana. Diversos autores la sitúan dentro del postmodernismo hispanoamericano, es decir, dentro de esa tendencia generacional poética de ir hacia la sencillez expresiva que suplió a ciertos modos y términos refinados, elegantes y artificiosos del modernismo anterior, y que prefiere la poesía coloquial como ideal estético y como testimonio existencial, movimiento iniciado por el poeta nicaragüense Rubén Darío, a quien Gabriela Mistral admiraba mucho y lo consideraba su maestro; de lo anterior existen evidencias epistolares de Gabriela dirigidas al gran poeta Darío, en donde ella expresa su profunda admiración por él y acepta la influencia que el maestro tuvo en ella. Las poetas de esta generación representaron una voz nueva, que en el primer tercio del siglo pasado realizaron una verdadera revolución en la poesía hispanoamericana, por la franqueza de los términos que usaban y por la libertad de expresión de sus sentimientos (sobre todo los eróticos) características que las diferenciaron de todo lo escrito antes, y por eso, su aporte es muy original y profundamente personal.
La destacada labor como educadora de Gabriela la llevó a ser nombrada directora de varios liceos, y posteriormente inspectora de estos institutos, incluyendo el de La Serena, capital de la región chilena donde se desempeñaba. Fue en esa época (1922) cuando visitó México, a donde fue invitada por el secretario de Educación José Vasconcelos para que colaborara en el proyecto de mejorar las escuelas y los maestros de nuestro país, año que coincidió con la aparición de su primer poemario, titulado Desolación, publicado por el Instituto Hispánico de la Universidad de Columbia; posteriormente se fue enviada por su gobierno a Norteamérica, y a algunos países de Europa, para estudiar las escuelas y sus métodos educativos en esas naciones. Fue profesora invitada, en las Universidades de Barnard, Middlebury y Puerto Rico, en las cuales dictó cursos de Literatura y Cultura Hispanoamericanas.
En 1928, y junto con su amiga íntima la mexicana Palma Guillén, con quien formó una pareja sentimental, adoptó a Juan Miguel Godoy y Mendoza, nacido en Barcelona en 1925, quien era hijo de su medio hermano Carlos Miguel Godoy y de la catalana Martha Mendoza; a partir de la adopción, el niño acompañaba a su tía en sus viajes y estancias en otros países primero como pedagoga invitada a dar conferencias y cursos y luego, como diplomática, pues a partir de 1933, y durante un periodo de 20 años, trabajó como cónsul del servicio exterior de su país, en ciudades como Madrid, Lisboa y Los Ángeles, así como Nueva York y otras ciudades; en 1943, estando en Petrópolis (Brasil) con Gabriela como cónsul de su país en esa población, el joven sobrino de 18 años se enamoró de una joven alemana con la que quiso casarse, pero al oponerse su tía Gabriela terminantemente a la boda, éste se suicidó con arsénico.
En 1945, Gabriela Mistral se convirtió en el primer Premio Nobel de Literatura que se concedía a alguien de América Latina. En 1946, la diplomática/escritora se relaciona íntimamente con Doris Dana, a quien conoció en Nueva York ese mismo año. Dana tenía 27 años de edad, es decir 31 menos que Gabriela; trabajaba en el Departamento de Estado norteamericano, y su relación como pareja duró hasta la muerte de la poetisa, fungiendo finalmente Dana como albacea de su obra y también como su principal heredera.
Tras una larga enfermedad, Gabriela fallece en enero de 1957 –de una muerte callada y extranjera, como ella misma lo había dicho en uno de sus poemas– en el Hospital General Roslyn Harbor de Long Island en Nueva York, acompañada fielmente por Dana. Sus restos fueron llevados y homenajeados por el gobierno y el pueblo chileno, declarándose tres días de duelo oficial. Los restos llegaron a Chile el 19 de enero de 1957, y se velaron en la Universidad de Chile, donde 400 niñas del Liceo 6 –del que Gabriela fue su primera rectora– hicieron guardia de honor, y se le rindió homenaje en todo el continente y en la mayoría de los países del mundo.
Publicó Sonetos de la Muerte (1914), Desolación (1922), Lectura para Mujeres (1923), Ternura (1924), Nubes blancas y breve descripción de Chile (1934), Tala (1938), Antología (1941), Lagar (1954), Recados, contando a Chile (1957). Cinco obras más aparecieron después de su muerte: Poemas de Chile (1967), Almácigo (2008), Niña errante (2009), Hijita querida (2011) y Epistolario americano (2012).
Gabriela Mistral fue una distinguida pedagoga y una diplomática capaz muy útil para su país, ante otras naciones y organizaciones mundiales, que conocían sus valores y le brindaban el respeto que merecía; brilló como una luchadora social, preocupada siempre por la niñez, por los derechos de la mujer, de los obreros, de los campesinos/indígenas y otros grupos marginados; todo aquello que constituye el llamado tercer mundo, y para el cual seguimos pidiendo cada vez con mayor apremio, justicia social. Esta ejemplar pedagoga, esritora y luchadora social durante su estancia en México entre 1922 y 1925 recibió la influencia de la revolución agraria mexicana, y luchó mucho inútilmente para implantarla posteriormente en su país, y debe aclararse que nunca fue comunista, uno de los motivos que la distanciaba de Pablo Neruda su paisano, a pesar (o quizá por eso) de que ambos fueron poetas y diplomáticos. Estas experiencias en México y su cercanía con Vasconcelos con quien colaboró en la reforma educativa de principios de los 1920, la llevaron a reconocer que una buena reforma educativa debía complementarse con una nutrición infantil adecuada y la atención de la salud de los niños, para que no desertaran de la escuela antes de tiempo; se preocupó mucho por la mejoría de los niveles de vida de los trabajadores, el afianzamiento de la democracia y el respeto a los derechos humanos.
Como poeta, Gabriela Mistral fue original, sincera y espontánea en su obra literaria, aunque reconocía una influencia importante de Rubén Darío, a quien ella admiraba mucho y llamaba maestro; lo cierto es que vivió y escribió al margen de los movimientos poéticos internacionales, y de las evoluciones y teorías que sufría la poesía en el mundo literario; la Mistral –dice Peter Earle– “fue una poeta del regreso, pues cada poema suyo es un distanciamiento del presente, y parte hacia la infancia o más allá de la tumba”. El americanismo coloquial de la poesía que componía, y que reflejaba sus raíces en el campo chileno con su flora y fauna, era una de sus características propias, que manifestaba su ideal estético y el uso de su poesía como testimonio existencial; sus versos son oraciones criollas e inseparables de su terruño netamente rural y de su niñez, y busca estar fuera de sí y de su tiempo. “Mi obra –dijo una vez Gabriela– es un poco chilena por su sobriedad y su rudeza”. Su poesía llegó a ser una forma de consolar a los demás, defendiendo la causa del indio, y luchando por la mujer y los niños desamparados, apoyando sus derechos. Para la Mistral escribir en prosa o en verso era sentirse libre, dar rienda suelta a la sinceridad de sus sentimientos como una mujer madura, que nunca pudo deshacerse de la chispa de su infancia en el alma, como lo refiere en Tordos de su Poema de Chile.
Pero todo tiene su precio, incluso la independencia artística, y el que tuvo que pagar la Mistral por su originalidad al alejarse del movimiento modernista que todavía imperaba, se manifestó en una ambivalencia de la crítica, que manejaba su poesía con una curiosa mezcla de elogio inicial e indiferencia posterior de la mayoría de las autoridades literarias, más atraídas por movimientos, evoluciones y teorías, que por los poetas mismos en su apasionada soledad.
Un crítico italiano –Francesco Torti– dice que los poemas de Gabriela “confiesan un retorno a los orígenes, que consiste en una identificación con la zona más profunda y secreta de la estirpe y de la lengua, con la raíz de la vida y del canto”. Curiosamente, Gabriela no creía en la inspiración, sino en el don divino de la Gracia, seguida luego de autodisciplina y de humildad por parte del poeta, por lo que era frecuente esta oración de parte de ella: “Yo te invoco, Señor, Dueño de la Gracia, al empezar mi trabajo, entre ella a mi aposento cerrado y ponga sus manos en mí”. La verdadera obra de arte le sale a Gabriela –dice Marie-Lise Gazarian– cuando se despoja de su propia voluntad y se entrega plenamente a la poesía, como si se tratara de la unión mística con Dios.
La Mistral continúa siendo una poeta poco conocida o poco leída; sus preferencias sexuales diferentes en una época muy difícil para quien “se le notaba”, quizá influyó también para la indiferencia de los críticos a su poesía; ella era una persona desaliñada en su aspecto y nunca usó maquillaje ni peinados sofisticados, pues siempre trajo su pelo corto y mal peinado; sus vestidos eran muy austeros y generalmente grises o negros, acompañados de zapatos bajos; fue más bien introvertida, con muchos conocidos, pero pocos amigos cercanos, y quiso vivir más en el extranjero que en su país, del cual –es cierto– nunca se separó espiritualmente y siempre intentó ayudar a resolver sus problemas sociales, en contra de los intereses minoritarios de los poderosos empresarios y de algunos gobiernos chilenos. Algunos fragmentos de poesías de la Mistral se anotan a continuación:
Era la flor llameando/ del cáctus de la montaña:/ era aridez y fuego/ nunca se refrescaba. (La otra) de su poemario Lagar.
Cargada así de tantas flores/ con espaldas y manos aéreas/ siempre cortándolas del aire/ y con los aires como siega… Ella delante va sin cara/Ella delante va sin huella/ y yo la sigo todavía/ entre los gajos de la niebla… Con estas flores sin color/ni blanquecinas ni bermejas/ hasta mi entrega sobre el límite/cuando mi tiempo se disuelva… (La flor del aire) de su poemario Tala.
En su poema El reparto, Gabriela conquista el espacio y el tiempo y se ve ya muerta, diciendo lo siguiente: Si me ponen al costado/ la ciega de nacimiento/ le diré, bajo, bajito/ con la voz llena de polvo/ Hermana, toma mis ojos.
Poco antes de morir, y sin poder volver a su país por su enfermedad, compone su último poema, el cual es un viaje imaginario por todo Chile (Poema de Chile); en él –ya muerta– recorre su tierra de norte a sur acompañada de un niño indígena y un huemul (ciervo que vive en Los Andes), quienes son los únicos que pueden verla y a los cuales les enseña la belleza mágica del campo de su país.
* Presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI AC.