EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

LA POLÍTICA ES ASÍ

Garantizar la alimentación

Ángel Aguirre Rivero

Septiembre 04, 2020

Cuando aún no se vislumbra el fin de la emergencia ocasionada por el virus Covid-19, es oportuno reflexionar si hemos aprendido desde el gobierno y la sociedad, las lecciones que trajo consigo la epidemia.
El costo de la epidemia suma ya más de 60 mil muertos y la cifra podría llegar a 120 mil, un saldo inaceptable por donde quiera que se le quiera ver.
Los gobiernos estatal y federal hicieron una conversión exitosa de camas Covid, lo cual permitió atender los casos que se presentaron y el sistema de salud no fue rebasado en su capacidad de respuesta.
Pero como dijo el secretario de Salud Carlos de la Peña: no se necesitan más camas Covid-19, sino menos casos y que la población acate las medidas sanitarias.
Esto ha llevado al paulatino cambio de color del semáforo epidemiológico al nivel amarillo.
Ampliar las actividades económicas es alentador, pero conlleva retos y riesgos, como lo ha reconocido el gobernador Héctor Astudillo: “la epidemia sigue”.
De acuerdo con expertos de la Universidad de Minnesota la pandemia de Covid-19 podría durar dos años, por lo que debemos estar preparados para hacer frente a los retos que vienen: ajustes a la baja en el presupuesto; reorientar recursos para fortalecer el sistema de salud; en el tema educativo es vital diseñar una política pública estatal para alinearse con el proyecto Internet para Todos que debió iniciar este año en Guerrero, acortar la brecha digital tendría que ser una prioridad no sólo por el reto educativo, pero ahora lo es por esa simple razón.
La recuperación económica será lenta y complicada, sobre todo cuando el propio secretario Arturo Herrera reconoce que será la peor crisis desde 1932. Lo declarado por el titular de Hacienda me parece de la mayor trascendencia al señalar que no habrá “guardaditos”.
Como se lee, es que ya no habrá dinero del Fondo de Estabilización, dinero acumulado por las anteriores administraciones, es un seguro que se adquiere para los fluctuaciones del precio del petróleo.
En este fondo hubo 300 mil millones de pesos, de los cuales ya echaron mano en dos años, aunado a la reducción y desaparición de varias oficinas de gobierno.
Si a eso agregamos la estrepitosa caída del empleo y por ende del Producto Interno Bruto, el panorama es desolador. Los programas sociales penden de alfileres.
Ante lo severo de la crisis económica, los gobiernos federal, estatal y municipales tendrán que concluir las obras en proceso y no iniciar nuevas.
Pero sobre todo, diseñar un programa alimentario que garantice a la gente tener qué comer, de otro modo los robos, asaltos a centros comerciales, secuestros y otras actividades ilícitas irán a la alta y nadie podrá detenerlas.
Parafraseando al presidente Adolfo Ruiz Cortinez: “Yo prefiero no hacer obras, pero que la gente tenga qué comer”.
Ojalá que hayamos aprendido de esta difícil experiencia. Al mal tiempo demos buena cara. Acatemos las reglas sanitarias de la nueva normalidad para protegernos y proteger a quienes nos rodean.

Del anecdotario

Mi amigo de infancia José Castillo Quezada, se distinguió siempre por su nobleza y gran corazón. Invitarte un refresco o unas enchirmoladas a la hora del recreo lo hacía sentirse muy bien; no es fortuito que haya elegido la carrera de medicina en la UNAM para seguir ayudando a su prójimo.
Ambos formamos parte de un equipo de basquetbol llamado “Los Juniors”. Representando a nuestro pueblo acudimos por primera vez a Copala donde se celebraba el torneo regional de este maravilloso deporte. Éramos muy jovencitos y acudimos con un gran entusiasmo.
Por mala fortuna, nuestra primera confrontación fue con un equipo denominado “Los Oris del Aguacate”, en su mayoría, morenitos descalzos que nos pusieron una paliza de aquellas.
Al siguiente día enfrentamos a un equipo de la comunidad de Agua Zarca, municipio de Azoyú, y tuvimos nuestro segundo revés con lo cual terminaba nuestra participación en esta justa deportiva.
Tristes pero a la vez contentos, regresamos a Ometepec y empezamos a hacer un balance de qué nos había sucedido, porque en el equipo había mucho talento.
Alguien le sacó una broma a José al decirle:
–Pues es que tú Josecito, a veces tenías la bola y no tirabas.
Y José contestó hábilmente:
–Pues a veces no los entiendo, porque si tiro, me dicen que por qué tiro; y cuando no tiro, me dicen por qué no tiro….
Cuando asumí mi primer gobierno le pedí a José que se hiciera cargo del hospital regional de Ometepec, en donde tuvo un gran desempeño, distinguido por su gran honestidad.
Hoy mi amigo de la niñez se encuentra jubilado del Seguro Social y ha dedicado estos últimos años al rescate de nuestra cultura en la Costa Chica, lo cual lo ha llevado a escribir los libros Costeñadas 1 y 2, y prepara ya su tercera aportación literaria.
Hace unos días me platicó un pasaje que me pareció genial y que vendrá publicado en su tercera entrega.
Ricardo Solano Ramírez (QEPD), quien también fue nuestro compañero en la secundaria, se distinguió siempre por su rudeza, aunque en el fondo era muy noble.
Siempre que te saludaba te daba un golpe en la espalda o en el hombro, o estiraba las ligas para saludarte y después de hacerlo siempre preguntaba:
–¿Qué, no te gustó?, ¿te me rebelas?
Rijoso como era, nadie le decía nada. Y a partir de ahí se le quedó el apodo de “Te me rebelas”.
Años después varios emigramos a la Ciudad de México en busca de un mejor destino a través de la preparación.
Don Isaías y doña Elvira, los abuelos de José, eran propietarios del almacén más importante de telas en la región, por lo que pidieron a su nieto hacer una cotización en La Lagunilla sobre un pedido que le habían solicitado unos clientes. Eran pues, de los más ricos del pueblo.
Para mala fortuna de José a su regreso de La Lagunilla, tomó un transporte público donde se encontró con Ricardo, el “Te me rebelas”.
Tan pronto lo vio, José de inmediato volteó la cara para que Ricardo no lo distinguiera, pero Ricardo ya lo había identificado.
Lentamente se acercó a José para susurrarle al oído:
–Quihubo rico pobre, ¿no te da vergüenza andar en camiones con tanto dinero que tienen tus abuelos?
Ricardo levantaba más la voz para que todos escucharan, mientras que José empezaba a sudar acaloradamente.
–Con todo el dinero que tienen deberías traer un carro último modelo y chofer y una chamaca al lado –le dijo el “Te me rebelas”, mientras que todos volteaban a ver a José, quien se moría de vergüenza.
–Pinche rico pobre… (arremetía Ricardo), ¿pues las vaquitas de quien son? –preguntaba.
José alcanzaba a contestarle:
–Son de mis abuelos, no mías.
–Pero a ustedes se les van a quedar.
–No Ricardo, mi padre nos enseñó a no esperar ninguna herencia, porque ésta será de sus hijos, y nosotros somos sus nietos aunque nos hayamos criado con ellos.
–No te hagas p… A ustedes también les va a tocar algo, pero ve: ¿no te da vergüenza andar en camiones públicos?
Al ser centro de las miradas de los usuarios, José decidió bajarse antes de la parada que le correspondía sin importar que caminara varias cuadras para llegar a Tlaltelolco, donde vivía.
Llegando, platicó a su hermano y hermanas lo que le había sucedido y éstos se atacaban de la risa.
A partir de ahí cuando se hablaba de algún tema su hermano y hermanas le decían a José: ¿Y las vaquitas de quién son? Y se morían de la risa.
La vida es así.