EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

Gasolinazo y respuesta social

Humberto Musacchio

Enero 05, 2017

Era previsible la indignación que despertaría el gasolinazo, pero sólo el gobierno federal no vio venir la respuesta: el lunes, protestas en 30 estados, bloqueo de calles en las grandes ciudades, cierre de carreteras en varios puntos del país, gasolineras fuera de servicio y una rabia popular que no se apaga con policías.
El martes la protesta tuvo un mayor efecto mediático, pese a que ciertos medios sólo destacaron los hechos de violencia y el saqueo de algunas tiendas por la multitud enardecida y muy probablemente exaltada por provocadores al servicio del gobierno, siniestra táctica que en este sexenio se ha aplicado en varias ocasiones para justificar la represión.
El miércoles, nuevamente hubo bloqueos y otras expresiones de protesta que en la Ciudad de México inhibieron el tránsito, al extremo de que para las primeras horas de la tarde circulaban relativamente pocos vehículos. Por supuesto, difícilmente se pueden predecir los alcances de la inconformidad, pero por lo pronto la rebeldía ya está en la calle y se percibe un enojo generalizado.
La desconsiderada y casi suicida alza de las gasolinas ha tenido como respuesta la explosión de inconformidad, pero también un efecto más profundo, pues ahora queda claro para qué sirvió esa sinvergüenzada antipatriótica llamada “reforma energética”, alegremente votada por el PRI y el PAN. El ciudadano común ahora sabe que se trataba simplemente de la privatización del petróleo o, lo que es peor, de su entrega a empresas extranjeras.
Las razones de la llamada reforma giraron en torno a que Pemex no disponía de recursos para la explotación de yacimientos de difícil acceso, sobre todo marinos. Lo que nunca dijeron los promotores de la reforma canalla fue que durante tres sexenio los gobiernos priistas y panistas saquearon en forma metódica e irracional a la principal empresa mexicana, pues era el modo fácil de cubrir el déficit fiscal, a costa, por supuesto, de llevar a la quiebra a Pemex, única empresa del país y suponemos que del mundo a la que se cobraban impuestos por arriba de sus ganancias.
El ahora exitoso proyecto de llevar a Pemex al desastre empezó por el fomento de un sindicalismo archicorrupto, siguió con una descapitalización en gran escala, el desmantelamiento de las instalaciones, la ordeña sistemática y en gran escala de los ductos con la complicidad de las autoridades, el agotamiento de los pozos en explotación y la incapacidad financiera para aprovechar otros yacimientos. Paralelamente, mientras las refinerías mexicanas se convertían en chatarra, para la tecnocracia era absurdo reparar esas refinerías o levantar otras, pues, decía, es más barato importar los productos refinados. Así, en el renglón energético, México volvió a ser exportador de materia prima e importador de productos procesados. Colonialismo vil.
Gobiernos sin legitimidad, como el de Felipe Calderón o el actual, están impedidos para modificar el régimen fiscal de las grandes empresas. Ya no pueden exprimir más a los de enmedio y la situación de los de abajo, que son mayoría, empieza a ser desesperante. De ahí que la única ocurrencia gubernamental sea gravar más las gasolinas.
Con su ineptitud, el gobierno federal nos ha dejado a los mexicanos con un fisco en ruinas y un Pemex en quiebra, pese a que consumidores siguen pagando un altísimo impuesto por las gasolinas: cinco pesos 83 centavos por cada litro de Magna, seis pesos 56 centavos por litro de Premium y seis pesos 34 centavos por litro de diesel. Tales son las cargas tributarias.
Pero esos impuestos no los pagan los secretarios y subsecretarios de Estado, ni los oficiales mayores ni directores generales; tampoco los pagan los ministros de la Corte, los magistrados ni los altos funcionarios de organismos descentralizados y tampoco los senadores y diputados, que reciben “vales o monedero electrónico” (Excélsior, 4/I/2017), lo que junto con sus faraónicas prestaciones explica la indiferencia hacia el problemón social generado por el gasolinazo.
En suma, una clase política corrupta, de elevados sueldos y formidables prestaciones, no puede tener interés en cambiar las cosas, ni siquiera en evitar mayores males a la población. Pero la oposición de izquierda de manera natural tiene que estar presente en la protesta. Si la derecha no puede, la izquierda tiene que dar la cara y encauzar la rebeldía, y ojalá pueda hacerlo por vías pacíficas.