Adán Ramírez Serret
Abril 15, 2022
Recuerdo la primera vez que escuché una canción que me fascinó. Hasta antes de eso, la música era algo divertido que cantaba mi hermana para ir a la escuela, un motivo que desvelaba o hacía llorar a mis papás o algo gracioso que me cantaba mi abuela con voz aguda que ahora relaciono con la ópera.
Pero hubo un momento, debí haber tenido entre cinco y siete años, cuando mi vida cambió. Fue el instante que escuché (I can’t get no) Satisfaction de Los Rolling Stones.
Mis papás habían comprado un estéreo que además de reproducir vinilos y casetes, podía leer discos compactos, que eran la último del momento. Y el único compacto que teníamos era uno de Los Rolling Stones.
Recuerdo que vi el estéreo regresando de la escuela, estaba sólo en mi casa, puse el disco. Escuché la inicial, la segunda canción, la tercera…. Era la primera vez que por mí mismo tomaba la decisión de escuchar música. Me emociona ese instante que será uno de los mejores de mi vida: pararse frente al estéreo, a solas en casa y estar listo para vibrar a todo volumen. Entonces sonó Satisfaction, subí a un volumen que me pareció escandaloso la canción y sentí una de las alegrías más grandes que he vivido en mi vida.
Es precisamente sobre este fenómeno, el de amar una canción con locura y que cambie nuestras vidas, sobre lo que escribe Gastón García Marinozzi (Córdoba, Argentina, 1974) en el ensayo-homenaje ¿Quién dijo que todo está perdido? Biografía de una canción. Que es precisamente un recuento histórico, una crónica sobre un momento, sobre la música, sobre Argentina en los años ochenta y sobre Latinoamérica a partir de Yo vengo a ofrecer mi corazón de Fito Páez.
Gastón García Marinozzi tiene ese extraño talento de sorprender. Porque uno pensaría que hablaría mucho sobre Fito Páez y poco sobre el mundo. Cuando este ensayo se transforma en un pretexto para explicar e imaginar el mundo. Para saber por qué y cómo es que amamos una canción.
Marinozzi reflexiona sobre el hecho que una canción cambie el mundo. Esto se ha vuelto cada vez más raro. La música ahora cumple otras labores: divertir, hacer bailar… todas maravillosas, por supuesto. Pero durante el siglo XX, en Francia, en Estados Unidos y luego en Inglaterra, a mediados de los años sesenta con Los Beatles y Los Rolling Stones, las canciones eran himnos que no sólo transformaban vidas, sino que eran formas de cómo sentirse y cómo pensar, Marinozzi dice que así como Dickens y James Matthew Barrie inventaron la infancia, así los roqueros inventaron la libertad, es decir, la juventud.
Este movimiento fue asimilado también en Latinoamérica, y en Argentina personajes como Mercedes Sosa se convirtieron en figuras que representaban y de-cían todo lo que no podía decir una generación.
En el presente, con las plataformas y las redes, las canciones siguen vivas no en el radio, ni en la televisión y ni siquiera en los estadios. Son parte de movimientos sociales como Black Lives Matter, el #MeToo en Chile y en los gritos feministas. Es otro mundo, con otros sueños y otras herramientas, pero la vida de las canciones nos recuerda que no todo está perdido.
Gastón García Marinozzi, ¿Quién dijo que todo está perdido? Biografía de una canción, Ciudad de México, Turner, 2021. 254 páginas.