Silvestre Pacheco León
Febrero 15, 2021
En el estudio de las revoluciones sociales que se hará en el futuro, la 4T de México se verá como un caso paradigmático porque surgió de un proceso largo y organizado pero no violento y sin cuotas de sangre. Y aunque nunca fue más allá de los límites del sistema capitalista porque respetó escrupulosamente la propiedad privada de los medios de producción, se esforzó en una política de redistribución del ingreso con la que trató de nivelar el injusto desequilibrio entre el trabajo y el capital que en tres décadas del modelo neoliberal empobreció a la mitad de la población.
La 4T fue el resultado de un amplio movimiento que nació de las entrañas mismas del sistema dominante, cuando en 1988 mediante el fraude electoral más escandaloso expulsó de su seno a la corriente nacionalista e impuso en el gobierno al grupo salinista, representante de la tecnocracia entreguista que se dedicó a desmantelar y rematar las empresas públicas con el argumento de que los negocios no eran la tarea del Estado, sino solo la de preparar las condiciones óptimas de infraestructura y servicios para recibir los enormes volúmenes de capital disponibles en el mundo que México podía aprovechar ofreciendo al apetito insaciable del dinero la abundante y dócil fuerza de trabajo organizada por el sindicalismo charro priista amafiado con la clase patronal.
Desde aquel año de la imposición y el fraude los mexicanos inauguraron el abandonado camino democrático de las urnas, aprendiendo a votar y a elegir en las urnas a sus autoridades.
El valor de ese aprendizaje lo probó 12 años después de aquella ruptura en el priísmo con la idea de que la alternancia serviría para mediar las cosas en el país, votando a favor de la derecha representada por el PAN que puso como candidato a un personaje sacado de las filas de la clase patronal donde figuraba como parte del directorio de una empresa de fama mundial.
Pero dos periodos de gobiernos panistas fueron bastantes para comprobar que la derecha mexicana no tenía otra diferencia más que en el discurso con la política priísta, con el agravante de que los panistas fueron capaces de declarar una guerra a los narcotraficantes sin consultar a la sociedad, urgidos de distraerla para que superara el fraude electoral con el que se había mantenido en el poder, sin una estrategia para combatir ese mal desde la raíz, sabiendo lo extendido que estaba en todo el territorio nacional por falta de opciones de empleo para tanta mano de obra desocupada y necesitada de ingresos.
La política del PAN no cambió frente a la del PRI, antes al contrario, se identificó más con él y hasta lo superó en corrupción, asociándose con el narco al que supuestamente había combatido, según toda la evidencia que mantiene hoy en la cárcel de Estados Unidos a quien fuera secretario de Seguridad en el gobierno de Felipe Calderón.
Sin duda que el resultado adverso que tuvo su combate al narcotráfico influyó en el ánimo de los mexicanos que frente a la descomposición social reclamaban paz buscando como último recurso volver nuevamente al PRI en la idea de que de los dos males sufridos era mejor optar por el más conocido que en aquel año ofreció caras nuevas y jóvenes, llamativas para las nuevas generaciones de votantes. Así fue como el peñismo recuperó el gobierno para el PRI y lo ejerció exactamente como una mafia que quiso recuperar en un sexenio los dos períodos perdidos del PAN saqueando los bienes de la nación como si supiera que sus días estaban contados.
Por eso ideó la llamada reforma energética que se ejecutó echando mano de todos los recursos imaginables para comprometer a casi todas las fuerzas políticas que no tuvieron reparo en aliarse en el 2013 bajo el lema del Compromiso por México.
Fue un despilfarro tal de recursos para llevar adelante su reforma cuyo objetivo era liquidar a Pemex y a la CFE a favor de las empresas trasnacionales que todos los partidos aglutinados bajo la propuesta de Enrique Peña Nieto participaron embarrados de corrupción sin reparo frente al claro malestar de la sociedad, harta ya de la descomposición oficial.
Por eso todas las fuerzas políticas se unieron contra el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) que desde el fraude electoral del 2006 acumuló fuerzas para emerger como el gran triunfador en 2018 cuando todo mundo aseguraba el triunfo de la izquierda y apostaba por acertar en el porcentaje con el que Andrés Manuel López Obrador llegaría al Palacio Nacional.
Y todos nos sorprendimos cuando la noticia de que Morena había ganado por 30 millones de votos se esparció por todo el país para alegría de quienes lo apoyaron en las urnas.
Desde el triunfo de López Obrador como jefe de Gobierno de la Ciudad de México muchos ciudadanos creyeron en las bondades de la izquierda porque gobernó con austeridad y eficacia desarrollando programas de amplio beneficio social, y en 2018 lo confirmó poniendo en práctica el lema ganador de “Primero los pobres”.
Por eso nos parece lógico y apoyamos su práctica innovadora de madrugar todos los días para informar al pueblo de México sobre la marcha de la nación, aunque haya personas a las que no les gusta porque siguen creyendo que la política es solo para los políticos profesionales que son los únicos que la entienden.
De ahí que desde el primer día de las conferencias matutinas sus enemigos lo hayan atacado con el argumento pueril de que el presidente de la República imponía desde la madrugada el monopolio de la agenda del día dejándolos sin materia de lo que antes manejaban como información a su antojo para manipular a la sociedad.
Por eso la existencia de la campaña mediática en su contra queriendo callarlo, al grado de comprometer al propio INE que en una sesión de Consejo determinó que las conferencias mañaneras podían emplearse en el futuro para influir en las campañas electorales, lo cual a su juicio estaría violando la ley como lo hacían priístas y panistas.
El INE, que tanto hizo por la democracia en México, con esa decisión quiso atentar en contra del derecho que tenemos los mexicanos a estar informados, y en ese intento de callar al presidente de la República estuvo acompañado de tantos analistas del viejo régimen cuyos argumentos parecen risibles.
Roy Campos, el dueño de la empresa encuestadora que cada día se admira de la amplia aceptación que tiene el gobierno de AMLO, presume ahora que ha dado con la clave de su popularidad afirmando que en realidad a los mexicanos no nos interesa estar informados, sino sentirnos informados, y con esa sutileza del analista encuestador muchos periodistas al servicio del viejo régimen han tratado de desacreditar el contenido de las conferencias mañaneras que nos dan cuenta del daño patrimonial que han causado los latrocinios de políticos y empresarios inescrupulosos, quienes efectivamente tenían secuestrado al gobierno, unos malversando el presupuesto público dado a su cuidado y otros saqueando la riqueza mediante empresas creadas ex profeso y favorecidas por la red de complicidades que se extendieron a todos los ámbitos de la sociedad, ahora pretenden hacernos creer que lo dicho y visto en las mañaneras es falso, que los avances observados en las obras emblemáticas del aeropuerto de Santa Lucía, la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya que están poniendo en alto el prestigio de México por la modernidad de los proyectos, la calidad y precio de sus construcciones y la rapidez con la que se construyen, amén de los miles de empleos que generan, no son realidad, que se deben parar y destinar los recursos que ahí se gastan en la compra de las vacunas que necesitamos. Para ellos es una mentira lo que afirma el presidente de que el gobierno ya tiene en sus manos el dinero que se necesita.
Los enemigos de la transformación que se dedican al periodismo jamás aceptarán la realidad de los cambios ni la alegría de los mexicanos viviéndolos, porque para eso les pagan. Por eso creen y opinan que el pueblo de México es tonto, que aunque nos engañen nos conformamos con saber que alguien se ocupa de nosotros, sin entender la razón de que la popularidad de AMLO haya crecido del 50 a casi el 70 por ciento de aceptación después de dos años en los que todo gobierno en ejercicio se desgasta.