EL-SUR

Lunes 20 de Enero de 2025

Guerrero, México

Opinión

God save the Queer!; réquiem por Michela Murgia

Federico Vite

Agosto 15, 2023

 

(Primera de dos partes)

El pasado 10 de agosto falleció la escritora italiana Michela Murgia, nacida en Cabras (comunidad de Sardegna), pero radicada en Roma desde hace tiempo. La vida y la obra de Murgia nos recuerda en varios momentos que un escritor va más allá de ser alguien que escribe –y obviamente publica con regularidad–, va más allá de los temas que desarrolla en los textos, va más allá incluso de lo que dijo. Durante la ceremonia luctuosa en la basílica de Santa María Montesanto, conocida como la Iglesia de los Artistas, lectores y amigos se reunieron en la Piazza del Popolo para despedirse de Michela. Juntos le cantaron el mítico himno de los partisanos: Bella, ciao. Es entrañable su adiós. Ni duda cabe. O bella ciao, ciao, ciao. Una mattina mi sono alzato / E ho trovato l’invasor. ¿Quién no se quiebra al oír estos versos frente a un ataúd? En los medios de comunicación y en las redes sociales pueden leerse innumerables muestras de agradecimiento de los lectores, los editores y los escritores que manifiestan el cariño por el trabajo de esta mujer, que analizó desde diversos flancos los vínculos femeninos y la fe católica; en especial, abogó por la libertad de ser quien uno es. Por eso cobra sentido oír esa canción en el funeral: O bella ciao, ciao, ciao!
Uno de sus libros más recientes es God save the Queer. Cathechismo femminista (Einaudi, Italia, 2022, 152 páginas), una colección de ensayos en la que Murgia tocó una fibra sensible de Italia: ¿Se puede tener una fe católica sin que esa interfiera con el feminismo? La pregunta no es sencilla de responder, ni mucho menos es baladí para un país como ése, igual que el nuestro, donde el catolicismo está tan arraigado y luce como una contradicción para toda feminista. Lo que hizo Murgia va más allá de consumar una reflexión personal sobre la fe. Por ejemplo, como una variante estilística, sustituye la “i” de algunas palabras en plural por el número 3. Veamos: “molt3” por molti, o “tutt3” por tutti. Es un aporte que no todos consideran prudente, pero ella lo utilizó para refrescar el discurso habitual. Grosso modo, considera que lo queer radica en no etiquetar la sexualidad. No importa si son homosexuales, heterosexuales, bisexuales, no binarios, o personas que no se caracterizan con las etiquetas aceptadas socialmente. Es decir, Michela retoma lo expuesto por Eve Kosofsky Sedgwick en la Teoría Queer. Kosofsky señala que queer significa: “la red de posibilidades, huecos, superposiciones, disonancias y resonancias, lapsos y excesos de significado cuando los elementos constitutivos del género de cualquiera, de la sexualidad de cualquiera no se hacen (o no se pueden hacer) para significar monolíticamente”. De hecho, es bien conocido que Kosofsky se alegra de descubrir que “es imposible separar el trabajo del amor”. Ambos sin etiquetas. Ambos queer, digamos.
La apuesta de Michela toma como fundamento Epistemology of the closet, de Eve Kosofsky Sedgwick, es la columna vertebral de God save the Queer. Y enuncia la pregunta primordial: “¿Es posible mantener unidas tu fe católica y tu feminismo?”. Esa cuestión es un tópico de los creyentes de la comunidad LGBTTTIQ+. Así que se habla en ese libro de un proceso personal que ocurre entre la conciencia y los preceptos doctrinales, en especial, cuando se refieren al aborto, la eutanasia, la fecundación asistida y otras derivas de la modernidad. Resulta obvio que para comprender los aspectos de la vida y de la fe uno entra en contradicción constante, para ello es conveniente discutir con inteligencia lo nuevo bajo los versículos del Evangelio. Como primera piedra, Murgia hace una relectura de El credo bajo la luz de la experiencia personal. El resultado es un relato sobre la infante Murgia, llena de dudas; aunada a esa vivencia se suma el perfil de su abuela, de su madre, de su tía, de las mujeres con las que encontró la fe. Michela proporciona las herramientas para afrontar algunos de estas antinomias, y confirma que lo queer es una práctica cristológica. Aceptar esto, dice la autora, “significa reconocer que la frontera no nos rodea, sino que nos atraviesa, y que lo que percibimos como una contradicción es en realidad un espacio fértil, cuya potencia vital aún no hemos comprendido”. Bajo esta óptica es posible resolver la contradicción entre ser activistas feministas y pertenecer a una institución patriarcal de rancio abolengo. Es un libro crítico que cuestiona a otros creyentes, a la Biblia, a Dios y obtiene pocas respuestas, pero muy satisfactorias.
Gracias a una entrevista de la periodista Costanza Giannelli se sabe que Murgia estaba interesada en profundizar en la fe católica desde el feminismo. Aunque obviamente lo que ella deseaba era rediscutir aspectos esenciales. Durante la conversación que Costanza y Michela sostuvieron, la respuesta de Michela atrae aún más: “Es un libro en el que todos –no sólo mujeres o feministas, o creyentes, sino también hombres, ateos y agnósticos– pueden encontrar, si no respuestas, nuevas preguntas. Quizá los únicos que no se cuestionan son el pueblo cristianizado, fruto de un proceso cultural más que espiritual, quienes crecieron en el marco religioso en el que nacieron, sin adherirse nunca plenamente a él, sin distanciarse tampoco”.
Murgia cree que los fieles impíos, los que hacen una vida de fe y de activismo, de espiritualidad y que ejercitan la conciencia terrenal, no son reconocibles en la Iglesia. ¿Por qué esas minorías son discriminadas desde una “institución machista multimilenaria”? ¿Para qué?
El Dios de Murgia es imperfecto, menos omnipotente, parecido a sus criaturas. Es el Dios del Génesis, señala Michela, quien admite que estaba equivocado, ¿cuántos hombres son capaces de hacer eso? Esa pregunta vale oro. Y hay que repetirla constantemente: ¿cuántos hombres somos capaces de admitir que nos hemos equivocado? Cuestión aparte, Murgia cree que la imagen de Jesús “ofrece preciosas intuiciones tanto a la militancia como a la fe, sin que aparezca ninguna incompatibilidad sustancial entre los dos caminos. Es como mujer, como feminista y como cristiana que puedo investigar, practicar y proteger los umbrales, los lugares fronterizos entre las jaulas sociales en las que se espera que todos permanezcamos, en cualquier forma que se presenten”.
El de Murgia es un libro difícil. No puede ser de otra manera un ensayo teológico en el que la iconografía religiosa propicia una reflexión sumamente personal, emotiva e inteligente.
Para contrastar la obra de Michela bien valdría la pena analizar la novela de Murgia que literalmente se conoce en todo el mundo. Me refiero a Accabadora, basada en una historia real y truculenta. En Cerdeña se cuenta la leyenda de una mujer que acababa con los moribundos. Lo que hizo Murgia fue recrear los lazos afectivos de una acabadora con una niña, una hija adoptiva, quien descubre lentamente el vínculo que una vieja tiene con la muerte.