EL-SUR

Miércoles 22 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

POZOLE VERDE

Gólem de memorias

José Gómez Sandoval

Enero 27, 2007

 

En todo caso caso, Tradición y modernidad absorbió de un bocado las tradiciones pictóricas y se nos muestra en compulsivo ejercicio de la fragmentación y la sugerencia, características del arte moderno y de Javier Mariano en particular. Mariano sugiere y aun, a veces, se diría que le da por ocultar. El impacto cromático de la mayoría de las obras marianas es instantáneo, aunque las tengamos a más de diez metros de distancia. Frecuentemente, en la mayoría de las pinturas que conozco de Javier, las figuras parecen nacer del color, en la dislocación o cercanía de dos o varias auras cromáticas, es decir de meros gavilanes cromáticos que este pintor mariado lanzó para exigirle al observador la participación activa de su entrecejo, para que apenas olisqueemos la huella del jaguar, para que espiemos el huevo de polvos de oro de la ciencia, para que le descubramos la pata a los desquiciados tulipanes… Otras figuras se hacen una con el impulso del brochazo (La ronda nocturna, Estival…). Es quizá, entre las pinturas del libro, Aguas blancas, la Guernica guerrerense, la obra de Mariano que, rodeada de tantas referencias, menos preguntas hace: todas están de un fregadazo. Pero así como ésta subraya su sentido trágico por el chorro de rojo magenta que escurre por la esquina superior izquierda, la mayoría de las obras de Mariano nos dan el abrazo completo hasta que les devolvemos la mirada, el calidoscopio enfocado de pronto y ya.
El artista calentano nos jala del brazo y nos embarca en un recorrido de sus atisbos culturales, y sus combustiones simbólicas no sólo demandan nuestras asociaciones míticas o –acaso– históricas esenciales sino que parece intentar comprometer nuestros sentidos.
Algo dice en el lienzo de Tradición y modernidad:
Este espacio soy yo / en mí mismo padezco lo que me alegra / hijo del sol y de la noche / soy el mismo deslumbramiento que me deslumbra / la sombra que me asombra…
Mariano lanzó una piedra de colores al agua móvil de la imaginación participativa. Es un impulso práctico el que lleva a la mirada a leer los colores de izquierda a derecha, como se lee el día: del naranja risueño, pasando por rojos incandescentes y cervicales, al magenta, que ahora es una mancha azulnegra. En el centro, un prometeico lenguetazo de fuego. El sol está al principio. Como el pez. Luego, todo pasa como un quizá de contrastes sinuosos y significativos hasta el tueste. Un ídolo de piedra, una ¿pirámide?, un grisáceo y enigmático pie guernicano alzándose entre la hierba como clamor dramático de la naturaleza o de la especie. Un frontón griego que parece una mina, tal un escarabajo, tal vez cruces, trazos geométricos como huellas escrituradas de pugna, derrota y, de cualquier manera, evolución. Escarabajos de ramas femeninas y fantasmas socarrones. Un día, como no queriendo la cosa, voy a invitarle a Javier Mariano unos tequilas para que alucine con los griegos, que él suele pronunciar con gé mayúscula y signos de admiración, y para que me cuente qué hace en su mural esa avispa chilpancingueña que como que camina y descansa, y espera… un gris serio, casi al final, es decir arriba, al fondo, hace las veces de horizonte.
Como se deletrean el día y otros giros de la memoria y el tiempo.
Si en estas emulsiones óleas alguien advierte sólo una serie de señales de tránsito en una calle larga y retorcida, no habría problema. El mural de Mariano está lejos de la visión idílica, pero mantiene su cualidad de gesto cósmico. Tal vez por eso semeja la caótica plasmación de una intuición colectiva. Tal vez, en su neurosis creativa, el pintor tuvo la maléfica intención de plantearnos de frente los sueños que todos soñamos, las violencias y concordancias que nos habitan, lo que sabemos de muchas maneras y que aun sin saber que lo sabemos despierta nuestra conciencia comunitaria, con ganas de confundirnos y atraparnos a mitad del espejo de la civilización y de nuestro instinto animal.
Mucho ojo. Se nos puede venir encima como Gólem de memorias comunes.
La pintura se lee de izquierda a derecha y de arriba para abajo. Todo en ella asciende. Del hombre en llamas a la sombra blanca del hombre (o mujer) que se dirige a algún lado, quién sabe sino a otro horizonte de fuego, renovando sus modos y su esperanza.
Algo dice en el lienzo:
Estos brochazos soy yo en mí mismo padezco lo que me alegra hijo del sol y de la noche, del fuego y de la tierra / la necesidad y la pregunta / la aventura que arde / arde / y avanza

* Texto escrito con motivo del mural Tradición y modernidad, ubicado en la Cámara de Diputados, y leído ayer en la presentación de Jaguar extremo, de Javier Mariano.