Arturo Martínez Núñez
Febrero 22, 2022
Se quejan de que se les ataca pero en realidad extrañan al ogro filantrópico; dicen que desde Palacio se les persigue y se les censura mientras ellos mienten y vomitan odio día y noche desde las frecuencias concesionadas por el Estado supuestamente censor. Francisco Madero decía cuando se refería a la prensa “muerden la mano del que les quitó el bozal”.
No hay que confundirnos, en México no hay censura, a nadie se le impide decir, escribir o comentar cualquier cosa incluso, si se trata de mentiras o de hechos no comprobados o sin documentar.
A lo que muchos periodistas superestrellas y millonarios –favoritos del príncipe en turno y hoy prósperos empresarios de la comunicación– llaman censura, es a la disminución significativa de los recursos públicos a través de los mal llamados convenios, que significaban y siguen significando en las entidades federativas y en los ayuntamientos, erogaciones multimillonarias poco claras en favor de algunos pocos beneficiarios.
Los que hoy claman y exigen que paren los ataques contra la prensa, nada dijeron a lo largo de las décadas en que la oposición tenía prohibido el acceso a los medios. Solamente algunos editores valientes se atrevían a dar cuenta de las actividades de la oposición arriesgando su puesto, su seguridad, su patrimonio e incluso que el Estado les vendiera papel para poder imprimir los diarios y sus revistas. Hoy se nos olvida que durante décadas de gobiernos priistas y panistas no se podía tocar al presidente ni con el pétalo de una editorial.
Hoy los paladines de la libertad se quejan de que el presidente haga uso de su derecho a hablar todos los días de cara a la ciudadanía. Quisieran que estuviera encerrado y que la vida pública ocurriera a través de exclusivas, filtraciones y trascendidos. No soportan que entre el pueblo y el Presidente no existan medios y que la comunicación sea directa y en tiempo real.
Extrañan al ogro de Palacio que los trataba mal pero que les pagaba bien. Pégame pero no me quites el convenio parecen decir. A esta acción coordinada, se suma torpemente el Frankenstein en que se ha convertido la oposición con los pedazos del Partido Acción Nacional desprestigiado y salpicado por la corrupción y dirigido por una pandilla de muchachos que crecieron en la cultura del moche y del “bisnes”; un Partido de la Revolución Democrática que cada día que pasa se hace más pequeño con el riesgo de desaparecer en el 2024 y la estrella de la coalición es un Partido Revolucionario Insitucional que va perdiendo sus históricos bastiones uno detrás de otro y que el próximo año terminará por perderlos todos; esta plataforma es coordinada, financiada y dirigida por varios empresarios ocultos tras el anonimato y cuya única cabeza visible es Claudio X. González, junior heredero del dueño de Kimberly Clark y aprendiz de golpista.
Que nadie se espante del debate democrático; que nadie se crea que los likes y los retweets equivalen a apoyos de carne y hueso. Lo que debería de preocuparnos no es la democracia y el debate en medios sino el retroceso antidemocrático que encabezan intereses obscuros desde el anonimato. Es la mafia del poder. Son los mismos de siempre, los que nunca pierden, los que siempre ganan, los que cuando el pueblo y las clases medias se empobrecen, ellos se vuelven más ricos porque les encanta que se privaticen las ganancias y se hagan públicas las pérdidas. Extrañan que el Estado les regale concesiones y que los rescate en caso de problemas. Que el pueblo pague en abonos chiquitos los excesos de los ricos de tajadas grandotas.
A los activistas de Twitter, a los paladines de la democracia enquistados en los mal llamados órganos autónomos y que en realidad son cuotas que se repartieron los partidos en proceso de extinción, habremos de responderles de manera democrática el próximo 10 de abril, cuando el pueblo de México saldrá a votar masivamente para que continúe su trabajo y consume su obra por la transformación nacional el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador.