EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Gritos y llantos

Silvestre Pacheco León

Junio 19, 2016

Aquella primera noche en Iguala con mis dos amigas compartiendo habitación en un hotel del centro fue única en más de un sentido.
Las dos habían sido mis novias. Cuando Suria se fue del estado hace diez años, me involucré con Elba que en ése tiempo vivía en Morelos. Ya he contado que nuestra relación duró poco y cargada de culpa porque Elba era amiga de Adela y me dejó confiada con ella cuando perseguido y amenazado por la maña, víctima de una confusión, me había alejado de Acapulco.
Esa noche en Iguala disfrutamos amigablemente nuestro reencuentro, celebrando que el destino nos hubiera vuelto a reunir.
La idea de compartir los tres una habitación había sido decisión de ellas, y nunca les pregunté la razón porque supuse que en el ambiente pesado por la inseguridad que se respiraba en la ciudad, lo recomendable era estar siempre juntos, aunque después también supuse que la razón podía haber sido la escasez de habitaciones disponibles.
La verdad yo no tenía prejuicios ni pudor para compartir la habitación, y sabía que mis dos amigas disponían de amplio criterio como arsenal contra los prejuicios, lo único que me sobresaltaba era la idea de que alguna pudiera descubrir el secreto que para mí era vital mantener, en mi intención de reanudar con cada una la relación que separadamente habíamos cultivado.
Entre bromas acerca de quien dormía con quien, al final ellas se acompañaron.
Creo que fueron las copas que nos tomamos las que ayudaron a que los tres cayéramos pronto en un sueño profundo, dejando a medias las respuestas y los comentarios en que estuvimos enfrascados desde nuestras camas. En mi caso me olvidé totalmente del lugar y de la compañía en que estaba.
Lo que me hizo volver a la realidad, no sé en qué horas de la noche, fue el tenue perfume que comencé a percibir junto a mí, acompañado de una quieta respiración cerca de mí hombro.
Iba a voltearme en busca del origen de aquel olor que inundaba mi cerebro cuando sentí una mano tibia acariciando mi pierna contraria.
–¿Estoy en la cama con mis dos amigas?
La impresión me dejó atónito. ¡Eran mis dos amigas refugiadas en torno a mí! No lo podía creer. ¿Y si fui yo quien dormido se subió a la cama de ellas, me pregunté? ¿Cómo fue que estamos los tres en la misma cama? ¿Se pusieron de acuerdo en asaltarme de ése modo? Y si cada una lo hizo por su cuenta sin fijarse en que la otra hacía lo mismo?
Todas esas interrogantes quedaron atrás porque en seguida las abracé cariñosamente atrayéndolas hacia mí con un impulso que ellas secundaron. Me sentí el hombre más feliz de la tierra, y maldije el momento en que un portazo en el pasillo me despertó, porque entonces caí en la cuenta de que todo lo que sucedía en mi cama era parte de un sueño.
Cuando tuve conciencia de que seguía sólo en la cama inmediatamente traté de volverme a dormir con la idea de atrapar el sueño que abruptamente se había interrumpido.
Mi intento por recuperar el sueño perdido resultó en vano, bueno, no tanto, porque logré quedarme dormido, aunque mis sueños divagaron deshilvanados, como suele suceder con los pensamientos de la mente cuando nos esforzamos en mantener una idea que nos interesa pero la realidad nos distrae.
Ningún esfuerzo mental contó para atraer a mi cama, aunque fuera durante el sueño, a las dos bellezas que dormían a unos cuantos pasos de mí.
Me desperté cuando ya había amanecido y la voz de una de mis amigas dijo que apetecía un café, convocándonos a salir por él.
–Cuéntanos qué soñabas, porque dormías con una expresión envidiable.
–Mejor no me pidas que les cuente porque el único sueño que me interesaba se cortó cuando más lo apetecía, le contesté.
Pronto estuvimos los tres disfrutando del café que nos apetecía mientras planeábamos el trabajo del día.
Caminamos hasta la sede del consejo distrital del INE y entrevistamos a los funcionarios a cargo.
–En el distrito con cabecera en Iguala no tenemos ningún problema de los que se han generado en otras partes a raíz de la agresión a los normalistas, nos dijo.
–Los maestros de la Ceteg saben el grado de riesgo que se corre en Iguala para andar protestando, dijo alguien.
Nos quedó claro que fuera del amago de los maestros de boicotear las elecciones, el mayor obstáculo para ello era la inseguridad generada por el crimen organizado.
Algunos hechos registrados en ése que es el segundo distrito electoral, de amenazas y agresiones contra los capacitadores electorales y miembros del Registro Nacional de Electores justificaban aquella afirmación, y también la escasa respuesta que había tenido la convocatoria del Instituto para contratar a capacitadores electorales y, sobre todo, para conseguir el número de ciudadanos encargados de hacer funcionar las mesas de votación.
El año pasado en la zona de la sierra habían detenido y amenazado a una brigada del Registro Nacional de Electores y se registró un intento de abuso contra una capacitadora.
Después estuvimos en la iglesia de San Gerardo donde contactamos a varios representantes de ONGs apoyando a los familiares que se dieron en llamar Los Otros Desaparecidos, quienes se organizaban para localizar en los cerros aledaños los entierros de cadáveres que descubrieron el enorme cementerio que la complicidad del gobierno y los criminales convirtieron a la ciudad de la bandera nacional.
–Pero nada ha cambiado porque Iguala sigue en manos de los criminales, dijo un vecino de la ciudad.
–Pero ahora está la Gendarmería, respondí.
–Lo único que van a lograr con su presencia se verá dentro de nueve meses, comentó un octagenario presente en la plática.
–¿Qué va a pasar y por qué en nueve meses preguntaron mis compañeras intrigadas?
–Nomás vean a los policías y a los soldados en la calle. Se la pasan enamorando jovencitas. Nomás las van a embarazar y cuando estén pariendo sólo oiremos sus gritos de dolor y el llanto de las criaturas que nazcan.
–Ajá, eso sucederá en nueve meses, dije entendido.