EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Guerrero, el documental

Tryno Maldonado

Octubre 09, 2018

Hace unos días, durante mi participación en las Jornadas de Tlatelolco a Ayotzinapa, alguien de la audiencia se levantó indignado para recriminarme lo siguiente: en mis textos no doy voz ni incluyo testimonios tanto del Ejército como de las diferentes corporaciones policiales que han participado en casos de desaparición forzada –así es, y lo hago por convicción personal–. A lo que respondí en ese momento, sin dudarlo, que si el Estado mexicano y sus brazos armados para el despojo –como el Ejército, las policías y el narco–, tiene ya el monopolio de la violencia, ¿por qué como escritores, cineastas, periodistas, individuos o colectivos, habríamos de dejarle también en sus manos el monopolio de la narrativa de esa violencia? ¿Por qué habríamos de concederle al Estado monopolizar la narrativa de esa guerra que él mismo ha instaurado contra la población? Cuando vi, más tarde, el documental Guerrero de Ludovic Bonleux (Francia, 1974), su manera de abordar el fenómeno de la desaparición forzada vino a reforzar en mí esa certeza que ha dado forma a mis textos de los últimos años: narrar desde abajo, a partir del respeto, el acompañamiento a las víctimas y el afecto como categoría política. Jamás desde arriba. No darle voz al poder.
A raíz de la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa se ha generado una considerable memoria visual y escrita del terror que el Estado mexicano siembra en Guerrero y en todo el país. Dentro de ese acervo destacan las memorias de quienes han caminado con las víctimas y que dejan constancia de los procesos organizativos que se han reforzado o que han nacido para resistir ante esa violencia de Estado. La elección de historias a las que Ludovic Bonleux recurre para relatar esos procesos organizativos que dan un paso al frente en la rebeldía y la resistencia en Guerrero, son tres: una persona que enseña a la comunidad: el profesor rural Juan López, de la CETEG, en Tlapa; una persona que busca en colectividad a los desaparecidos entre las fosas ante la incapacidad y colusión de las instituciones para no hacerlo: Mario Vergara Hernández, de Los Otros Desaparecidos de Iguala; y una persona que se organiza para resistir: Coni López Silva, que camina con la policía comunitaria del FUSDEG.
Una escena. Mario Vergara –que hace la búsqueda incansable de Tomás, su hermano desaparecido, y ha descubierto en su camino decenas de fosas con restos humanos–, trabaja en su establecimiento mientras la transmisión en la pantalla era tomada por el gobierno federal. La noche del 7 de julio del 2015, Enrique Peña Nieto envió un mensaje en cadena nacional tras una tensa jornada de elecciones federales, particularmente en Guerrero. Peña Nieto se congratuló por lo que, según él, fue un proceso electoral partidista “exitoso”. Pero recalcó de manera enfática que existieron quienes “quisieron violentar” esa llamada fiesta de la democracia.
El movimiento de las familias de Ayotzinapa y la Asamblea Nacional Popular celebrada en Tixtla, habían llamado al pueblo de Guerrero a boicotear las elecciones federales del 2015: no sólo en protesta por los nulos resultados en la búsqueda de los 43 estudiantes y los cientos de desaparecidos en el estado, sino ante la campaña de estigmatización y represión que el gobierno de Peña Nieto emprendió contra familiares de los desaparecidos y los normalistas. Al tiempo que Peña Nieto se congratulaba por lo que consideró un día de celebración, en Tlapa, donde el ayuntamiento fue ocupado por el pueblo, la Policía Federal incursionó en la colonia Tepeyac para asesinar por la espalda a Antonio, Toño, Vivar Díaz, un joven activista social del Movimiento Popular Guerrerense. “Su único delito fue exigir justicia para los 43 estudiantes desaparecidos”, dijo Alma, su hermana, durante el velorio.
Mario Vergara busca entre los restos de personas en una fosa con las manos desnudas como ha hecho cada domingo desde hace años, el mismo día de las elecciones, en tanto dice ante la cámara que los procesos electorales partidistas, a ellos, familiares de desaparecidos, ya no les generan ninguna confianza, ningún interés: “Desde hace mucho que (el gobierno y nosotros) hablamos dos lenguajes distintos”.
Esa verdad a la que Mario ha llegado a través de la acción directa, el profesor Juan la sostiene desde la organización popular: “A lo largo de los años, los partidos políticos han servido para dividir al pueblo”.
Uno de los objetivos del poder al recurrir a la desaparición forzada es generar terror y silencio entre las familias, entre la comunidad. El silencio le quita sentido a la realidad. Genera un trauma. Recuperar la voz de las víctimas de esta guerra es una forma de recuperar la palabra colectiva y de volver a dotar de sentido a la realidad. Pero también de sanar de ese trauma como país. Guerrero, de Ludovic Bonleux, como muchos de los emprendidos por periodistas mexicanos, es un testimonio duro de ver, pero necesario para emprender en colectividad un camino de memoria, justicia y sanación como país.