EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Guerrero en estos días. Tributo para Acapulco, Urdaneta y el Galeón de Manila

Rogelio Ortega Martínez

Octubre 26, 2015

(Decimacuarta entrega)

*A la profesora Rosaura Martínez Ríos, mi madre. En su ruta final. Ejemplo de trabajo y convicción de servicio.

Acapulco es, en muchos sentidos, un lugar de encuentros, de llegada y partida, de entrada y salida, de radicación y tránsito, de raíz y origen. Su bahía, bautizada por los españoles con el nombre de Santa Lucía, se antoja imaginarla como el saludo de un amplio abrazo a los que entran desde el mar, y de efusiva despedida a quienes se van por tierra o se internan en las aguas del Pacífico. Formada por dos potentes macizos que descienden desde las elevadas crestas de la Sierra Madre del Sur, para convertir su follaje de coníferas en las alturas del cerro del Veladero en arbustos y chaparrales de la selva tropical en el cerro del Tigre y en las bajas estribaciones que derivan en arenas de diversa textura, acantilados como el de la emblemática Quebrada y monolitos dorados de formas fantásticas como la piedra del Elefante, que desafían el oleaje desigual del mar del sur. Como hecha con la mano de un inspirado y diestro escultor, encontramos en la bahía islotes, morros, cabos y arrecifes que frenan de manera natural la fuerza del mar para ocasionar en sus playas un manso oleaje aun en plena bocana, con sus plácidas ensenadas en sus bordes extremos (Icacos y Manzanillo) y en su exterior un remate de ensueño y placidez de olas en armónica combinación con las tersas y asperas arenas de las tradicionales playas de Caleta y Caletilla, coronadas por un islote de caprichosa belleza, conocido hoy como “Mágico Mundo Marino”, que separa ambas; enfrente, un alto dique natural de rocas templadas al fragor de todo el peso del sol del trópico, la lluvia tenue, recias tormentas tropicales, ciclones turbulentos, huracanes despiadados, el bravo oleaje, la constante y sutil brisa marina, promontorio de rocas donde yace bajo sus aguas agitadas la Reina de los Mares, una versión acapulqueña de nuestra deidad Guadalupana y, más allá, la imponente, majestuosa, plena de exuberante belleza isla Roqueta.
El Acapulco de hoy es paradoja y contraste con su historia, tradición y belleza. Ha sido catalogado recientemente como una de las ciudades más peligrosas del mundo, después de San Pedro Sula, Honduras y Caracas, Venezuela. Dicha afirmación inhibe al turismo que quiere venir a Acapulco, en especial al turismo extranjero. Hace muchos años que perdimos al gran turismo. Se descuidó Acapulco. Se contaminaros sus playas. Miles de vendedores ambulantes las invaden todos los días intentando vender alguna mercancía para mitigar su sustento diario. Y, lo más grave, desde hace nueve años la delincuencia organizada impuso su huella indeleble de violencia salvaje. Doce grupos delincuenciales se disputan el territorio día a día. Vendedores de drogas, secuestradores, informantes y cuidadores de plazas, raptores de mujeres para trata de personas, cobradores de piso y extorsión. Desgracia para Acapulco, para las familias de quienes involucrados en este peligroso círculo delincuencial pierden la vida de forma atroz día a día. Y, pese a todo, cada fin de semana, pero en especial en las temporadas vacacionales y puentes largos, la gente sigue llegando a Acapulco. Miles de turistas nacionales y extranjeros lo siguen visitando, disfrutando y tributando a nuestra emblematica y extrordinaria Perla del Pacífico.
Como los supuestos de la ciencia son consensos absolutos, mientras no se demuestra lo contrario. Acuerdense, mis estimados cuatro lectores, que Plutón era planeta y ahora resulta que es nebulosas. Partimos de la idea de que estas tierras de lo que hoy es Acapulco y en su connotación más amplia el sur de México, fueron pobladas, hece miles de años, por oleadas de seres humanos que, procedentes de Asia entraron al continente a través del estrecho de Bering y descendieron por toda la vertiente de lo que hoy llamamos litoral del Pacífico en el continente americano. Las primeras mujeres y hombres que se radicaron en Acapulco construyeron una civilización original que contribuyó ampliamente a la denominada cultura mesoamericana, desde la más remota, la cultura madre: la Olmeca, como lo reivindica don Miguel Covarruvias y verifican los estudios empíricos de la llamada cerámica Pox encontrada en Puerto Marqués, además de los petrograbados de Palma Sola, Majahua, Boca Chica, La Sabana, La Máquina y El Coloso; junto con los vestigios pictóricos de Pie de la Cuesta (el venadito) y el testimonio de asentamientos urbanos en la llamada Ciudad Perdida.
Ya en el horizonte del postclásico, doscientos años antes de la llegada de los españoles, en plena juventud de la hegemonía mexica, Ahuizotl, Huey Tlatoani de la dominación teocrático-militar-tributaria de la época, decidió extender su dominio en las tierras del sur, donde, para su sorpresa encontró sociedades organizadas en armonía con sus vecinos y su entorno natural.
Los yopes, me’phaas, tlahuicas, ná saví, mñondá y chontales, entre otros, se incorporaron, no como pueblos dominados y tributarios sumisos, sino como aliados de los mexicas.
Cobra fuerza esta convicción, al enterarmos que una de las principales deidades del panteón mesoamericano es aportación de los yopes. Xipetotec, Nuestro Señor Desollado, es uno de los cuatro Texcatlipocas, hijo de la pareja divina: Ometeotl, Dios dual que representa lo masculino y femenino a la vez. Yopitzingo es uno de los siete pueblos de Chicoztoc, los que descienden del Cerro de las Siete Cuevas. Emparentados con los aztecas, provenientes de las siete tribus nahuatlacas y del Lugar de la Virilidad.
La gran deidad de la lluvia: Tláloc, también fue aportación de estos pueblos del sur a los del altiplano, junto con las dos más grandes deidades del preclásico y el clásico: el tecuani o Jaguar y la serpiente emplumada: Quetzalcóatl. Ambas figuras totémicas las podemos apreciar en las pinturas de la Gruta de Juxtlahuaca y en la Cueva de Oxtotitlán o en los vestigios de la Organera en Xochipala, Teopantecuantitlán en Copalillo y Cuetlajuchitlán en Paso Morelos.
En una lectura de la leyenda de Acapulco, nos vamos a encontrar con la exaltación de la belleza, el amor, el valor, las pasiones, los cataclismos y la fusión en los encuentros intensos. El drama, la epopeya y el amor realizado de Quiahuitl y Acatl, la primera una hermosa doncella yope; él, un apuesto guerrero mexica. Él, en obediencia a la orden de expansión y dominio de su tío Ahuizotl, presentó sus oficios diplomáticos ante los principales de Yopitzingo para pedir tributo y subordinación a la hegemonía mexica. Los Yopes se negaron. En la convivencia diplomática, Acatl fue encantado por la belleza natural del paisaje, la hospitalidad de sus moradores, su valentía y disposición a la resistencia; y también, por la fuerza del amor producido por Quiahuitl, la hermosa joven yope. Acatl apela ante sus superiores para evitar la guerra, pero se impuso la beligerancia. La guerra entre yopes y mexicas se hizo inminente. Entonces intervienieron los dioses y se produjo un cataclismo. Una tromba entró violenta por la bahía, descargó su furia pluvial en el macizo montañoso que forma el anfiteatro ocasionando la destrucción de la barrera natural de carrizos que separa las aguas potables de las salobres, y los manglares que absorben la sal que se filtra en los mantos puros, tambien sucumbieron. Se unieron así, las aguas del mar con las aguas dulces de los pantanos, arroyuelos, ríos, esteros y lagunas. Despues de la destrucción surgió el nuevo nombre: el Lugar Donde se Rompieron los Carrizos: Acatl Pol Co. Acatl y Quiahuitl, también se unieron, tirunfó la armonía, el amor y la paz, después del cataclismo. Se aprendió de la señal de los dioses.
Después del desastre, la armonía, después de la tempestad la calma, y el aprendizaje. La unidad de yopes y nahuas, de Acatl y Quiahuitl. Se edificó lo nuevo sin dominados ni dominadores, todos como pueblos unidos, hermanados.
A diferencia de los primeros pobladores del continente que llegaron de Oriente durante la última glaciación en busca de mejores lugares para radicarse como pueblos y civilizaciones fundantes, originarias y originales, los conquistadores y depredadores llegaron de Occidente el 12 de octubre de 1492.
Con singular obsesión, los tehules buscaban el Oriente para restablecer la ruta de la seda y las especias. En esta obsecación se encontraron con una nueva masa continental desconocida en el mundo circundante unido a Europa. La ambición y obsesión creció con los mitos y leyendas de los seductores sueños dorados, los cuentos, relatos y algunas someras evidencias de las ciudades de oro y de las fuentes de la eterna juventud, Cíbola y Quiviria.
Con esa obsesión vivió y murió Campanella y Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Con esta devoción Vasco Nuñez de Balboa se topó con el mar del sur al consumar la travesía del nuevo continente a través de la parte más estrecha: el istmo de Panama. Tal hazaña se registró el 29 de septiembre de 1513, y generó un nuevo desafío: encarar la navegación de lo que Balboa bautizó como Mar Pacífico.
Al paso del tiempo, dos grandes hazañas se fraguaban en el mismo año pero en latitudes diferentes. Éstas, a la postre, harían de Acapulco su lugar de concurrencia para nuevos desafíos y nuevos encuentros. En 1519 Hernán Cortés se proponía denodadamente la conquista de la gran Tenochtitlan, mientras Fernando de Magallanes, el mismo año, se disponía a realizar el viaje de circunnavegación del mundo. En 1521, Cortés logró su objetivo, lo que le permitió, en 1522, conocer Acapulco autonombrándose Adelantado del Mar del Sur. Cortés de inmediato se dio a la tarea de construir navíos en Tehuantepec, Acapulco y Zacatula para explorar la costas del Pacífico.
Varias fueron las expediciones frustradas encabezadas por Hernando de Grijalva, Diego Becerra, Fortín Jiménez y Diego Hurtado de Mendoza, entre otros. Hasta que en 1533 el propio conquistador logró la mayor hazaña de cabotaje de la época en el Mar del Sur, navegó hacia el norte, pero nunca encontró las ciudades de oro y vida eterna. Se topó con una prolongada península de exuberante belleza que hoy conocemos con el nombre de Baja California. Y a la extensa franja de agua que separa la península del continente se le bautizó como Mar de Cortés.
Por la otra parte, la aventura de Magallanes culminó con éxito en 1522, aunque ya no le tocó ver su triunfo, ya que después de atravesar el estrecho que hoy lleva su nombre en la parte más septentrional del continente, en un pequeño archipiélago murió atravesado por una lanza de los nativos que agraviados por la presencia de los occidentales los atacaron con furia, además de las hostilidades del escorbuto, las fuertes tormentas y las bravas marismas que se ocasionan donde se fusionan las aguas de los dos grandes océanos.
Fue su discípulo y compañero de desafiantes aventuras, Juan Sebastian Elcano quien con la Nao Victoria continuó la travesía, y llegó con éxito a Sevilla, logrando el primer viaje marino de circunnavegacion del mundo.
No conformes los españoles con las riquezas que les prodigaban la conquista de la gran Tenchtitlan y la de los pueblos andinos del nuevo continente, continuaban con su obsesión por Oriente. En 1525, el emperador Carlos V organizó una nueva flota para buscar la ruta de la tornavuelta. El 24 de julio de 1525 partieron del puerto de La Coruña siete navíos que sumaban 450 hombres entre marinos, soldados y pajes. Esta expedición estaba encabezada por el diestro marino Juan Sebastian Elcano, pero al igual que Magallanes, falleció en el desastre de la expedición. Y tal como le pasó a Elcano en su acompañamiento a Magallanes, Andrés de Urdaneta, diestro y joven marino de origen vasco, sobrevió. Años después, el rey Felipe II encomendó al audaz navegante y próspero empresario Miguel López de Legazpi, la expedición de expansión, conquista y colonización hacia el Oriente y retornar a la Nueva España. Legazpi puso todo su empeño, sagacidad, experiencia y fortuna en la empresa. A petición del visitador Jerónimo de Valderrama, del virrey Don Luis de Velasco, del propio emperador Felipe II, y por supuesto con la debida intervención de Legazpi, se invitó a Urdaneta para ponerse al frente de la nueva aventura en la búsqueda de la expansión hacia Oriente y la tan anhelada tornavuelta. Urdaneta aceptó, no sin intrigas y contratiempos que bien pudo sortear los del mar, no así los de la naturaleza humana.
Andrés de Urdaneta junto con Legazpi partiereon con su flota saliendo de Barra de Navidad, localizada ésta en lo que hoy es el estado de Jalisco. Aprovechó los llamados Vientos Alisios que le fueron propicios para llegar, después de 93 días de travesía, al archipiélago que une al oceano Pacífico con el tan anhelado Oriente. Legazpi, para tributar a su rey Felipe II, bautizó al archipíelago con el nombre de islas Filipinas, tomando posesión de ellas en nombre de la corona española. Luego, el mayor desafío, el rumbo de regreso al continente: la tornavuelta. El audaz Urdaneta, el mayor conocedor de los mares del mundo, puso a prueba sus saberes y su intución. Orientó el rumbo de sus velas en diagonal y hacia el norte del continente americano hasta encontrar lo que hoy conocemos como la corriente marina del Kuro-Shivo. La encontró y le fue propicia para realizar el tan anhelado viaje de tornavuelta.
Al llegar a las costas de lo que hoy es  el estado de Nayarit, el joven capitán de apenas 19 años, Felipe Salcedo, nieto de López de  Legazpi, preguntó a su maestro y almirante qué ordenaba y  “Urdaneta solo dijo una palabra, Acapulco”. (Benítez, 1992, 28). Con esa frase lacónica se selló un nuevo encuentro y un nuevo destino para Acapulco. Acapulco se habría de erigir en el lugar de confluencia de comerciantes, trabajadores de mar y de tierra, aventureros y buscadores de fortunas, piratas, corsarios y bucaneros, pero sobretodo y quizá lo más importante en el encuentro y confluencia de gente  talentosa, emprendedora, trabajadora y creativa.
El sincretismo y encuentros de todo el mundo en Acapulco. Urdaneta cerró una fase e inauguró el inicio de otra. El punto de unión entre el Oriente y el Occidente, entre México y Veracruz, entre México y La Habana, entre México y Europa, entre Acapulco y el mundo.
Doscientos marinos salieron con Urdaneta de Filipinas en el viaje de tornavuelta, pero al llegar a Acapulco, solo 17 estaban en pie. El destacado cronista Fernando Benítez describe así el episodio, dando pie a otra reflexión: “A la entrada a la bellísima bahía los 17 hombres yacían moribundos en sus jergones. Restaban Urdaneta y Salcedo. Haciendo un último esfuerzo los dos abatieron las velas y echaron las pesadas anclas. Negros, mulatos, indios y algunos españoles los sacaron en camilla. Urdaneta bajó solo, indemne, sosegado. Parecía salir de un profundo sueno” (ibid.) La nueva reflexión se refiere a la composición del tejido social de Acapulco.
Legazpi reclutó a mestizos, mulatos, criollos, españoles, y lo relevante del dato, expuesto por el maestro Benítez, es que por primera vez se comenzó a usar el denominativo de mexicano para llamarse entre todos los nacidos en la Nueva España, sobreponiéndose al de español.
Así, hace 450 años, el audaz Andrés de Urdaneta consumó la gran hazaña de la deseada, anhelada tornavuelta. Legazpi se hizo gobernador de Filipinas y aprovechó la ruta de Urdaneta para que los legendarios navíos viajaran de Acapulco a Manila dos veces por año. Y, siempre, de ida y de vuelta haciendo escala en Zibú. El Galeón de Manila, la Nao de China, el Galeón del Pacífico. Y al llegar a Acapulco, cada seis meses, la feria de la nao de China.
Un jesuita conocido como el padre Colín testimonió lo siguiente: “Manila es como cualquier otro emporio de nuestra monarquía debido a que es el centro donde fluyen las riquezas de Oriente y Occidente. La plata del Perú y de la Nueva España, las perlas y las piedras preciosas de la India, los diamantes de Goa, los rubíes, zafiros y topacios de Tailandia, la canela de Ceylán, la pimienta de Sumatra y de Java, el clavo, la nuez moscada y las especies de las Molucas y Bunda, ricos cortinajes y colchas de Bengala, alcanfor de Borneo y marfil de Abada y Cambodia, la algalia de Lequiois, y de la Gran China, sedas de todas clases, cruda y tejida en terciopelo y damascos, tafetas y otras texturas diferentes, linos, manteles y panuelos de algodón, artículos esmaltados en oro, bordados, porcelanas, papel, y otras preciosidades de gran valor y aprecio; de Japón, ámbar, sedas de colores, escribamas, cofres y mesas de maderas preciosas laqueadas y con adornos curiosos y mucha fina platería” (ibid. 31).
“Qué era la Nao de China? Algo que se escapa a la historia, una nave de Turner esfumada en el resplandor del crepúsculo, un tesoro de Aladino que cabalgaba sobre la espalda del océano, un purgatorio marinero, un barco fantasma, la nave de los locos, la ambición de los reyes, el botín de los piratas, la falda de las mujeres, los manteles de Damasco, el pañuelo de los adioses, el sufrimiento humano, la lotería de los pobres, la riqueza de las naciones, el ave del paraíso, una magia que duró 250 años y que sólo se extinguio cuando el viento de la Independencia la echó a pique. Desde entonces permanece intacta en el fondo del mar”. Transcurría el año 1815. ¿Alguien podrá rescatarla?
Al inicio de mi gobierno me pregunté qué podía dejarle como legado a Acapulco. Avanzar en los trabajos inciados por el gobiernos anteriores, desde el del contador Zeferino Torreblanca y la mayoría de ellos inciados por el licenciado Ángel Aguirre. La remodelación de la Roqueta; recuperar el Mágico Mundo Marino y reestructurar su acceso entre Caleta y Caletilla; ayudar a los parianistas de Caleta; avanzar en la remodelación del zócalo; de la calle Morelos y construcción del Museo de las Ocho Regiones; culminar el Edificio Inteligente; la ampliación del paso a desnivel Bicentenario; el Acabús; el Macrotúnel; el nuevo Hospital General; una Clínica de Hemodiálisis, y el nuevo rastro municipal. En varias ocasiones recorrí desde la Roqueta, hasta La Venta y La Sabana, para supervisar personalemnete el avance de las obras. Enfrentamos obstáculos que fuimos superando uno a uno. Le tocará al Lic. Héctor Astudillo Flores inaugurar este gran legado para Acapulco. Obras, ciertamente, de continuidad como el Edificio Inteligente (Fernando Donoso siempre nos corrige diciendo que no es edicio inteligente sino Edificio Sustentable. Tiene razón, pero yo le contesto que igual me gusta decirle edificio inteligente, porque lo inteligente tiene que ver con la sustentabilidad).
Quedará un modesto tributo para Acapulco. Le pedí al maestro Marcelo Adano que diseñara y confeccionara una réplica a escala del galeón de Andrés de Urdaneta, con el que realizó la hazaña de la tan comentada tornavuelta, la Nao San Pedro. Me llevo la satisfacción de haberle entregado al Fuerte de San Diego un patrimonio más, para orgullo de las y los hombres de mar y de tierra, para mi entrañable Acapulco.
Enchido de orgullo al inaugurar la sala de exposición de la Nao San Pedro, el galeón del gran Andrés de Urdaneta. De ver la emoción de Víctor Hugo Jasso, director del Fuerte de San Diego, del Lic. Evodio Velázquez, alcalde de Acapulco y del maestro Marcelo Adano, en el marco de la inauguración del noveno Festival Internacional de la Nao de China.
Rescatemos Acapulco, tributemos a Urdaneta y al Galeón de Manila recuperando a nuestro Acapulco de los despiadados piratas modernos, pichilingues y malandrines que todos los días lo asedian dejando una estela de agravio, violencia y malestar social. Ganémosle a los malos.
Las y los buenos somos más. Juntas y juntos podemos.