EL-SUR

Lunes 04 de Noviembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Gustaba de las débiles y las enfermas

Federico Vite

Junio 07, 2016

Edgar Allan Poe tenía una debilidad por las mujeres frágiles; no importaba si las damiselas estaban enfermas o emocionalmente quebradas, el poeta se dejaba ir, cansino y kamikaze, sobre la señorita en cuestión. Escogía una chica y la mareaba con su verbo de escritor; al final, la realidad terminaba imponiéndose: era pobre, borracho y megalómano. Tuvo fortuna en las artes del ligue, pero desgracia en el amor. Se involucró especialmente con tuberculosas y disfrutó algunos momentos de pasión con una que otra loquita adinerada que simplemente lo vio como un bicho raro, caprichoso e incluso valiente. Al poeta sólo le bastaba con sentirse querido, acompañado, protegido por el corazón de una mujer. No era importante que fueran guapas o de buen cuerpo; lo esencial era la práctica de la seducción. Seducía por deporte, sobre todo a mujeres jóvenes, blancas y débiles de carácter.
Cuenta Peter Ackroyd en su libro Poe. Una vida truncada (Traducción de Bernardo Moreno Carillo. Edhasa, España, 2009, 179 páginas) que este hombre siempre estuvo predestinado para el sufrimiento, de hecho lo anhelaba con tal fuerza que uno no podía más que testimoniar la lucha contra sí mismo del poeta. Lo han descrito de muchas maneras, dice Ackroyd, ambicioso, galante, comedido, educado, celoso y, por supuesto, ebrio. Cuando bebía, el autor de El cuervo se transformaba en alguien teatral, agresivo, pretencioso; de pronto, retador; en seguida, autocompasivo. Después de las borracheras (se dice que no se embriagaba seguido, pero cuando empezaba a tomar alcohol era imposible detenerlo. Perdía la conciencia, porque esa era la única manera de no ser él mismo, de huir por un rato de su sique atormentada.) pasaba días en cama. Uno de sus conocidos lo describió como alguien más inestable que el agua. “Parece una simple envoltura de hombre”, dijo.
La señora Smith, afamada organizadora de tertulias en Nueva York, cuenta que Poe gustaba de socializar con mujeres intelectuales; se portaba caballerosamente, atento e incluso seductor. Con los hombres era poco tolerante. “Las mujeres sucumbían a su fascinación y lo escuchaban en silencio. Poe siempre iba pulcramente vestido; su porte y modales eran los de un caballero. No bebía en mis reuniones. Se mostraba amable, sosegado y natural. Era irresistible para algunas señoritas”, señala esta animadora de la vida cultural de Greenwich Street. Al terminar las tertulias, con el ego bien fortalecido, Poe se iba directamente a trabajar a la sala de redacción de
Burton’s Gentleman’s Magazine.
Estuvo sin consumir alcohol por bastante tiempo. Sus largas jornadas de ebrio pendenciero fueron motivadas por los periodos de luto y de penuria, momentos realmente amargos, funestos, característicos de Poe. Instantes que hicieron la leyenda de este hombre moldeado por el sufrimiento.
El biógrafo ahonda en un aspecto atractivo, en cómo se va construyendo el universo interno del poeta. Detalla los viajes transoceánicos, la sensación de ansiedad que el Poe niño sufrió en altamar; las primeras visitas al cementerio y las pesadillas recurrentes de Allan (un rostro gélido y espectral que lo observaba fijamente mientras él dormía); sobre todo, testimonia el temor a la oscuridad que padeció el huérfano Poe durante la infancia y la adolescencia. Era asiduo al teatro, su madre fue actriz de cierto prestigio. Ingresó al ejército de Estados Unidos y, de pronto, empezó a darse cuenta que su única meta era volverse escritor, alguien capaz de mostrarle al mundo la densidad de esa zona amplia del misterio que él comprendía fácilmente, parecía que debido a las penurias de su endeble vida afectiva lograba imaginarse (inventar por escrito) catástrofes de proporciones infernales.
Hay cosas que nunca existieron, dice Ackroyd, salvo en la imaginación de Poe y para él, todo estaba resuelto si lo imaginaba. “Por ejemplo, convenció a la señora Clemm y a su hija Virginia, una adolescente con la que Poe terminaría casándose, de que se fueran a vivir a Richmond. Les aseguró que les había encontrado una casita preciosa en un lugar apartado, tranquilo, digno de ellas. Aceptaron irse a Richmond. Ese sitio no existía, así que Poe tuvo que conseguir un sitio barato y pequeño para vivir en el centro de la ciudad con ellas. No sólo se trataba de una mentira, sino que en el fondo, Poe tenía la certeza de que todo lo que ponía por escrito terminaría convirtiéndose en realidad. Escribía por esa razón, porque trataba de moldear su presente y cuando eso no ocurría entraba en las habituales crisis de profunda melancolía”, refiere el autor.
Charles Baudelaire señala que la muerte de Poe fue prácticamente un suicidio, pues hay una serie de hechos confusos en los que siempre falta un elemento que debería explicar toda la secuencia de equívocos del poeta, errores fatales, adioses como ramos florales.
Ackroyd afirma que Poe se creía infausto desde el día mismo de su nacimiento. Se precipitó, dice el biógrafo, hacia un secreto que ya no quiso comunicar. El día de su muerte llovió e hizo frío en Baltimore. El entierro duró cinco minutos. Ninguno de sus familiares estuvo presente. A los 40 años, Poe dejó de existir. El dictamen médico indicó que la causa de muerte fue una congestión alcohólica, pero muchas personas afirman que en realidad se trataba de un envenenamiento. Dijo rotundamente adiós, como el portazo de un monstruo sagrado en busca de más droga.
Nietzsche y Kafka lo honraron; fue admirado por Dostoyevski, Joseph Conrad y Jame Joyce, quienes vieron en él la semilla de la literatura moderna. Ese huérfano, el espíritu oscuro de la poesía estadunidense, tuvo la osadía de morir ebrio, confundido y creyendo que al fondo de todo el hilo negro que es la vida encontraría por fin a esa mujer con la que había soñado, una enferma y débil de carácter que lo amaría mientras él jugaba con la oscuridad creciente. Era un poeta, no podíamos esperar menos de un hombre como el sombrío Edgar Allan Poe.
Ackroyd es autor de varias novelas (El diario de Platón, El Golem y el music hall, Los Lamb de Londres), pero esencialmente se desempeña como un historiador literario. Ha recibido muchos premios por las biografías de Tomás Moro, William Blake y Charles Dickens; su trabajo más reconocido es sobre la identidad y la obra de William Shakespeare. Que tengan un poético martes.