Gaspard Estrada
Noviembre 30, 2016
Desde hace algunos años, el proceso de construcción de la Unión Europea (UE) parece haber perdido el rumbo. En efecto, hasta finales de los 1980, este proceso tenía dos objetivos: por un lado, instaurar la paz a través de la economía, para evitar la reproducción de las guerras entre europeos, en particular entre franceses y alemanes. Por otro lado, al crear riquezas, se quería mostrar a los países de Europa del Este, los llamados satélites de la Unión Soviética, que existía una alternativa al régimen del bloque socialista. Desde este punto de vista, la UE tenía una frontera, el muro de Berlín, y un objetivo político, reforzar la integración política y económica de la UE para darle consistencia práctica a este ente sui generis. Sin embargo, con la desaparición de la URSS, este horizonte comenzó a diluirse. La UE quiso expandir su área de influencia, al aceptar en su seno a antiguos miembros de la URSS, al tiempo que abrió negociaciones con países como Turquía. Por otro lado, la creación de una moneda única, el Euro, mandó una señal muy fuerte de fortaleza tanto hacia los mercados como hacia las otras grandes potencias del mundo, como Estados Unidos, la nueva Rusia, China o Japón. Sin embargo, lo que no estaba previsto es que esta región fuese afectada por una serie de sobresaltos en la economía, lo que provocó el aumento de la deuda pública de la mayor parte de los países, que perdieron entre tanto el control de su política monetaria, delegada al Banco Central Europeo (BCE). Estos problemas en la economía derivaron en una profunda crisis social y política, en particular en países que no disponen de mecanismos de seguridad social bien implantados, como Portugal, España o Grecia.
Frente a este escenario inédito, la clase política europea se ha destacado por su inmovilismo, lo que ha provocado un gran desencanto en la población. La falta de respuestas concretas en el plano político y económico se ha acompañado de malos resultados electorales para los partidos que han apoyado sin reservas a las políticas auspiciadas por la UE, en particular en el terreno económico. Desde entonces, estas alternancias electorales en el plano nacional, y la derrota de las opciones “integracionistas” durante la votación de referéndums sobre la UE, han provocado que numerosos analistas se planteen la posibilidad de un desmembramiento paulatino del proyecto de la UE. Si bien hasta este año los gobiernos emanados de corrientes políticas “euro escépticas” se encontraban únicamente en pequeños países de la UE, hoy en día esta situación está cambiando con rapidez. En países como el Reino Unido, España, Grecia, Italia o Francia, el rechazo al aumento del carácter supranacional de la UE se ha vuelto un buen argumento político en tiempos electorales. El problema para la UE es que una buena parte de los políticos que defienden la reducción de las prerrogativas supranacionales están a las puertas del poder.
En Francia, la impopularidad récord del presidente François Hollande ha permitido que Marine Le Pen, la dirigente del partido de extrema derecha Frente Nacional e hija del fundador de este partido, Jean-Marie Le Pen, encabece las encuestas de opinión. Sin embargo, la victoria, el pasado domingo, del ex primer ministro François Fillon en las elecciones primarias de la derecha ha disminuido la tensión existente en el seno de la elite política y económica del país, que de modo general apoya el mantenimiento del carácter supranacional de la construcción europea. Para muchos observadores de la vida política de Francia, una eventual victoria de Fillon en las elecciones presidenciales del próximo año, si bien alejaría el espectro de una salida unilateral de Francia de la UE, no quiere decir que el statu quo se mantendrá. En los próximos meses sabremos si este pronóstico se confirma.
* Director Ejecutivo del Observatorio Político de América Latina y el Caribe (OPALC), con sede en París.
Twitter: @Gaspard_Estrada