Jorge Zepeda Patterson
Marzo 28, 2005
Entre América Latina y Estados Unidos se está profundizando una brecha ideológica de temibles consecuencias. La radicalización del segundo mandato de Bush, por un lado, y la creciente emergencia de gobiernos de centro y centro izquierda en América Latina que buscan alternativas al neoliberalismo, por el
otro lado, permite anticipar una confrontación inexorable en los próximos años.
Cuando George Bush ganó la reelección, todos los analistas coincidieron en
la apreciación de que el segundo mandato sería mucho más cargado a la derecha,
más fundamentalista, más militante. Eso fue en noviembre; desde entonces
Bush no ha hecho sino confirmar el pronóstico. El tema es para preocuparse: si
en su primer periodo movilizó a 150 mil soldados para invadir a un país por
encima de la ONU y asegurar el petróleo en nombre de la democracia, sólo
podemos temer por lo que pasará en el segundo periodo. Cuenta con un Congreso
mucho más favorable y no está constreñido por la búsqueda del voto de los
electores moderados porque ya no hará campaña para reelegirse.
La designación de Condoleezza Rice, de línea dura, como cabeza del
Departamento de Estado (equivalente a nuestra Secretaría de Relaciones Exteriores) en lugar del suave Colin Powell fue el primer paso. Desde luego, no fue un cambio sorpresivo. Rice era una de las asesoras más cercanas al presidente
tanto ideológica como físicamente hablando. Lo que no se esperaba, en cambio,
es la radicalización de la Casa Blanca en posiciones tan diplomáticas como
las de la ONU y el Banco Mundial. En rápida sucesión, Bush ha colocado a dos
halcones en puestos que normalmente son considerados como espacios de
encuentro y negociación de las posiciones norteamericanas con el resto de la
comunidad internacional. Pero la designación de estos dos ultra conservadores
belicistas es prácticamente un ultimátum de Bush para el resto del mundo.
El 9 de marzo John Bolton fue designado embajador de Estados Unidos en la
ONU. Se trata de un abogado de larga experiencia en el litigio a favor de las
causas más belicosas de la derecha estadunidense. En los últimos años ha
trabajado con la Casa Blanca para echar por tierra todos los acuerdos internacionales que a juicio de Washington limitan el poder norteamericano en el mundo. Pese a que fue presentado por Condoleezza como un multilateralista, Bolton se ha dedicado justamente a lo contrario: desde la supresión de tratados para eliminar armas biológicas y limitación de pruebas nucleares, hasta la negativa para participar en la Corte Criminal Internacional o para regular la circulación y venta de armas en el comercio mundial. Lo más preocupante quizá es el desprecio explícito de Bolton a las Naciones Unidas. Durante años ha sostenido que Estados Unidos no debería pagar sus cuotas a menos que las resoluciones de la ONU coincidan con los intereses norteamericanos.
Una semana más tarde, la Casa Blanca nombró a Paul Wolfowitz presidente del
Banco Mundial. La designación de este verdadero lobo para hacerse cargo de un
organismo mundial en teoría orientado a promover el desarrollo de los países
pobres, ha sido considerada como un abuso. Si bien hay un acuerdo para que
los países europeos designen al titular del FMI y Estados Unidos haga lo
propio con el Banco Mundial, por lo general se habían buscado designaciones
consensuadas. Incluso el prestigioso semanario conservador The Economist califica como un “descaro” esta designación políticamente incorrecta. Wolfowitz
fungía como segundo hombre de poder en el Pentágono. Se trata de un ideólogo de
derecha quien ha sido clave en la formulación de la tesis de la “invasión
preventiva”: Estados Unidos tiene el derecho de atacar a cualquier país para
prevenir la posible emergencia de una amenaza. Durante los meses previos a la
invasión de Irak, Wolfowitz fue uno de los defensores más vehementes sobre la
idea de que los soldados serían recibidos con los brazos abiertos y que la reconstrucción no tendría resistencia. “Lo que más preocupa, escribe The Economist,
es la condición de idealista –algunos dirían utopista–, de Wolfowitz, cuya
carrera ha estado marcada por el celo de llevar la democracia al mundo,
independientemente de lo que el mundo pudiese pensar de esa ambición”.
Las designaciones de Condoleezza Rice, de Bolton y de Wolfowitz, por parte
de Bush distan de ser simplemente el reparto de premios o la colocación de los
cuates en el poder por parte del presidente. Son designaciones que suponen un proyecto de modificación del orden internacional, para lograr un acomodo más acorde con la visión del nuevo conservadurismo norteamericano. La administración de Bush está resentida con el mundo, luego de la reprobación casi unánime de la invasión de Irak. La Casa Blanca se siente en la necesidad de hacer unos cuantos cambios a su favor. Esta tendencia va justamente a contrapelo de la creciente emergencia de gobiernos de centro izquierda que se está abriendo paso en América Latina. Es un proceso que analizaremos en este mismo espacio en la próxima entrega. Por ahora basta decir que son gobiernos que rechazan las políticas neoliberales que han sido incapaces de mejorar la situación económica de sus masas empobrecidas. Uruguay, Venezuela, Brasil, Argentina, Perú y algunos consideran que
México, con López Obrador, son países crecientemente indispuestos con el llamado Consenso de Washington.
La intransigencia de la Casa Blanca y la impaciencia de estos gobiernos
latinoamericanos no auguran nada bueno. Permiten prever una colisión de trenes
con saldo rojo. Por desgracia, se trata de un choque de trenes entre la
locomotora USA y nuestro vagoncito de Chapultepec.