Federico Vite
Agosto 06, 2019
Alabama song (Traducción de María Teresa Gallego de Urrutia. RBA, España, 2009, 188 páginas) es una novela del escritor francés Gilles LeRoy que explora una relación amorosa épica. Se mete en la piel de Zelda para explicar qué fue lo que realmente le ocurrió al matrimonio Fitzgerald. Crea con fortuna un retrato de la mujer que compitió con su esposo para que el talento y la fama de Scott no la devoraran.
LeRoy ofrece una versión en primera persona del recuento de los daños, dijera Gloria Trevi. Estudió la correspondencia entre ellos, analizó las novelas de ambos y estuvo en los sitios que marcaron el rumbo de ese matrimonio. A final de cuentas, reconstruye la voz de Zelda para hablar de su esplendor y su caída.
Para crear una novela tan ambiciosa, LeRoy tuvo que elegir, de todo una vida, hechos esenciales. Obviamente se centra en las crestas de una relación tormentosa. Elige contar, casi como con un monólogo, la vida de Zelda. Traslada los hechos a escenas teatrales en las que ella aparece como personaje y narrador. Por ejemplo:
“Él:
—¿Qué esperar? Te has acostado con todos mis amigos para que me aborrezcan.
Yo, mientras me oigo hablar de otro asunto:
—No me he acostado con nadie, Scott”.
Esas variaciones espacio temporales fusionan lo amargo con las fiestas donde Zelda bailaba sobre las mesas de cada bar, en la calle, en todas partes.
Esta novela se sostiene por el punto de vista de una flapper (un nuevo estilo de vida en las mujeres jóvenes de los años 20 del siglo pasado, quienes usaban faldas cortas, no llevaban corsé, lucían un corte de cabello andrógino y escuchaban música no convencional para esa época; sobre todo, bailaban), una belleza sureña, una mujer atrevida, una chica caprichosa.
Desde la soledad es mucho más sencillo ver a Scott como un fantasma y con esa convicción Zelda recrea la historia. “De pronto invadieron nuestra ciudad miles de jóvenes, pobres chicos en su mayoría, a quienes habían sacado a la fuerza de su granja, de su plantación, de su tiendecilla, y que procedían de todos los estados del sur mientras que sus oficiales, recién salidos de la academia militar bajaban del norte […]”. Así inicia la novela que pone en perspectiva lo plebeyo de Scott, quien se presentó como un tipo atildado, bien vestido y buen bailador, pero a final de cuentas un hombre que llegó hasta ahí sólo gracias al ejército, como cualquier otro plebeyo. Zelda fue una mujer de abolengo, hija de político y de una madre que pretendía ser escritora, creció en el dinero, tuvo cuna de oro; aprendió a mandar desde muy niña y siempre hizo lo que le venía en gana. Cumplió afanosamente sus antojos y por el mayor de sus caprichosos, fugarse con Scott para después casarse con él, perdió el respeto familiar.
Al contrario de la obra de Scott, los textos de Zelda caen en el olvido; su novela Save me the waltz, traducida al castellano como Resérvame este baile, tiene vasos comunicantes con Tender is the night. Pero obviamente usted debe saber cuál de estos libros sigue publicándose. Tanto sus artículos, como su obra de teatro, sus pinturas, todo lo hecho por Zelda posee momentos brillantes e incluso geniales, pero ninguna de esas creaciones rezuma el esfuerzo sostenido que prodiga el talento. Son chispazos, nada más, ocurrencias bien escritas. Algunos de los cuentos de Zelda fueron publicados con la firma de Scott. Eran los tiempos en los que no había dinero y necesitaban vender algo; no importaba si de buena calidad o no. Vendieron esos textos y esa inflexión le ayudó a LeRoy para sugerir que todo lo escrito por Zelda fue usado por Scott, pero lo peor es que Scott usó a Zelda como el molde de muchísimos personajes. Esa es la revelación mayor, el uso de la gente para fines artísticos. Zelda está tanto en El gran Gatsby como en Suave es la noche. Ella es un personaje y la musa. Y esa musa se burla de Scott, lo considera un pusilánime, un tonto, un modosito, un necio e incluso un plagiador. Ella le fue infiel con un aviador francés y esa relación aparece dibujada en El gran Gatsby. Esa traición amorosa tendría su punto culminante en Suave es la noche.
Los Fitzgerald fueron una matrimonio atípico que convivió con los socialités de su época. Animaron ese París que fue una fiesta y a Scott se le consideró el mejor novelista del mundo en la segunda década del siglo XX. ¿Cómo se puede contar la historia de una mujer tan viva en tan pocas páginas? Con intensidad, diría yo, únicamente con intensidad. Por eso el texto se centra en la turbulencia de Zelda y su temor a perder el ingenio.
También aparece Hemingway en este volumen, aunque LeRoy lo llama Lewis. En Alabama song, Zelda sugiere una relación homosexual entre Scott y Lewis. Ella jura que los vio practicando sexo oral. La amistad entre ellos, dos novelistas poderosos, dos hombres muy masculinos y muy talentosos, sólo incrementa las dudas de Zelda. Me fueron relegando, dice ella, dejando en un segundo plano. Tanto en la novela como en la vida real, Lewis (Hemingway) no se cansó de señalar que Zelda era quien estaba llevando a la banca rota y a la locura a Scott. Ella nunca volvería a ser la rebelde belleza del sur. Después de una sesión de electrochoques nada fue igual. Después de múltiples ataques de nervios, de repentinos desmayos y prolongadas ausencias mentales, Zelda ya no era ni la sombra de sí misma. Desde esa sensación extraña de una enfermedad, la belleza del sur habla del amor perdido, de la vida atrofiada, de los anhelos artísticos no realizados y LeRoy acoge esas palabras.
Tanto Zelda en Save the waltz como Scott en Suave es la noche cuentan las fisuras de su continente amoroso, narran su crack up. La distancia entre ellos está cifrada entre novelas. Y es de estos dos libros donde abreva LeRoy. Alabama song se sostiene en la soledad y en el miedo. El autor entra y sale de la realidad; se permite algunas licencias y recrea hechos con acierto. Para fortuna de los lectores suprime aspectos amarillistas; por ejemplo, la muerte de Zelda en el incendio del hospital siquiátrico.
LeRoy sugiere que la ruptura entre ellos se debe al oficio de escribir, trabajo que suele generar muchas emociones y en algunos casos aflora lo peor de la humanidad. Ellos se fueron detestando a cucharadas y esas novelas, de Zelda y de Scott, capturan la inercia del desastre amoroso.
En 1930 Zelda ingresa por primera vez a un hospital siquiátrico. El resto de su vida se convertirá en una larga sucesión de entradas y salidas al siquiátrico, aunque sigue escribiendo y pintando, su esplendor se agota. Scott muere en 1940 de un ataque al corazón en el apartamento de su pareja, la periodista Sheila Graham, en Hollywood. “Dicen que la locura nos separó. Es justo lo contrario: nuestra locura nos unía. Es la lucidez la que nos separa”, señala Zelda en Alabama song y es determinante.
Al final de leer esta novela es inevitable la visita a Tender is the night. “Piensa en cuánto me quieres. No te voy a pedir que me quieras siempre como ahora, pero sí te pido que lo recuerdes. Pase lo que pase siempre quedará en mí algo de lo que soy esta noche”, dice Nicole en el más triste de los libros de Scott. Probablemente esas palabras sean la manera adecuada de decir adiós, probablemente eso implica amar. Tal vez por la autenticidad de sus palabras, tal vez por el sentimiento legítimo que dio origen a esta novela, Tender is the night se sigue leyendo como una estupenda lección del fracaso.