EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

Húngaro y risueño = loco

Federico Vite

Septiembre 06, 2016

Tibor Déry, autor de El ajuste de cuentas (Traducción de Sergio Pitol, Universidad Veracruzana, México, 2011. 88 páginas), es un escritor de origen húngaro que apostaba por la narrativa, el sentido del humor y la parodia como estilete de su propuesta estética. No tuvo el tiempo suficiente para hacer voluminosos libros, sólo Frase inconclusa (1945) de casi mil páginas. A este inquieto le interesaba incordiarse con todos, tenía espíritu revoltoso, fue encarcelado en varias ocasiones, casi todas por disidencia: traducir cosas que no debía, acusar de torpes a los patriotas y de violentos a los comunistas. Su sentido nacionalista era francamente complejo; la noción que poseía del comunismo era trastocada por su historia familiar burguesa. Déry quería hablar de su ciudad, de su gente, pero no sabía cómo darle mucho más impacto al realismo dramático y trato de focalizar su estética en el humor como una válvula de escape. Me parece que tuvo mucha fortuna en este aspecto: reírse de sí mismo.
El primer cuento le da nombre al libro. En él vemos el desquiciamiento de un profesor viejo que sin razón aparente empieza a salir de su zona de confort para ingresar a la zona violenta de Hungría, la que padecieron y perdieron los estudiantes. El profesor recibe la visita de uno de sus alumnos, armado con una metralleta, no un cuchillo o una .22, minutos antes de que inicie el toque de queda. Era 1956, año de la Revolución húngara. Aunque el autor no diserta sobre los motivos ideológicos del hecho, sólo vemos a la gente protestar, huir y armarse, el profesor transita por esa zona devastada. El caos, la depresión y el desempleo, como segunda capa del texto, nos hacen ver que no hay una posibilidad de estar bien fuera de casa, en la confrontación directa con el ejército. Y el profesor, desafiando todas las leyes, ahí va a contra corriente. Al ver a ese hombre en la calle, los
personajes comprenden que la revuelta es un movimiento revolucionario de alcance nacional en contra del gobierno de la República Popular de Hungría y sus políticas impuestas desde la Unión Soviética. Déry se las ingenia para mostrarnos cómo se encuentra la ciudad en ese momento, justo después de la marcha, ya que los húngaros comenzaron a salir de la capital, trataron de huir del país, pero una conciencia superior los llamaba y los hacía sentir necesariamente predispuestos al combate. La historia nos dice que revuelta duró desde el 23 de octubre hasta el 10 de noviembre de 1956. El pueblo húngaro había solicitado continuamente la libertad para elegir su propio sistema político, alejado del comunismo. Surgieron por toda Hungría movimientos que demandaban la detención de las actividades de la policía secreta. La revuelta comenzó como una protesta estudiantil. Se reunieron miles de personas, quienes marcharon por el centro de Budapest hacia el edificio del Parlamento húngaro. Una delegación fue detenida cuando entraba al edificio de la radio estatal con la intención de transmitir sus demandas. Cuando los manifestantes, en las calles, exigieron que se liberara a la delegación, la policía política húngara abrió fuego contra ellos. Los tres cuentos comienzan días después de este hecho, el primero nos da la perspectiva general del caos, del hervidero y de la confusión reinantes.
El segundo cuento, Amor, narra las condiciones en las que sale uno de los presos políticos de la Revolución Húngara y regresa a casa. Ya no posee su propiedad, no tiene más que miedo y teme que lo vuelvan a detener. Se encuentra con un hecho catastrófico, su casa es habitada por otras personas y su esposa e hijo viven en un cuarto antes destinado para la servidumbre. Debe acoplarse a los modos de vida del régimen socialista. Simplemente no comprende qué pasa, de un momento a otro el país está vuelto patas arriba y él, con la noción terrible de la orfandad, sólo anhela recobrar esa relación sentimental que tuvo con su esposa antes de ser aprehendido. No hay preguntas sobre la probable culpabilidad o la inocencia de ese hombre, sólo la certeza de que deben comenzar desde cero. Deben, incluso, compartir el piso porque la cama está destinada para que duerma el hijo pequeño. El cuento, completamente realista, sale del tópico amoroso sólo para sugerir, con una capacidad irónica destacable, que incluso la violencia social devasta la intimidad matrimonial.
En el tercero de los relatos, Filemón y Baucis, Déry enfoca la terrible complejidad de hacer una vida “normal” en la violencia. De nueva cuenta se escuda tras el humor. Son dos ancianos, él trata de conseguir el presente de cumpleaños para ella; lo obtiene y sufre una herida en el proceso, vuelve a casa, espera el momento adecuado para dar el regalo, pero constantemente se oyen, en vez de los canto de las aves, las ráfagas del ejército, la batalla revolucionaria en pleno. No se anima a darle el artefacto. No quiere que ella escuche lo que parece imposible ocultar. No hay motivos para oír lo que ocurre allá afuera pues. Él espera el instante adecuado para festejar y entregar el regalo, pero en ese interludio de pareja, la violencia de nuevo entra a casa, devasta todo.
La búsqueda estética de Dérby se afinca en el realismo, claro, pero ofrece un matiz interesantísimo que sale del melodrama y la tragedia para llevarnos a otro lado en el río de la historia, el de la sinrazón de los actos, un tópico valioso para quienes se empeñan en contar el presente de nuestros días, pero no saben cómo darle un giro atractivo al texto entre sus manos.
En El ajuste de cuentas, Dérby busca mostrar la realidad violenta de Hungría, después de la segunda mitad del siglo XX, con grandes dosis de humor, con la paranoia de quien se sabe perdido y sólo le queda reírse, carcajearse de la gran ironía que es la guerra. Por su extensión, los relatos de este húngaro se aproximan mucho más al molde anglosajón de la short-story y la novela breve.
Uno de los estudiosos de la obra de Déry es Wolfgang Hädecke, él señala tajantemente que desde los suceso de 1956, en Hungría, Déry sale de la oscuridad y los límites de su país y de su idioma. Hubo que esperar, dice, a que el autor estuviera comprometido con trágicos sucesos para que Occidente descubriera la obra de este hombre y se empezara a interesar en publicarlo en distintos idiomas.
Dérby posee una característica que lo hace único: representa la realidad para llevarla, casi casi con pinzas, a una propuesta más dolorosa aún. Nos dice que la Revolución Húngara es un chiste contado por un gigante egoísta, un hombre que sólo sabe reírse si hay sangre en la comedia. Que tengan un simpático martes.