EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Ian McEwan: máquinas mejores que humanos

Adán Ramírez Serret

Marzo 20, 2020

 

Hasta que no leí Máquinas como yo, de Ian McEwan (Aldershot, Reino Unido, 1948), no me di cuenta que en general las novelas distópicas, apocalípticas y futuristas, son usualmente solemnes. Quizá incluso panfletos disfrazados de historias: 1984 de Orwell, Un mundo feliz de Huxley, El cuento de la criada de Atwood y La carretera de Mc Carthy, pueden ser, si no es que son, en efecto, además de novelas maravillosas, libros sarcásticos saturados de ironía, a veces quizá, incluso, caricaturizan demasiado las pesadillas y presagios; pero no son libros que busquen hacer reír, que pretendan ser obras divertidas como uno de sus fines principales.
Me atrevo a decir que son historias que persiguen ser un ejemplo, una advertencia de las consecuencias que puede traer un estado explotador y un capitalismo voraz.
Máquinas como yo, en cambio, comienza por plantear un futuro inmediato –desde aquí hay un juego con el cual el lector irá dialogando con el paso de las páginas–, en donde los autómatas son realidad, al grado que es posible comprar en la red Anthropos, un Adán o una Eva, robots tan humanos que no sólo pueden mantener una conversación, sino que tienen sentimientos, conocimientos de todo tipo: científicos, filosóficos y de mundo en general, del cual pueden extraer ideas y reflexiones, que se transforman, incluso, en pensamientos. Logros, por cierto, de los cuales no cualquier humano se puede jactar.
La novela arranca con este párrafo: “Era el anhelo religioso con el don de la esperanza; era el santo grial de la ciencia. Nuestras ambiciones fluctuaban –más alto que bajo– gracias a un mito de la creación hecho real, a un acto monstruoso de autoamor”.
Charlie, un joven londinense que acaba de recibir una herencia, por un acto impulsivo que tiene mucho de autodestructivo, compra uno de estos Anthropos, deseaba una Eva, pero, naturalmente cuando entró a la página de internet, ya se habían agotado las Evas y ya sólo quedaban Adanes, por lo tanto, se hace de uno.
Con sorpresa descubrí que la década de los 80, en la cual vive este joven londinense en donde los emails se envían oralmente y es posible tener robots completamente humanos, no es el 2080 que supuse en un principio, sino un 1980 distópico construido a partir de dos hechos fundamentales: el científico Alan Turing no se suicida durante su asqueroso juicio por homosexualidad en la Inglaterra en los 50 del siglo XX; y este mismo país perdió la Guerra de las Malvinas en contra de Argentina. Por la tanto Thatcher no sólo apesta sino es una fracasada.
Con estas diferencias, el mundo es brutalmente diferente, pues no hubo que esperar a Steve Jobs ni a Bill Gates para que sucediera la revolución tecnológica del internet y demás, sino que desde los 80 se vivía en un futuro muy parecido, e incluso superior tecnológicamente, a nuestro mundo actual.
McEwan, desde luego, escribe una novela ágil y extremadamente sencilla en la trama. Charlie, quien compra el robot, comienza a entablar una relación sentimental con su vecina al mismo tiempo que inicia la convivencia con el Anthropos, Adán. En poco tiempo construyen un complejo triángulo amoroso que tiene mucho de morboso e inmoral. Muy de McEwan.
El sentido del humor de la novela se va transformando en una especie de mundo al revés en el cual comienza a asomar cada vez más una pregunta potente por estremecedora: ¿qué es aquello que nos hace humanos? ¿Acaso la locuacidad, la gracia, el conocimiento, la fidelidad y el amor? Y, ¿qué sucedería si los autómatas fueran capaces de hacer todo aquello que nos hace humanos?
¿Qué necesidad habría de nosotros, entonces?

(Ian McEwan, Máquinas como yo, Barcelona, Anagrama, 2019. 355 páginas).