EL-SUR

Martes 28 de Noviembre de 2023

Guerrero, México

Opinión

Ilusiones que nacen con polvo

Federico Vite

Febrero 14, 2017

Los escritores de novelas policiacas, o de relatos noir, bocetan un mórbido ideal de belleza; pensemos, por ejemplo, en La Dalia negra (USA, The Mysterius Press, 1988, 371 pgs.), de James Ellroy, y en El fruto prohibido (Traducción Ramón de España, España, RBA, 2013, 246 pgs.), de James Chadley Chase.
La primera historia nos ofrece el testimonio exhaustivo de un asesinato famosísimo. La policía de Los Ángeles descubrió el cadáver de una joven que fue violada, torturada y, como muestra de poder, cercenada en dos partes. El asesino también cortó la comisura de los labios para que la señorita tuviera una sonrisa forzada, espeluznante. La aspirante a actriz Elizabeth Short, tristemente célebre, apareció en las páginas de diversos periódicos de Estados Unidos en enero de 1947. Nunca se supo quién fue el culpable de ese asesinato, el de una chica de Massachusetts que pretendía ser una famosa actriz cinematográfica.
Ellroy recurre a las frases cortas. Dota de velocidad la narración con el uso del punto y seguido, suele adjetivar con sobriedad; por momentos, la novela imita los informes policiales. El autor utiliza el diálogo, y con mucho acierto el monólogo, para referir los hechos desde un punto de vista específico, para cuidar la perspectiva de los personajes y ahondar en los rasgos sicológicos, e incluso, en el ámbito socioeconómico en que se encuentran. Con ese recurso, el habla de la calle al servicio del relato, el texto adquiere la sensación de movimiento, un símil del recorrido a pie por la zona salvaje.
La trama de este libro muestra la cuota artesanal de Ellroy, la cantidad de giros de la historia es impresionante, nunca están de más y se encuentran milimétricamente gradados. Interactúan muchos personajes, reales y ficticios, para ofrecer una visión panorámica del tema: la inminencia del mal. El autor se encarga, con La Dalia Negra, de explorar los motivos por los que un humano se convierte en asesino y muestra el abismo que eso, la muerte violenta, genera en el otro.
Ellroy sondea el homicidio de Elizabeth Short, la corrupción policiaca y política, los abusos de la mafia, el tráfico de estupefacientes, la prostitución y los problemas raciales. Brinda, con hechos reales y ficticios, una versión hipotética de ese asesinato, el motivo por el que la policía nunca encontró al culpable de una barbaridad, ese humano que colocó un símbolo nefando en un terreno baldío muy cercano a Hollywood.
Lo asombroso del texto es que traduce perfectamente la obsesión de los protagonistas por La Dalia Negra; la pesquisa judicial es realmente adictiva. Cada persona que conoció a Elizabeth Short refiere una imagen de la señorita en cuestión: una actriz soñadora que buscaba salir de la gris clase media, una prostituta fría, una bondadosa, solícita y recatada amiga, una amante insaciable, el aura de una virginal chica de provincia y la perturbadora presencia de la femme fatal. En suma: una biblioteca de espíritus.
Los ex boxeadores y afamados policías, Bucky Bleichert y Lee Blanchard, así como la mujer que ambos aman, Key, sólo piensan en La Dalia Negra. Los tres viven y sueñan con esa chica. No pueden quitarse de la cabeza a esa guapa que siempre caminó al borde del riesgo.
El inglés James Hadley publicó por primera vez El fruto prohibido, cuyo título original es You find him, I’ll fix him, en 1966. Esta novela, ambientada en Italia, es un estudio sobre la hija de un magnate estadunidense, dueño de diversos periódicos. Sherwin Chalmers, parecido físicamente a Mussolini, encarga a Helen Chalmers con el corresponsal del New York Western Telegram en Roma, Ed Dawson. El primero de los encuentros es simple. Saludos y despedida. Ella usa gafas, ropa holgada y zapatos de piso. No muestra rasgo alguno memorable, pero cuando Ed se la encuentra en una fiesta, semanas después del arribo a Italia, esa chica parece diseñada para la pasión. “Brazos y espalda de porcelana; su cabello rubio echado hacia atrás parecía hecho de lana de vidrio. En sus ojos chispeaba la luna. Cuerpo espectacular. Se trataba de la mujer más adorable que había visto en Roma”.
La mujer que al inicio de la novela era seria, inofensiva y callada, se transforma en una femme fatal caprichosa y abusiva. Ed se involucra con ella, sin sexo de por medio, sólo con los básicos picoretes de las coquetas. Rentan una villa para tener privacidad. Helen muere antes de que Ed llegue a la cita y él debe resolver la investigación para no ser acusado de asesinato.
En la pesquisa (Hadley trabaja con los recursos clásicos de la novela policiaca: frases breves, párrafos no mayores a diez líneas; descripciones escuetas y diálogos muy bien logrados, así como grades dosis de violencia y persecuciones policiales) conocemos realmente a Helen. Guapa y drogadicta, joven irresistible que se acostaba con hombres de dinero para chantajearlos. Amiga de mafiosos, amante de chicos salvajes, pistoleros, asesinos. Mafia y droga. Roma es un caldo de cultivo para ofrendar a las bellas que coquetean en los bajos mundos.
El “falso culpable”, en este caso el narrador de la novela, llega a los límites de la ley, se alía con la mafia para demostrar su inocencia. La resolución de la novela no es precisamente original, pero todos los mecanismos usados por el autor dotan a El fruto prohibido de una buena manufactura literaria.
Hadley al igual que Ellroy, al tratar de explicar la muerte de la femme fatal, exhiben los problemas de la urbe que habitan, trasladan los vicios de la musa enferma a la ciudad (Los Ángeles y Roma) y el espíritu perfumado y negro, licencioso y pasional, de esa mujer se plasma en la geografía que aman los protagonistas de estos dos libros. Es curioso que al mostrar el atractivo de una chica diseñada para el daño, con talento para la destrucción, los escritores también describan, con amor y altas dosis de violencia, el alma pútrida de una ciudad que debe amarse, como Acapulco, con uniforme de policía y corazón de poeta.
Que tengan un amoroso martes.