EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Improvisar

Florencio Salazar

Junio 11, 2019

 

Frank Underwood, se encuentra en una habitación de hotel organizando sus ideas, hilando frases. Se oye en voz alta y mira en el espejo sus gestos. Horas después se presenta ante un grupo de obreros para pronunciar sus palabras improvisadas. Interpretado por Kevin Spacey, el Presidente de los Estados Unidos en la serie House of Cards, recorre las principales ciudades de su país en busca de la reelección. Las intervenciones improvisadas en los políticos son escasas. Se preparan y se preparan con tiempo.
El discurso improvisado exige lecturas, reflexiones, opiniones, consejos, conocimiento del potencial auditorio. Alejado de lo escrito, el político busca trasmitir mensajes accesibles, creíbles y emotivos. Y eso no se puede improvisar, pues requiere de un constante entrenamiento.
Ejemplo elocuente de la necesidad de la preparación del orador para improvisar, son los debates políticos, ya que aun cuando se permite recurrir a notas éstas suelen ser de apoyo en relación a cifras, a datos duros. Pero la argumentación, la réplica y la contra réplica no están escritas. Estar listo para el debate, implica que los candidatos se sometan a entrenamiento con expertos, quienes indican modos y les hacen todo tipo de preguntas, hasta las más incómodas. Cuando un candidato no se prepara suficientemente paga las consecuencias al proyectar una imagen de mediocridad.
Escribir para publicar no es diferente, sea que se trate de artículos, ensayos o narrativa. El autor debe seleccionar el tema, documentarse, tomar notas y luego proceder a la redacción. Cuando se trata de escribir para un periódico, lo ideal es tener el texto terminado por lo menos el día anterior a su entrega. Dejarlo reposar permite revisarlo con ojos frescos y oído atento; sí, con oído atento, porque el texto será objeto de lectura y debe tener la cadencia de la buena prosa.
Se dá por descontado que lo escrito debe ser claro, inteligible. Los textos farragosos, cargados de expresiones academicistas necesariamente serán oscuros. El polígrafo español Azorín, cuestiona a los escritores que no terminan una frase cuando abren corchetes al que insertan guiones y mezclan las ideas. En su libro Redacción y estilo recomienda escribir una idea atrás de otra para lograr claridad y sencillez, lo cual no es nada fácil.
Sándor Márai, escritor húngaro, exiliado en Estados Unidos huyendo del Ejército Rojo, el cual fue recibido en su país con alivio al creer que sería el liberador de las atrocidades de los nazis, comparte en sus memorias cómo redactaba sus obras. El autor de La mujer justa, refiere que escribía diariamente solo una página; así cada seis meses podía tener una novela terminada.
¿Pero qué hay detrás de la página cotidiana? ¿Es sentarse a escribir, llenar la hoja de caracteres como corren aguas abajo? Debemos suponer que al escribir esa página Sándor Márai ya tenía notas producto de la reflexión; también que hacerlo podía ocuparle varias horas. Atrás estaba el respaldo de su trabajo previo; la hoja satisfecha era resultado de haber definido la anécdota, caracterizado a los personajes ubicándolos en tiempo y circunstancia. Después, a guardar el papel para revisar y mantener la coherencia de la historia.
El oficio de escribir del periodista y del narrador facilita la escritura al tener una convivencia continua con diversas experiencias directas e indirectas, vivas y testimoniales, que se trasladan inmediatamente a la redacción, muy diferente a la del político, que aloja dicho conocimiento en el acervo personal en espera de la ocasión.
¿Y a qué viene todo este cuento? A agradecer a Juan Angulo y a El Sur su generosa hospitalidad, de la que no debo abusar más. La redacción en no pocas ocasiones, ha esperado mi colaboración horas después del cierre. Los temas están ahí, si bien por mi condición de servidor público mi abanico se estrecha. Es mi tiempo el que comprime escribir con oportunidad y evitar los gazapos propios de la prisa y de las personales limitaciones.
He aprendido que el material más difícil de moldear no es la roca ni el acero, es la palabra. Y como nunca he creído en quienes afirman “escribo para mi”, pues si así fuera para qué escriben, entonces hay que escribir de la mejor manera posible por respeto al lector, al medio y, sobre todo, a uno mismo.
Me acomodo a las palabras de Fernando Vallejo: los escritos “pertenecen al pasado, pero no al olvido”.
Gracias, Juan. Gracias a todos.