EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Invisible enemigo

Florencio Salazar

Abril 28, 2020

 

Suelten al tigre y después a ver qué hacen con él.
Andrés Manuel López Obrador.

Superior a Marx, Lenin, Stalin, Mao, Fidel y El Che es el Covid-19: está transformando al mundo.
La revolución del coronavirus está favoreciendo al medio ambiente. Las especies salvajes se recrean en las ciudades, se restaura la capa ozono, el planeta se vuelve a ver azul.
Las familias están reunidas y restauran el desdeñado hábito de la conversación, de la lectura, del ocio común.
Es consejo popular que “no hay enemigo pequeño”. Ignorábamos que el más agresivo y despiadado es el enemigo invisible. El mismo que ha aparecido como viruela, peste, lepra o tuberculosis.
El que ahora nos ataca es como rey del mundo. Es un virus coronado, duro, muy contagioso, impune. Abusa de los débiles, los deja sin aliento. Envilece su partida. Y también saca del ser humano lo peor, el egoísmo, la violencia, la irracionalidad.
A pesar de ello, no todo está perdido. Todo lo malo tiene su lado bueno. La misma pandemia va a hacer posible, por ejemplo: conocer capacidades de respuesta, cambiar conductas, desatar la solidaridad y saber de qué están hechos los líderes.
Winston Churchill se negó a firmar un acuerdo de paz con Adolf Hitler porque sabía que ningún vencedor respeta a los derrotados.
En vez de la paz artificial y breve, El León Inglés ofreció a su nación Sangre, sudor y lágrimas.
Churchill conduce en la adversidad. Del Parlamento, que no le era especialmente afecto, obtiene su respaldo y el apoyo del pueblo dispuesto a luchar sin tregua. El primer ministro se dirigía a los ingleses informándoles con verdad, infundiéndoles ánimo.
Tora Tora Tora (1970), es la otra cara de la moneda. El film reseña el ataque japonés a Pearl Harbor. Los japoneses movieron sus portaviones a lo largo de 2 mil 500 kilómetros. Su triunfo consistiría en la sorpresa.
En “algunos mandos del ejército estadunidense reinaba el escepticismo y la excesiva confianza”. El capitán de un acorazado informa: “un submarino japonés pretende entrar a Pearl Harbor”. El general comandante, molesto, pide que le confirmen y vuelve a la siesta. Más tarde lo confirmará el desastre.
Los japoneses atacan el 27 de noviembre de 1941, es domingo. Los altos mandos se disponen a jugar golf, el personal no trabaja, los mensajes urgentes avisando del inminente embate quedan en los casilleros.
Fueron hundidos acorazados, la aviación destruida en tierra, los altos mandos en Washington –que negaban la posibilidad del ataque–, azorados. No les entró en su cabeza que un país distante los atacara. Subalternos que veían venir la guerra, ignorados.
La película refleja la ausencia de mando, la falta de un plan de reacción, la improvisación de medidas fundamentales para la defensa, el costo de acorazados, aviones, tropa y oficiales. La soberbia en todo su esplendor.
Tora Tora Tora, fue la clave japonesa para indicar que la aviación había atacado Pearl Harbor sin resistencia.
En el supuesto de que se ignore lo que puede ocurrir “nadie está obligado a lo imposible”; no obstante, el estadista debe prever. Churchill entendió la grave amenaza nazi y se preparó para la guerra. Los mandos norteamericanos en Pearl Harbor ignoraron el desafío nipón y pagaron las consecuencias.
Ambos episodios costaron Sangre, sudor y lágrimas, pero en Gran Bretaña fue el sacrificio para alcanzar la victoria; y en Pearl Harbor el desdén para sufrir la derrota.
Igual que los japoneses que querían dominar el Pacífico, el coronavirus viene de Asia y está dominando al mundo. Su invisible ejército nos tiene recluidos, aislados, con la peor amenazas de todas las posibles: el temor a lo que no se ve, pero que puede cortar la vida.

Vivimos horas aciagas

Será larga la incertidumbre hasta que haya vacuna que domine al mal. Entre tanto el mal se aprovechará de nuestras debilidades, como las de pasar por alto las medidas preventivas. Todos debemos ser responsables y solidarios.
Pensar en quiénes se enfrentan a la indeseable disyuntiva de quedarse en casa sin comida o salir por el abasto y arriesgar la salud y la de la familia. Ellos y ellas necesitan respuestas concretas. Sin alimento el encierro será imposible.

Héctor Astudillo hace lo suyo

Ofrece apoyo con el escaso presupuesto estatal; y como si tuviera el don de la ubicuidad aquí y allá invoca a la autoprotección y los cuidados, gestiona apoyos federales, revisa instalaciones hospitalarias. Dispone de la distribución de maíz, frijol y despensas. Entre el riesgo del contagio y el deber ineludible actúa con responsabilidad.
Sacar adelante a los desfavorecidos, a los que menos tienen, es tarea de todos, incluidos ciegos y sordos. No hay que despertar al Guerrero bronco, poblado de pobreza y de rencor social.
Ahí están las lecciones de la historia.