EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Isidoro Montes de Oca

Silvestre Pacheco León

Octubre 29, 2018

La afirmación de que los guerrerenses siempre hemos estado presentes en los grandes procesos de cambio que ha vivido el país no es solamente un cumplido cuando lo escuchamos de parte de los gobernantes en turno, sino una realidad que obedece al propio carácter rebelde y justiciero de nuestro pueblo.
Nuestros paisanos han tenido un papel relevante desde la guerra de Independencia hasta la Revolución, y más recientemente en las luchas por la justicia social y el cambio democrático; desde la vía armada de la década de los sesenta protagonizada por los profesores Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, hasta la cívica que se mostró contundente en las pasadas elecciones presidenciales de julio y que ha dado en llamarse de la Cuarta Transformación.
En Guerrero donde la injusticia y la situación de desigualdad y pobreza inconforma a la mayoría, siempre que surge una nueva idea que ofrece mejorar las condiciones de vida para la población, no falta quien quiera pasar de las simples declaraciones a los hechos.
Por eso se explica que en nuestra tierra se haya sostenido y definido la lucha contra la dependencia de España en una guerra que duró diez largos años que el pueblo en su pobreza pudo sostener haciendo derroche de lo único que tiene con suficiencia, como es el valor, el coraje, la solidaridad y la resolución, que en aquel caso le sirvieron para enfrentar y derrotar al poderoso ejército Realista, mediante el empleo sistemático de la guerra de guerrillas como método de lucha aplicado por los estrategas locales que supieron aprovechar a su favor las calamitosas plagas y enfermedades, así como la ferocidad de la fascinante naturaleza costeña.
Nuestros antepasados guerrerenses hicieron lo que a su propio derecho correspondía, y sin necesidad de teorizar tanto sobre el derecho natural a la libertad encabezaron las acciones pertinentes para darle cauce a esa inquietud que les provocó en su rudo pensamiento la palabra del cura José María Morelos que ofrecía, además de la independencia de México, acabar con el régimen de esclavitud que los españoles habían impuesto.
En ese transe de abrazar la causa insurgente porque hablaba de la igualdad entre los hombres y condenaba la esclavitud y el coloniaje, los guerrerenses hicieron gala del coraje y la valentía forjando a sus propios héroes que nacieron de carne y hueso, tan comunes a nosotros que su ejemplo para seguirlos suele ser más fuerte entre el pueblo que cuando son sacralizados por el poder que los aleja de la realidad hasta convertirlos en seres míticos y distantes de las personas normales.
El otro extremo sucede cuando algún héroe popular es ocultado de la versión oficial y a propósito se le ignora y desdeña por razones que pueden ser hasta racistas.
Algunos de ellos simplemente porque no proceden de familias ilustres, otros porque no ocuparon de la escuela para entender de justicia, atenidos a la pura intuición, convencidos de que por la justeza de la causa se debe estar dispuesto a arriesgar la vida, como decía don Quijote de la Mancha.
Por esa realidad de injusticia que se vive con mayor nitidez cuando la crisis arrecia y la conciencia crece, dando origen a los hechos revolucionarios, esos líderes y quienes los siguen nunca tienen tiempo para escribir sus propias proezas porque están ocupados en las tareas propias de su empeño, como decía Lenin, el líder de la revolución rusa, los revolucionarios no tienen tiempo de escribir la historia y suelen dejar en manos de los historiadores el quehacer de narrar los hechos.
Digo todo lo anterior para despertar la curiosidad de los oyentes sobre la vida de un valiente costeño de ascendencia afromexicana, que nació en Zihuatanejo. Un hombre que no sabía juntar las letras y vivía pobre, atenido al escaso jornal, quien se enlistó como uno de los tantos soldados que engrosaron las filas del ejército insurgente bajo el mando del noble y recio estratega don José María Morelos.
Hablo de Isidoro Montes de Oca cuyo nombre a la mayoría de los oyentes les evoca un mercado, una calle o una escuela, pero nada más.
Isidoro Montes de Oca tenía 22 años cuando se unió al ejército que levantó Morelos en la Costa Grande siguiendo las órdenes del también cura don Miguel Hidalgo.
De 1811 a 1821 el joven costeño se entregó en cuerpo y alma a la causa para forjar la patria emancipada de España. Desde simple soldado raso, sin saber una letra, este hombre que se reconocía orgullosamente como negro, de ascendencia africana, se distinguió por su valor y arrojo en las filas insurgentes.
Las proezas de nuestro paisano están ahora asequibles para todas las personas interesadas en conocerlo, porque gracias a la dedicación de mi amigo Juan Correa Villanueva, ex presidente municipal de Coahuayutla y revelado como un apasionado y dedicado investigador de los hechos históricos sucedidos en esta región, lo ha puesto en un libro.
Con el libro que hoy presenta Juan Correa Villanueva, dedicado a Isidoro Montes de Oca el público podrá conocer mejor a nuestro prócer costeño.
En una presentación decorosa, ilustrada con fotos de documentos históricos que su autor buscó con toda dedicación en el Archivo General de la Nación y también con historiadores especializados, el libro que consta de 130 páginas resulta fácil e interesante de leer, porque desde una perspectiva local y regional nos entera de todo el proceso de la guerra de Independencia, desde la propia formación del ejército insurgente en la Costa Grande, construido con el apoyo de los patriotas de entonces para avituallarlo, hasta las escaramuzas y batallas campales ocurridas en lugares tan conocidos, fotografiados y estudiados por el autor que parece como si él mismo los hubiera atestiguado.
En una conjunción de esfuerzos donde el simple peón pasó a ocupar el papel relevante de soldado, provisto nada más que con sus rústicos aperos de labranza, a sabiendas de que era “avanzando” al enemigo donde podía proveerse de sus armas, contaba para su alivio con las curanderas que atendían sus heridas y le daban consuelo.
La comida estaba garantizada con la cooperación que muchos hacendados aportaron para la causa, y en Coahuayutla, la tierra de Juan Correa, fue memorable el apoyo que recibieron los insurgentes de parte de la hacienda del Rosario, propiedad de la familia del intelectual José María Izazaga, otro hombre cuyo papel relevante en aquella etapa de la guerra insurgente tampoco es muy conocido.
Por las páginas del libro, en un lenguaje claro y ameno, su autor va narrando con destreza, cada acción de aquel soldado que pronto lo veremos formando parte del estrecho círculo que llegó a conocerse con el sugestivo nombre de los “Cincuenta pares”, hombres escogidos entre los valientes por su lealtad y convicciones para hacerse cargo de la seguridad del jefe insurgente don José María Morelos.
Los lectores podrán conocer la humildad con la que el propio héroe se describe en el breve recuento de su vida, como fue su milagrosa escapatoria de la hacienda de Puruarán con ocho balazos en el cuerpo, hasta la toma de la fortaleza de Acapulco (el fuerte de San Diego) “sin la menor efusión de sangre”–dice.
Isidoro Montes de Oca quien como pocos logró sobrevivir a los años más trágicos de la guerra tuvo el privilegio de ver nacer al México independiente y de colaborar en la formación de la nueva nación y de sus instituciones.
Al final de su vida vino a radicar a la cabecera municipal de Petatlán donde murió a los 58 años.
Sin duda la mayor enseñanza que mi amigo Juan Correa Villanueva pone a nuestro alcance con su libro tan lleno de actualidad, es la propia vida de nuestro paisano, muestra de valentía y entrega a las grandes causas del pueblo, sirviéndole con desinterés, para después retirarse y morir en su propia tierra.

* Texto preparado para la presentación del libro Isidoro Montes de Oca, de Juan Correa Villanueva.