EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

James Salter, las ventajas de escribir a mano

Federico Vite

Noviembre 30, 2021

(Segunda de tres partes)

Realismo, objetividad y estilo, dice Salter en la conferencia El arte de la ficción (Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino. España, Salamandra, 2018, 110 páginas), esas son las claves en el trabajo que él profesa. Toma como una influencia directa a Honoré de Balzac y a Gustave Flaubert. Estos autores, dice, son el tipo de narrador que tiene un don para mirar de cerca. Para él es de vital importancia atesorar los detalles que intensifican el relato: gestos, miradas, clima, luz diurna, oscuridad, frío, calor y olores. Cuando habla del realismo, obviamente, se refiere a que sus historias están fundamentadas en la representación objetiva de la realidad, basada, por supuesto, en la observación de ciertos aspectos cotidianos. Me parece que todos tenemos claro a qué se refiere con los primeros dos conceptos, realismo y objetividad, pero el más importante, el que está relacionado con el sello personal, es justamente el estilo. “El estilo es una preferencia, la voz es casi genética, absolutamente distintiva. Ningún otro escritor suena como Isak Dinesen. Nadie suena como Raymond Carver o Faulkner. Reescriben sin cesar: Bábel, Flaubert, Tolstói, Virginia Woolf. Ser escritor es estar condenado a corregir. No era lo que se proponían escribir. O sí, pero estaba mal enfocado, o podía ser mejor; era demasiado largo, era anodino; no acertaba a expresar lo más importante, algo no encajaba”, afirma categóricamente Salter. Esta aseveración nos hace pensar en los motivos por los que él desea, cuando narra, en desaparecer como autor y dejar que el relato corra sin obstáculo alguno. Esencialmente busca la fiel descripción de los hechos. Incluso cuando pone en marcha su ingeniería imaginaria necesita ser fiel a esos pensamientos. Dicho de otra manera, pule literalmente sus pensamientos. Un novelista como Flaubert siguió este mismo método. Ser objetivo con la imaginación, quitarle los escollos, las rebabas. Claro, esto parecería una lección de periodismo, pero en el fondo, muy en el fondo, Salter apuesta por la pureza de una idea que sólo necesita ser tratada por el lenguaje, requiere ser matizada, enriquecida y moldeada por las palabras. No hay más truco que ese. “Puede hablarse de estilo cuando un lector, tras leer varias líneas o parte de una página, es capaz de reconocer quién escribe. Flaubert deseaba borrarse por completo de su libro, lograr que existiera al margen de sí mismo, ajeno a sus actitudes, su sentido de la ironía, su gusto. Pero el autor no puede suprimirse del libro… hay algo más. Me resisto a la palabra ‘estilo’, porque también puede sugerir algo superfluo, como adorno o moda. Yo me inclino más bien por la palabra voz”, expone Salter y le da cierta plasticidad a esa idea que tiene sobre la piedra filosofal de la narrativa contemporánea: ser prácticamente un médium. No opina, no abusa, simplemente cuenta la historia, como un médium. ¿Cómo sabe que ha hecho bien su trabajo? Básicamente porque tiene precedentes de esa labor narrativa en Isaak Bábel, alguien a quien Salter considera un modelo a seguir. Con él se espejeaba, ante él se medía. Es decir, aparte de la reescritura a la que está condenada un escritor también debe signarse la relectura. Esa lección la tomo de Vladimir Nabokov. “No hay otra manera de aprender de un autor que releyéndolo”. A esto agregaría que se aprende de la relectura sistemática, bien organizada. Pero la relectura no basta para argumentar correctamente una respuesta de este calibre: ¿cuándo la labor está bien hecha? ¿Cuándo podemos decir que un escritor ha logrado literalmente borrarse de la hoja y simplemente se transforma en un médium que cuenta, lo mejor que puede, esta historia? La respuesta, en palabras de Salter, es más o menos así: “Por supuesto, no todas las palabras pueden ser la palabra perfecta. No todas las habitaciones tienen vistas al río. Hay miles de palabras ordinarias que componen un libro, igual que un ejército hay muchos soldados de a pie y algún que otro héroe. Pero no debería haber palabras fuera de lugar o palabras que degraden las frases o las páginas. Has de tener paladar para lo que estás escribiendo. Has de ser capaz de reconocer cuándo se ha echado a perder. Puede que, de hecho, no haya una palabra justa, mucho menos la palabra perfecta. Puede que hayas de cambiar de idea y utilizar dos palabras para reescribir la frase. No merece la pena hacerlo por cualquier libro, por cualquier frase o cualquier párrafo. No todo escritor lo hace. Hay grados de excelencia”. La respuesta está en concebir los relatos, de mediano o largo aliento, como organismos ultra reescritos. Casi casi, libros artesanales. De los que, obviamente, ya no hay.
Grosso modo: hablamos de un estilo que ayuda a borrar nuestra voz engolada de autor, hablamos de un estilo que trabaja en contra de nuestra pretensión, o ambición, mal enfocada, porque no puede estar bien afinada una meta si se limita únicamente a la voz narrativa; es decir, al autor y su ego. Quizá la mejor manera de lograr ese efecto de invisibilidad sea dotando de sustancia un estilo personal. Ergo: escribir con naturalidad, una naturalidad lograda a base de paciencia y mucho trabajo, una voz sin excesos ni abusos, simplemente una voz ideal para contar cierto tipo de historias.
Expuesto esto, vayamos a otro punto, ¿de verdad sirve la invisibilidad del autor al escribir una novela? Dicho de una mejor manera, ¿A Salter le sirvió no entrometerse en sus novelas y dejar que la voz narrativa se limitara únicamente a contar hechos? La respuesta es obvia. Más allá de esa certeza debe decirse que sus libros destilan un sello personal, un estilo propio, pero es necesario preguntar algo más: ¿logró hacer más literario su trabajo al hacerse invisible? Salter se enfocó en crear libros a mano, de los que no hay, con frases acabadas, bien pulidas y enceradas, con una trama sencilla pero intensa. Notamos entonces que su trabajo como narrador, al hacerse invisible, es apenas la punta del iceberg. Un ejemplo de ello es All that is, su última novela. De eso hablamos en la siguiente entrega.