EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

John Banville: escribir como pintar

Adán Ramírez Serret

Octubre 25, 2019

 

John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) es, sin duda, uno de los autores que más admiro y me apasiona de una manera extraña. Intentaré explicar la razón.
A la vez que lo digo y lo pienso, que me encantan sus libros al grado de no querer hacer otra cosa más que leerlos; me doy cuenta que no hay nada más difícil que explicar un gusto.
Quizá, incluso, me atrevo a pensar, es más sencillo describir las cosas que no nos gustan; aquello que odiamos seguido de los furiosos adjetivos que expulsa el odio. Tal escritor es espantoso por esto o por lo otro. Es aburrido y predecible. Incluso, entre el mundillo literario, se dicen comentarios crueles como “no lo leí y no me gustó” o, “no lo he leído y hasta ahora no me ha pasado nada”. Formas crueles de despreciar a alguien. Pero hay pocas expresiones tan vacías como impresionante o magistral.
Si digo, por ejemplo, que lo que más me gusta de Banville es que describe la vida tal como es, que su obsesión no es otra que observar el mundo; tengo la sensación de no estar diciendo nada.
Pero eso es precisamente lo que hace: describir de una manera obsesiva lo que significa estar vivo. Detestar a alguien; amar con locura a un hombre o una mujer; un hijo o una madre, e intentar comprender la razón. Eso es, me parece que Banville está obsesionado por saber qué significa estar vivo. Por retomar las manos y los cuerpos, observar obsesivamente los detalles en los rostros, los olores o las líneas de la piel
Demuestra que los vivos siempre olvidamos lo que significa respirar. Quizá ese sea el éxito de la sangre, el sexo, el sufrimiento y la enfermedad… nos hacen recordar lo que significa estar vivos. Damos por hecho el mundo y nos perdemos en pensamientos fatuos.
Hace poco, editorial Alfaguara publicó algunas de las obras más importantes de Banville escritas durante los últimos 30 años. Son obras espectaculares que aunque leamos en una traducción, parecen escritas por una especie de dios a quien le gusta hablar de dioses y humanos y de sus cuerpos y de los sentimientos y deseos que sufren.
Releí El mar (novela que le valió el Man Booker en 2005). La había leído en inglés y recordé frases que me parecían incomprensibles. Comienza así, “Se marcharon, los dioses, el día de la extraña marea”. Comienza un relato un tanto enigmático en donde el narrador va de ida y vuelta al pasado que considera un refugio.
Un hombre que acaba de perder a su esposa vuelve al lugar en donde nació con su hija en busca de una guarida, precisamente. Un lugar en un espacio terrible en dónde su mujer ya no está.
Observa el viento, la playa, el mar, los paisajes en donde pasó su infancia y la gente que conoció y ahora vuelve 50 años después. La novela es un conjunto de imágenes, de escenarios en donde compara los recuerdos con lo que tiene enfrente.
Su mirada es la de un pintor que crea retablos en donde se detiene a observar el mundo. Es la imitación, el gusto por ella, la mímesis de la que habla Aristóteles mezclada con la obsesión del escritor por el sentido y las palabras, por el placer de quien se sumerge en las imágenes para descubrir nuevos detalles. Las páginas de esta novela son diferentes lienzos construidos palabras. Universos de colores y olores. Obras de arte, imágenes sacadas de pintores como Poussin o Watteau. Un mundo hermoso en el cual contemplarnos.
(John Banville, El mar, Madrid, Alfaguara, 2019. 224 páginas).