Adán Ramírez Serret
Junio 12, 2020
Hace unos años tuve la suerte de presentar la novela Rendición junto a su autor, Ray Loriga; tomamos unas cervezas antes de ir al evento y sin pensarlo demasiado, entre un trago y otro, le dije que me había parecido, al cerrar la última página del libro, que planteaba rendirse como la única posibilidad de resistir. Me dijo que sí, en efecto, que en eso había pensado al escribirla.
Me sentí un poco extrañado porque es raro que un novelista te dé la razón y más cuando hablas de sus libros, por no pensar, lo más probable, que me diera el avión. Más allá de saber qué fue lo que sucedió, pienso en esto porque mientras leía la más reciente novela de José Ovejero (Madrid, 1958) Insurrección, pensé todo el tiempo que se trataba de un libro que se rebelaba en contra de lo que en los últimos años hemos apreciado en las novelas.
Porque quizás en las librerías, revistas y periódicos, últimamente, los libros son importantes por motivos “extra literarios”, por decirlo de una forma. Lo cual, por supuesto, no es ni bueno ni malo.
Lo que sucede es que ahora, en su gran mayoría, los libros son importantes por quien los escribe, por el tema que cuentan, por los premios que han ganado o en qué concurso literario han sido finalistas…
Pero se ha dejado de lado la propia calidad intrínseca del libro. Aquellos que son maravillosos por la belleza misma de la escritura de sus autores, o por sus historias y personajes, deslumbrantes para sus lectores y no para los reseñistas; novelas cuyas cualidades no se encuentran en la portada, ni en la foto del escritor ni en la cuarta de forros.
Es el caso, por supuesto, de Insurrección que en cada página se rebela como una obra maestra secreta. Pues José Ovejero pertenece a esa rara avis en la literatura, de autores que a pesar de haber ganado premios muy importantes, como el Alfaguara o el Anagrama de Ensayo, entre varios otros, han decidido tomar otro camino. Mantener un perfil bajo. Pero, ¿qué significa esto?
Creo que no estar bajo los reflectores más potentes no es escribir libros mediocres, sino de alguna forma, conservar cierta dignidad manteniéndose lejos de los temas de moda. Las noticias que aparecen en los periódicos y que en poco tiempo son material de novelas y vemos a sus autores entrevistados ya sus libros reseñados por críticos y periodistas.
Ovejero parece dar la espalda deliberadamente a esto, escribiendo novelas extrañas. Novelas sin ismos y sin sangre. Sin rescatar a ningún niño ni ninguna cultura aplastada.
Insurrección es la historia de una familia de clase media madrileña en la cual todo debería funcionar pero nada es así, sucede simplemente porque el mundo está pasando por una crisis profunda.
Todo debería estar bien porque es una pareja educada de enamorados que cuando dejan de estarlo, se separan de manera civilizada. Los hijos son inteligentes y tienen educación y son queridos y a su vez quieren a sus padres y aun así un vacío profundo hace imposible sus vidas. Por lo tanto, cada uno de los miembros de la familia apunta hacia lugares diferentes.
Los padres intentan ser parte del sistema tomando las migajas que les ofrece; y los hijos son rebeldes clase medieros con la superioridad moral que esto significa. En los entresijos de estas vidas, Ovejero tiene el talento para hacer explícitos el amor y la duda.
Ovejero reafirma aquello que marca a las grandes novelas de ma-nera contradictoria: que son soberbias y humildes a la vez. Es una historia común que denuncia lo que no funciona en el mundo de manera reflexiva, introspectiva. Dice, “…hemos ido perdiendo tanto las habilidades como el deseo, la mayoría somos incapaces de hacer un pan y de teñir una tela… La tecnología nos convierte en inútiles rodeados de cajas negras. ¿Cómo desear si no podemos hacer? El deseo ha sido sustituido por el capricho”.
Ovejero lanza una botella al mar, sin ninguna otra etiqueta para quien la encuentre, que la propia curiosidad del lector. Resiste escribiendo una novela increíble por sí misma.
(José Ovejero, Insurrección, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2019. 288 páginas).