EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Julio César y los derechos de la mujer

Florencio Salazar

Junio 20, 2022

La injusticia continuada suele generar reacciones violentas. Julio César.

Roma soy yo, la reciente novela histórica de Santiago Posteguillo, relata la vida de Cayo Julio César durante sus primeros 23 años de vida. El autor señala ese periodo como el más desconocido en la vida del orador, militar y político. Santiago Posteguillo se caracteriza por investigar a profundidad sobre personajes y periodos históricos. Lo ha hecho exitosamente con Africanus, El Circo Máximo y Julia.
En el artículo anterior he comentado sobre Roma soy yo. Vuelvo al texto sobre un tema concreto: la defensa de Julio César a los derechos de la mujer. Myrtale, joven aristocrática hija de Aerópo, ha sido violada por el gobernador romano de Macedonia, el corrupto senador Cneo Cornelio Dolabela, quien además ha defraudado con impuestos para la reparación –no ejecutada– de la Vía Ignata, el sobre costo al trigo y el expolio al templo de Afrodita. De acuerdo con las leyes los macedonios necesitaban que un ciudadano romano aceptara representarlos como fiscal. Ese abogado fue Julio César.
El juicio se realiza en el año 77 a.c. El dictador Sila había disuelto los tribunales trasladando sus facultades al Senado. Julio César aceptó enfrentar a un senador poderoso, corrupto y criminal, brazo derecho del Dictador. Venció a Marco Tulio Cicerón, quien le disputó el puesto de la defensa. A Julio César le habían aconsejado no involucrarse. Tenía todo que perder y nada que ganar.

El juicio contra Dolabela

Myrtale declaró que el gobernador Dolabela aprovechó la ausencia de sus padres para entrar a su casa, luego la derribó tras una golpiza y, sujetada por centuriones, la violó, mancillando su honra. Al perder la castidad sería repudiada, por lo cual trató de suicidarse. Sólo la condena a su violador le reiteraría su honor.
Hortensio, abogado de Dolabela, trata de desacreditarla: “ahora la acusación nos presenta el testimonio de una mujer”.
Una mujer es a quien hemos de creer ahora. De acuerdo, pero recapitulemos sobre la valía del testimonio de una mujer. La mujer está en la base de los enfrentamientos de nosotros, pobres mortales. Prometeo robó el fuego sagrado para los hombres, mas advirtió no aceptar regalo alguno. Pero aceptaron el regalo de Zeus: Pandora y ella abrió su ánfora y liberó todas las maldades, incluida la mentira, que es la diosa Ápate, que llamamos Fraus, madre de todo fraude. Hasta Minerva mintió a Ulises cuando éste llegó a Ítaca. La guerra de Troya fue culpa de una mujer. Esa es la inclinación de la mujer, incluso de las diosas, la mentira.
Acusa a Myrtale de haber seducido al gobernador al llevar sólo una túnica por vestuario. La señala de meretriz. Dolabela sólo era víctima de la provocación de una mujer sin principios. “Una mujer no debe ser solo honesta, sino además parecerlo”, sentencia el abogado defensor. Inútiles fueron los gritos de la joven mujer señalando al acusado: “¡Ese hombre me violó! Me violó y terminó con mi vida. Y se echó a llorar”. Hortensio se burla de sus lágrimas y la acusa de meretriz. Sin consideración trata de aniquilarla: por “las mentiras vertidas aquí por una joven macedonia no casada y no virgen, una auténtica desvergonzada, por decirlo con palabras suaves”.

Los argumentos de Dolabela

Hortensio pide al ex gobernador “iluminarnos” sobre lo ocurrido.
“Ella me convocó a su presencia –dice Dolabela–. Me pareció inusual que una joven, por muy aristocrática que fuera, se tomara la libertad de invitarme a su casa, pero por pura cortesía decidí acudir. Cuando llegué ella estaba sola y con ropa propia de un encuentro íntimo, y nada más entrar se me insinuó en repetidas ocasiones. Soy viudo. Decidí aceptar sus invitaciones sexuales. Si ella deseaba ser deshonrada era asunto suyo”. Y remata con la suposición de que aspiraba a una vida de lujos en Roma.
En el alegato final el abogado Hortensio refiere a los testigos y “las acusaciones de… una mujer. Pero una mujer siempre está inclinada a la mentira más grosera, cuando no a la exageración más burda. Por no subrayar su condición de mujer no casada y no doncella”.
Julio César confronta la exposición de Hortensio. Después de resumir las atrocidades cometidas por Dolabela en Macedonia. Señala lo que significa para los macedonios promover un costoso juicio, “y como si una mujer deshonrada no tuviera otra ilusión en la vida que humillarse en público”. Julio César expresa: “Han despreciado hasta el relato que una joven mancillada en su honor ha hecho aquí delante de todos. Se han burlado de ella y la han acusado de mentir, para lo cual el único argumento de la defensa ha sido… que es mujer”. Con enjundia pasa a contestar a Hortensio respecto a la maldad originaria de la mujer.
“Podríamos llegar a concluir que la mujer es tan de fiar como los hombres, o más aún, si cabe”.
El dios del engaño no es una mujer. Es Dolos, masculino. Penélope permaneció constante y fiel a su esposo. Roma fue creada por descendientes de Eneas, quien procede de la diosa Venus. Y nuestra deidad suprema es la diosa Vesta, que siempre estaría custodiada por sacerdotisas vírgenes. Helena no fue la causante de la guerra de Troya, según narra Eurípides, quien sigue a Estesíco, contradiciendo a Homero en La Ilíada. Clitemnestra mató a su esposo Agamenón, porque éste dio muerte a su mismísima hija Ifigenia sacrificada a los dioses y volvió de Troya con una nueva amante, Casandra. “Y así –señala Julio César– podría pasar horas argumentando y exponiendo ejemplos de los autores griegos y romanos, donde podemos ver que muchas mujeres no son infieles, ni inconstantes ni mentirosas. Solo deseo declarar que a Myrtale, la joven macedonia mancillada por el reus, por la fuerza y con violencia, se le puede creer o no, mas en modo alguno se le puede dejar de creer por el hecho de ser mujer”.
El juicio –que duró meses– era un fracaso anunciado a Julio César. Los senadores, pares de Dolabela, lo declararon inocente por unanimidad. Al salir de la Basílica Sempronia sobre Roma caía el mar del cielo. Las calles estaban solas. Los sicarios de Dolabela –con él al frente– seguían a Julio César para asesinarlo. La intensa lluvia ocultaba a los macedonios, incluida Myrtale, empuñando dagas. Ella logra sepultar su acero en el vientre grasoso del senador sin herirlo de muerte. Los sicarios rodean a los macedonios, a Julio César y su guardia. Están en un callejón sin salida en el muelle del río. En un instante el Tíber se eleva furioso y se traga a Dolabela. Su cuerpo desaparece por siempre jamás.
Sobre la justicia deseada por los macedonios el destino ejecutó lo que la ley no pudo. Y hasta donde la verdad alcance y la imaginación ayude Julio César también se eleva por sus convicciones igualitarias de género.