Adán Ramírez Serret
Noviembre 03, 2017
En la reseña anterior sobre Roberto Bolaño, cité aquella frase de Milan Kundera en la cual dice que un narrador hace un striptease al revés, pues comienza desnudo y poco a poco, libro tras libro, se va cubriendo de capas de ficción. Y en efecto, es lo que usualmente sucede. Un autor vive una experiencia, que puede ser una noche o su vida entera, y después la convierte en ficción; hace en muchos sentidos una historia inventada pero también se crea a sí mismo, hace un montaje de su propia persona.
Sin embargo, en literatura no hay ninguna regla establecida y siempre se habla más que nada de excepciones. Una de ellas es, por supuesto, Karl Ove Knausgard (Noruega, 1968), un escritor que gozaba de algún nombre, de algún éxito en su país hasta que a los 40 años decidió justamente hacer lo opuesto a lo que usualmente conciben los narradores y comenzó a escribir un proyecto en el cual se trataba de desandar el camino creado por la ficción, en volver a pensarlo todo, inventarse de nuevo. Su idea consistía en desmontar la figura del humano, aunque hubiera sangre y le costara el sacrificio completo de su vida privada, para descubrir, desmembrar y analizar al hombre de carne y hueso que se autodenomina escritor.
El filósofo francés Michel Foucault escribió lo siguiente sobre la literatura moderna: “La obra que tenía el deber de traer la inmortalidad recibe ahora el derecho de matar, de ser asesina de su autor”. Me parece que es el caso de Knausgard, pues al hacerse el autor la pieza clave de su obra, ser el héroe por decirlo de cierta forma, está asesinando a la persona de carne y hueso. Y en el caso de Karl Ove, esta confesión de la intimidad le ha costado amigos, familiares y hasta la esposa misma.
El proyecto literario que emprendió Karl Ove en 2008 se llama Mi lucha. Una autobiografía que es una auténtica proeza y consta de seis volúmenes y que al español han sido traducidos hasta ahora, cinco. Me parece que la obra desde el mismo título es bastante incendiaria, pues es el nombre del libro que escribió nada más y nada menos que Adolf Hitler.
Se trata de un conjunto de libros en los que Knausgard nos cuenta su vida de manera incansable; una autobiografía, sí; pero no intenta narrar tan sólo lo que sucedió sino sobre todo quién es. Esta extrapolación de sí mismo se convierte en lo opuesto a la búsqueda, pues el ser humano que busca trascender, al transformarse en personaje, desaparece. Y toda su vida comienza a ser ficción.
El primer tomo de Mi lucha, se llama La muerte del padre. Me parece que de los cinco que he leído hasta ahora es el más convencional, pues da una visión, que me atrevo a decir global, desde la vida adulta, de su infancia; una introspección en donde se enfrenta al niño frágil que fue y al padre terrible que tuvo. Pero ya aparece su sello personal, lo opuesto a lo global, es decir, el fragmento: la maravilla de Knausgard de narrar el instante, los cascajos del tiempo cotidiano que constituyen la vida. Es en verdad un deslumbrante ejercicio de memoria en donde revive los momentos, terribles o maravillosos, de su vida. Y en verdad parece que no importa si lo que vivió fue malo o bueno sino que simplemente es parte de su vida. El segundo tomo es Un hombre enamorado al que siguió La isla de la infancia. Hasta ahora mi favorito en el cual cuenta el fin de la infancia en una pequeña isla de Noruega en la que creció. Siguió Bailando en la oscuridad y este año, Tiene que llover. Aquí cuenta cómo se hizo escritor y sus experiencias como tal, todo, sin duda, sin la mínima censura.
Me gusta pensar en Knausgard como el padre de una literatura; como el hombre que tomó la confesión e hizo del mea culpa el centro de su obra; el eco constante de su inspiración literaria.
(Karl Ove Knausgard, Tiene que llover, Barcelona, Anagrama, 2017. 691 páginas).