EL-SUR

Miércoles 23 de Abril de 2025

Guerrero, México

Opinión

Kundera y el título que nos titula

Ana Cecilia Terrazas

Julio 15, 2023

En 1984 se publicó La insoportable levedad del ser, quizá la más conocida novela del escritor checo Milan Kundera, avecindado en París desde 1973. Autor imprescindible para el universo lector de novelas por sus psicotramas bien escritas de amores y emboscadas emocionales, Kundera murió esta semana a los 94 años.
La insoportable levedad del ser trae en toda su rugosidad hallazgos y minucias que transparentan la compleja eroticidad que tanto gustaba a Kundera. El autor, siempre al borde de la máxima filosófica, en torno del ser y la nada, llena de guiños y coqueteos su escritura con la imposibilidad de establecer relaciones monogámicas a causa de los hilos invisibles que se mueven en el archivo del inconsciente: goce, deseo, ligazón libidinal, duelos no resueltos.
Más de un millón de ejemplares de La insoportable levedad del ser, en múltiples idiomas, han sido disfrutados por el universo lector y quizás ayudó a alcanzar ese volumen –además del talento kunderiano– la película de 1988 que dirigió el estadunidense Philip Kaufman.
Como ejemplo de ventas en enormes cantidades también se registran de Kundera La broma, El libro de la risa y el olvido, La vida está en otra parte y el ensayo El arte de la novela, entre otros.
En realidad, el acierto mercadológico del autor habita en sus títulos tan abiertos, atractivos, empáticos y con aspiraciones de profundidad que acaban nombrando en lo general nuestra experiencia de vida sea cual sea en lo individual.
Tomando prestado el título tan mencionado, en homenaje a Kundera, vale abordar lo que todas las personas sentimos todos los días, a todas horas de toda nuestra jornada: esa levedad del ser.
Esa sensación que se vive conforme pasa el tiempo, esa falta de suficiente asidero, de peso o gravedad, con sus tonos lúgubres y de desánimo, es paradójicamente el motor para que las personas nos hagamos de todo tipo de fuerzas para encontrar cómo hacerle con el transcurrir ligero, casi irrelevante y a pesar de todo sobrevivir.
En filosofía, el existencialismo y el nihilismo dan de frente con esa levedad y se tratan de hacer cargo de desplegarla. Ahí están Nietzsche, Heidegger, Kierkegaard, Sartre, Beavoir y Camus, quienes hilvanan cómo valorar la existencia y su devenir desalojando la posibilidad de cualquier esencia o anclaje definitivo, procurando no aventarse por la ventana (no todos lo lograron).
El psicoanálisis, por su parte, con todos sus pensadores, se dedica a esa molestia o levedad que no se ve pero que es parte relevante del actuar cotidiano.
El psicoanalista francés Jacques Lacan, siguiendo a los estructuralistas y críticos, diría en los setenta sobre las preguntas ontológicas fundamentales que el sujeto no puede tener una esencia fija e inamovible.
El neurólogo, psiquiatra y filósofo austriaco Viktor Frankl, fundador de la logoterapia y del análisis existencial, superviviente de campos de concentración nazis, da en el clavo accesible al develar la frustración existencial; esa levedad que puede ser restaurada solamente a partir de nuestra capacidad para ir descubriendo el sentido de nuestra vida y quizá sólo así librarnos de la insoportabilidad que nos aqueja. El síntoma de la levedad, digamos, es perpetuo y no concluye más que con nuestra muerte.
Las espiritualidades y religiones procuran con frecuencia hacerse de rutas hacia lo que vale la pena (amor, compasión, perdón, gratitud), al tiempo que advierten sobre el falso valor, el oropel circundante que nos atrapa y despoja al final, dejándonos en una inmensa oquedad.
La levedad del ser pareciera que se ataja de dos maneras en un sentido amplio. La primera se anuda en vivir, lo mejor que se pueda, abrazados al tiempo presente que sabemos está en huida perpetua. La segunda forma –a su vez una posible estrategia para atarnos a ese presente escurridizo– está anclada a las pequeñas cosas. Eso subraya siempre el psicólogo social Pablo Fernández Christlieb en cada texto de sus antologías: La forma de los miércoles, La función de las terrazas o Bobos contra babosos. Eso nos hace soportable la muy insoportable levedad del ser, como reza el título que Kundera dejó para que lo recordara el mundo entero y lo leyeran muchísimas personas.