EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

HABLEMOS DE LIBROS

La 1ª Gran Transformación

Julio Moguel

Septiembre 29, 2021

La consumación de la Independencia de México,
hoy hace 200 años (1821-2021)
(Trigésima segunda parte)

I. Después de la rendición de Valladolid, el desmoronamiento…

La rendición incondicional de la plaza de Valladolid por parte de los realistas, decíamos en una entrega anterior, constituyó el punto “de no retorno” del triunfo independentista. La noticia corrió como reguero de pólvora por todos los rincones de la Nueva España, y generó una circunstancia de plena o absoluta confusión en el virrey Apodaca y en los titulares de su aparato de gobierno que los condujo a convertirse, por sus innumerables errores, en un factor precipitador de la que muy pronto sería su estrepitosa derrota.
Apodaca apareció entonces en toda su desnudez, mostrando con toda claridad la certeza del dicho popular de que “el hábito no hace al monje”. ¿Mostraba Apodaca a esas alturas alguna virtud que hiciera creíble para unos o para otros que era un ser con reales capacidades gobernantes, y, más que ello, que tenía la capacidad e inteligencia de un Venegas o de un Calleja para llevar adelante la guerra en las condiciones que marcaba puntualmente el reloj del año 1821?
Con toda falta de tino y en el traje del virrey “siempre ensoberbecido”, Apodaca reaccionó en el sentido contrario a lo que cualquier persona de inteligencia media hubiera reaccionado: lanzó una embestida represiva sin precedentes al tiempo en que mandaba a las tropas que le seguían siendo fieles al precipicio. La megalomanía, como enfermedad, ayudaba por un lado a Iturbide, en la misma medida en que hundía por otro lado a Apodaca.
Apodaca, en un bando público aparecido el 5 de junio, suspendió la libertad de imprenta, y canalizó una buena parte de sus esfuerzos en limitar o eliminar la circulación, expandida en la capital del país como si fuera un sarampión, de todo tipo de impresos en los que –justo en contrasentido a lo marcado por el bando referido– se hablaba prolíficamente de los avances del Ejército Trigarante y de “la próxima liberación”.
Las diferencias y contradicciones “en Palacio” se volvieron pan de cada uno de los días que siguieron. También las deserciones en lo que quedaba de los ejércitos realistas se convirtió en “nota” cotidiana para el regocijo popular.
Mientras tanto, las tropas realistas que quedaban y sus “aliados” del Ejército de las Tres Garantías levantaban la bandera del Plan de Iguala en El Bajío. De tal forma que tal golpe al virreinato se sumaba a la capitulación de Valladolid, lo que generaba, como bomba, dos acontecimientos de inocultable relevancia que marcaron en definitiva el principio del fin de la dominación española en nuestro país.

II. Del desmoronamiento al derrumbe del poder colonial. La renuncia de Apodaca

Con acontecimientos significativos que aquí, por cuestiones de espacio, ya no es posible relatar, pudiéramos decir que el avance del Ejército Trigarante comandado por Iturbide, en el trayecto de Valladolid a Querétaro –ya en la ruta que lo conduciría a la capital de la Nueva España–, aunque no sin algunos tropiezos, fue avasallador. “Muertes inútiles”, diría algún historiador, al relatar cómo es que algunos realistas que aún seguían siendo fieles a los mandatos de Apodaca murieron en el intento de detener lo que para entonces ya era un verdadero Tsunami.
La rebelión se había vuelto un hervidero nacional, pues en los cuatro puntos cardinales del país los independentistas ganaban plaza tras plaza, a veces sin derramamiento de sangre –por la simple rendición de los realistas–, o en encuentros armados en los que los realistas tuvieron que morder el polvo de la derrota.
Junio, julio y agosto de 1821 fue el escenario de este proceso de victorias independentistas y derrotas de los realistas. Pero cabe aquí transcribir, por su valía histórica, los términos en los que Apodaca “determinó” renunciar:
“Entrego libremente el mando político y militar de estos reinos, a petición respetuosa que me han hecho los señores oficiales y tropas expedicionarias, por convenir así al mejor servicio de la nación, en el señor mariscal de campo don Francisco Novella, con sólo la circunstancia de que por los representantes oficiales se me asegure la seguridad de mi persona y familia, manteniendo la tropa de marina y dragones que tengo, y se me dé además la escolta competente para marchar en el siguiente día a Veracruz para mi viaje a España, dejando a cargo de dicho señor Novella con toda la autorización competente, dar las disposiciones y órdenes para la continuación del orden y tranquilidad pública, y entenderse, en vista de esta cesión que hago, con las autoridades tanto eclesiásticas como civiles y militares del reino”.
La fecha de esta humillante “renuncia” quedaba sellada el 5 de julio de 1821. Y es relevante citar el documento pues revela hasta qué punto la elocuencia y prepotencia de Apodaca en sus misivas o textos anteriores ya habían quedado en el aire, convertida esa prepotencia y elocuencia ahora en simples volutas de humo.
Pero cabe destacar, del mismo texto, que Apodaca “renuncia” a ser cabeza del virreinato por la “petición respetuosa” que le hacen las tropas que hasta ese momento estaban a sus órdenes y a su servicio. Las derrotas son tristes y penosas en general, pero acaban por ser definitivamente humillantes cuando los más allegados de sus allegados le “piden” renunciar.
El enorme cacique de caciques de aquella patria bajo dominio español se había convertido de pronto en un humilde común que “sólo” pedía que se asegurara su persona y la de su familia, en el curso de encaminarse de inmediato a Veracruz para hacer el largo viaje al reino de los reinos: a una España que –¿tendría alguna idea de ello el virrey Apodaca?– también se encontraba en un profundo proceso de transformación.

Un punto y aparte, previo a la entrega final de esta serie

¿Le hemos seguido la pista a los acontecimientos que van de febrero a julio de 1821? Hemos tenido que hacer la narración “a saltos”, pues los 33 textos que compondrán finalmente esta serie apenas han permitido esbozar algunas líneas significativas de una historia que, como hemos constatado, es indispensable revisar en muchas de sus líneas y aristas.
Nuestro esfuerzo en este caso se ha dirigido sobre todo a revisar algunas de las líneas o ejes que ofrezcan la oportunidad de trabajar a fondo en nuevas y más profundas investigaciones, para que las generaciones presentes y futuras puedan tener una interpretación cabal sobre los contenidos y el sentido preciso en el que se desarrolló la 1ª Gran Transformación de México.
Una síntesis puntual de lo que creemos que es necesario revisar en el proceso histórico que hemos seguido será presentado en la siguiente entrega, misma que cerrará el ciclo –ya largo– de esta serie.