EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

HABLEMOS DE LIBROS

La 1ª Gran Transformación La consumación de la Independencia de México, hoy hace 200 años (1821-2021)

Julio Moguel

Agosto 11, 2021

(Vigésima quinta parte)

I. Un comentario necesario, para dar paso a la última fase del relato que se sigue en esta serie

En la entrega anterior regresamos al punto de partida de la serie que iniciamos el 24 de febrero del presente año, a saber, al de la proclamación del Plan de Iguala por parte de Agustín de Iturbide, el 24 de febrero de 1821, momento crucial en el que este personaje define, dentro del marco de una alianza con las fuerzas comandadas por Vicente Guerrero y Pedro Ascencio –y, con éstos, prácticamente con la mayor parte de las fuerzas que pasaban lista en el movimiento independentista del país–, echar a andar la maquinaria de guerra que finalmente había construido para dar un viraje de 180 grados y lanzarse a combatir al régimen virreinal encabezado por Juan José Ruiz de Apodaca.
Vimos a la vez que la flecha envenenada que enviaba Iturbide contra el cuerpo virreinal estaba armada bajo un esquema en el que se implicaba una maniobra, de suyo audaz e inteligente, para dar por entendido que el mencionado Plan de Iguala implicaba la propia participación activa del virrey Apodaca, a quien se le proponía ocupar la posición de la presidencia de la Junta Directiva que, mientras las Cortes españolas llegaran a dar su consentimiento con respecto al formato “independentista” que se proponía –monárquico, bajo el reconocimiento, como soberano, de Fernando VII (o algunos de sus familiares), quien tendría para tal efecto que “venir” a reinar sobre el terreno en la nueva nación “independiente”–, sería en los hechos el nuevo gobierno (provisional, entonces) de la Nueva España.
Lo que sigue establece la ruta del relato que va de este momento específico de la historia a la proclamación de independencia el 28 de septiembre de 1821, en entregas que se que cerrarán el miércoles 29 de septiembre del presente año.

II. El virrey Apodaca finalmente “descubre” el engaño de Agustín de Iturbide, y decide lanzar a fondo todas sus fuerzas políticas y militares para enfrentar “la afrenta” y “la traición” de Iturbide

Fallo en sus capacidades valorativas e incapaz de leer los signos que empezaban a marcarse en las nuevas circunstancias que se vivían, el virrey Apodaca decide, ensoberbecido y echado firmemente hacia adelante, ir con toda la fuerza política y militar capaz de acumular y regimentar, para enfrentar lo que consideró una “traición” de extrema magnitud y en consecuencia imperdonable por parte de Iturbide.
Tendiendo en sus manos los documentos que este último le había hecho llegar a través del ayuntamiento de México, decide, el 3 de marzo (de 1821), lanzar una proclama en la que exhortaba a los mexicanos “a no leer los planes seductores emanados” de Iturbide, bajo argumentos que, no sin significativa coincidencia, estaban plasmados en el ya muchas veces mencionado Plan de Iguala, a saber: atenerse “a la fidelidad debida al soberano y a las leyes de la monarquía”, sin dejar de mencionar que los intentos independentistas del “traidor” de Iturbide ponían en peligro todos los valores sobre los que se sostenía la paz y la tranquilidad de la Nueva España. Lo mismo hizo, en misma fecha, el ayuntamiento de México, en el que juraba “resistir los ataques e intrigas del servil despotismo y las seducciones de la anarquía, exhortándolos, a nombre de la religión, a permanecer fieles al rey, a la Constitución y a las autoridades legítimas.”
El 14 de marzo Apodaca lanzaba una nueva proclama, en la que declaraba que Iturbide quedaba “fuera de la ley”, perdiendo “los derechos de ciudadano español”, agregando que “toda comunicación con él era un delito que castigarían los magistrados y jueces conforme a las leyes”.
Pero este manifiesto o proclama también se dirigió a “todos los jefes, oficiales y tropa que hubiesen empuñado las armas en defensa del Plan de Iguala”, para concederles el perdón “a condición de presentarse a cualquier oficial de operaciones” y juraran su fidelidad “a la Constitución y al rey”. (Julio Zárate)

III. Apodaca establece un esfuerzo máximo por lanzar toda la fuerza militar fiel al virreinato para enfrentar la rebeldía de la nueva coalición rebelde encuadrada en el Ejército Trigarante

La conformación de un nuevo Ejército del Sur ascendió, en un chistar de dedos, a 5 mil efectivos, mismos que se concentraron en la Hacienda de San Antonio, cerca de la ciudad de México. Y al virrey no se le ocurrió otra cosa más que la de resucitar al coronel José de Armijo, nombrándolo comandante general del Sur. Pero a este núcleo central de la milicia virreinal se sumaron el batallón Castilla, el del Infante don Carlos y parte del regimiento del Príncipe. Sin faltar en la suma las fuerzas del coronel Juan Ráfols y la guarnición de Toluca.
Toda una nueva estructura de armas que para cualquier militar convencional pudo haber parecido una fuerza sin posibilidad alguna de ser derrotada sobre el terreno llano de una guerra regular, pero la afrenta de “uno de los suyos”, y no de “cualquiera de los suyos”, es decir, del mismísimo Agustín de Iturbide, quien ahora dirigía sus flechas envenenadas contra ellos, era un elemento que mermaba significativamente sus ánimos guerreros, y que no dejó de hacer dudar incluso a muchas de sus huestes engalanadas con el uniforme del ejército realista sobre la pertinencia de su lucha y sobre las posibilidades reales de ganar.
Así es que las ínfulas del virrey Apodaca, con todo el poder expresado en un primer momento de su respuesta contra “la afrenta” o “la traición” de Iturbide, no eran en realidad más que manifestaciones de unos buenos deseos que pronto –acaso demasiado pronto– mostrarían toda su debilidad. (Era “un gigante con pies de barro”, se diría en nuestras latitudes: o un “tigre de papel”, dirían los chinos).
Como veremos en los apuntes que siguen a este texto, el régimen encabezado por Apodaca se enredó en sus propias contradicciones y cegueras, de tal forma que lo que siguió fue en lo fundamental, sin demeritar el “efecto disparador” de la iniciativa de guerra encabezada por Iturbide, el desplome de un sistema que ya había perdido el piso y se perfilaba desde hacía ya desde algún tiempo a su desmoronamiento final.
Es justo esta percepción sobre el “desmoronamiento final” del régimen imperante la que deberá reconocerle la historia a un Iturbide que toda se vida militar se había movido en los márgenes de “las traiciones” y del oportunismo. Lo que demuestra, simple y llanamente, que la historia no camina a la manera de una línea recta y por acumulación, sino a través de una infinidad de circunstancias precisas, la mayor parte de ellas contingentes o azarosas, que en el análisis histórico o sobre el terreno es necesario identificar y ponderar.