EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

HABLEMOS DE LIBROS

La 1ª Gran Transformación La consumación de la Independencia de México, hoy hace 200 años (1821-2021)

Julio Moguel

Marzo 24, 2021

(Quinta parte)

 

I. El Sur profundo y sus secretos: el arte de la guerra

Decir que hacia finales de 1819, “sólo” quedaban unos cuántos núcleos insurgentes en actividad en algunos puntos dispersos del país, manteniendo en el contenido de ese “sólo” la lucha que se desplegaba en el Sur Profundo de Nueva España, es adoptar la visión de un historiador como Lucas Alamán, o de un esquema gobernante como el que se anidaba con rigor en el centro del poder político de la Colonia. Lo cierto es que, como veremos, con todo y sus resonantes victorias contra los insurgentes, en 1820-21 el Virreinato ya tenía marcado en la frente el signo de su desmoronamiento y muerte.
La información disponible ofrece suficientes elementos para adoptar una mirada diametralmente opuesta a la que nos ofrecen Alamán o el realismo novohispano. Y habrá que abrir sin duda, en su momento, el zoom de la mirada histórica para ver cómo, en aquellos tiempos aciagos –que ya podían considerarse dentro de marco de la “globalización”–, el volcán de rebeldías populares en la península Ibérica empezó a jugar en forma decisiva en favor de la insurgencia en la Nueva España. Pero antes de hablar sobre ello nos ocuparemos de las rebeldías de casa, es decir, de las que se mantuvieron contra viento y marea en el terreno ensangrentado de las patrias nuestras.
Ya hablaremos por supuesto de las maneras de actuar y de las acciones guerreras encabezadas de manera directa por Vicente Guerrero, el gran jefe de la insurgencia nacional después de la muerte de Morelos, pero me parece ahora más oportuno, para los objetivos de esta serie, centrarme en las acciones de otro gran jefe político-militar de ese Sur profundo al que muy pocos historiadores se refieren, de nombre Pedro Ascencio Alquisiras. Justo en su experiencia se encuentran muchas de las claves en torno al arte de la guerra, en este caso o de la guerra posicional que dio la base más firme a la lucha global de la insurgencia.
Un aprendizaje a piel ganado por los insurgentes después de las grandes derrotas que sufrieron después del fusilamiento de Morelos –por poner una fecha emblemática del balance– es que habría que empezar a evitar “las fortificaciones”: acorralados por las tropas realistas en determinado sitio, pocas veces pudieron contraatacar para romper los cercos y salir victoriosos del embiste.
Desde fines de 1818, Pedro Ascencio –de quien después daremos algunos de sus datos personales–, empezó por colocar su base de operaciones en Tlataya, al noroeste de Teloloapan. Desde allí armaba y desplegaba sus embestidas recurrentes contra los agrupamientos militares del realismo que se acercaban al terreno, pero se inclinó a la vez por generar la máxima movilidad posible de sus tropas, evitando que se uniformaran en el vestir, pues era mejor, en su caso, ser vistos o tratados como campesinos o habitantes comunes del medio rural si caían prisioneros. Bustamante, en su Cuadro histórico, hace una descripción precisa de la forma en la que el mencionado guerrillero dirigió sus fuerzas:
“A los 300 hombres con que dio Ascencio principio a su campaña, reunió a 500 con buen armamento, alimentados en sus mismas casas […] Acostumbrados a toda clase de fatigas y trabajos, caminando con ellos hasta quince leguas al día, sin detenerse más que el tiempo preciso para remudar el caballo. Con tal útil ejercicio, su sección volante atacaba a los destacamentos enemigos cuando menos lo esperaban, y de esta suerte los tenía en brida y en continuo temor […] También procuró Ascencio que sus jinetes montaran en mulas, porque siendo esta cabalgadura la más conveniente y segura para trepar por cerros y colinas pedregosas, en los que se fatigan y estropean grandemente los caballos, él con mayor facilidad podría bajar por los barrancos y desfiladeros y caer sobre el enemigo que lo esperase por las sendas y vías comunes de tránsito”.
¿No era justo ésta una de las formas en las que había logrado Morelos alcanzar triunfo tras triunfo desde el inicio de su campaña militar en el Sur, después de encontrarse con Hidalgo en Charo, en octubre de 1910? ¿No fue justo esta forma de lucha la que aprendió Morelos cuando sumó a sus tropas a las de Galeana, y que ya era, en los hechos, forma y mecanismo de defensa y de organización de los indígenas y negros y mulatos de la Costa para enfrentar al bandolerismo o a sus enemigos armados que pretendían someterlos en prácticas muy parecidas a las de la esclavitud?
Fue ésta en efecto una de las “formas” de lucha dominantes que permitieron la conquista plena de las tierras sureñas por parte de los independentistas al mando de Morelos y Galeana entre 1910 y 1912-13, diametralmente diferentes a las que habían llevado a Hidalgo a la derrota, a saber, la de la confrontación franca de las miles de almas que, en conglomerados migrantes mal armados, se enfrentaron sobre terrenos llanos a los bien organizados ejércitos realistas.
Pedro Ascencio, junto con Guerrero, sabían a piel y a corazón de qué se trataba esta forma de manejar la guerra. Y algo les decía que si seguían ese camino no tendrían manera de perder.

II. El mulato tixtleco Vicente Guerrero, al mando

Pero la gran figura de la Independencia en este aciago periodo de la guerra, justo en el tiempo más dramático que se abre con el fusilamiento de Morelos, es sin lugar a duda el mulato tixtleco Vicente Guerrero.
Acostumbrado a vivir justo en los espacios rudos y violentos del Sur profundo del que hablamos, durante los primeros meses de 1819 tuvo que asumir responsabilidades militares en otros lugares del país para ayudar en lo posible a partidas insurgentes que se encontraban en desgracia o en franca retirada. Pero no tardó en reaparecer en sus espacios naturales, donde encontró la forma de evitar su propia muerte y recuperarse “de sus últimos quebrantos” (Julio Zárate).
Será pues en el agreste y quebradizo sur de la Colonia donde, en los tiempos que siguieron, Guerrero –junto con Pedro Ascencio– mantuvo levantada la cerviz y logró encaminar el rearme popular que le permitió enfrentar a las ensoberbecidas fuerzas realistas, incluso a las más potentes y amenazadoras como las encabezadas en 1821 por Agustín de Iturbide.
De cómo es que se construyó o reconstruyó esta nueva fortaleza popular hablaremos en las próximas entregas.