Julio Moguel
Abril 28, 2021
(Décima parte)
I. Algo más sobre la negritud en la guerra de independencia
En nuestra última entrega nos referimos a uno de los componentes básicos de la “magia” sobre la que se basaron no pocos éxitos de la lucha popular independentista en el Sur profundo del país, fincados en una larga historia de luchas, en sus climas y geografía, así como en la consistencia y calidad de los tejidos sociales y pluriculturales que marcaban desde mucho tiempo atrás su peculiar naturaleza e “identidad”.
Todo ello, articulando mundos sociales que anclaban sus saberes de reproducción y sobrevivencia y sus conocimientos guerreros en tejidos sociales integrados, que, fuera bajo la forma de archipiélagos territoriales o bajo la de articulaciones socioculturales rizomáticas extendidas sobre vastos territorios, eran literalmente invisibles e inidentificables para un enemigo que cargaba con toda “la ciencia” y con todos los dogmas que acumulaba entonces negativamente el mundo occidental.
Mucho se ha hablado sobre la composición “campesina” de estas cadenas integradas de vida y reproducción. Pero parte importante de esos campesinos eran negros o mulatos, tema del que ya he hablado en entregas anteriores pero en la que ahora trataré de profundizar.
Mas la idea de que se trataba básicamente o sólo de “campesinos” se encuentra lejos de la realidad. Porque recordemos que ese “Sur profundo” era punto de entrada comercial de grandes dimensiones y significaciones en y desde el Puerto de Acapulco, lo que había llevado a una compleja hibridación multiétnica y de oficios y actividades o trabajos de muy diversa naturaleza y condición.
El tema “de la negritud” pareciera ser menor, pero identifica sin lugar a duda uno de los rasgos más característicos de la tropa que, sin paga mercenaria, fue clave de innumerables combates de la época. Atreviéndome a decir que, sin esa fuerza viva, emergente de un cierto espíritu propio de los negros o mulatos, hubiera faltado algo de esa rabia e inteligencia que generó las mayores capacidades de resistencia y lucha en las acciones bélicas de los independentistas.
II. Indicios históricos de valía complementarios a esta reflexión sobre la negritud
¿Ejemplos? Sobran. Pero aquí sólo hablaremos de algunos representativos. Lucas Alamán, de quien nadie puede dudar sobre su fobia contra los guerreros insurgentes, daba el dato de que la mayor parte de los defensores en el conocido sitio de Cuautla –sitio que duró 72 días– eran negros y mulatos de la Costa. Refiriéndose a ello, en su Historia de México, señaló que éstos eran:
“Hombres de resolución y fuerza armados con fusiles y diestros en su manejo, a quienes había ensoberbecido una serie casi no interrumpida de sucesos felices, y mandados por hombres de honor y corazón, tales como los Bravos y Galeana”.
Era tal el encono de Calleja por la forma en la que había perdido la batalla “aniquiladora” del sitio de Cuautla que, después de la derrota, ordenó al coronel Echegaray que:
“Solicitase cuidadosamente entre los presos al negro José Andrés Carranza, quien [durante el sitio] salía a insultar a la tropa por el reducto del Calvario, y lo hiciese ahorcar, sin darle más tiempo que el preciso para disponerse a morir cristianamente”.
Pero también son célebres las intervenciones de los valientes negros de la Costa encabezados por el capitán Palma –por ejemplo, en el combate victorioso que los independientes tuvieron con los realistas en las cercanías de Tehuacán en agosto de 1812–, o los que orgullosamente formaban parte de núcleo de guerra o de guerrillas que comandaba Galeana.
III. Un cuadro de Manuel Pérez Coronado [Mapeco] y la negritud
Quisiera redondear este pasaje –ya extenso– sobre el tema de la negritud en las claves de la insurgencia sureña del país aprovechando un cuadro de Manuel Pérez Coronado (Mapeco) sobre José María Morelos, para identificar algunos puntos finos de lo que está en juego entre un Iturbide “mercenario” y un Vicente Guerrero que, en palabras del propio presidente, entró triunfante con el Ejército Trigarante a la ciudad de México, aquel 27 de septiembre de 1821, “sin mucho protagonismo”.
El rostro de Morelos, en el cuadro de Mapeco, muestra “la negritud” como realidad y como potencia. Afrodescendencia que también quedaba claramente perfilada en el rostro y cuerpo de Vicente Guerrero. Rasgo que ha sido borrado prácticamente de la historia, con un tardado reconocimiento a los pueblos indígenas de México como parte fundante de nuestro “ser nación” e identidad (con la reforma constitucional de 1992, seguida por la reforma constitucional de 2001), pero con un más tardado reconocimiento de nuestro decisivo e igualmente “fundante” ser afrodescendiente, y, con, ello, afromexicano (reconocimiento apenas establecido en la Carta Magna el 28 de junio de 2019, logro que hay que colocar ya en la era de “La 4ª Transformación”).
No son esos los rostros de Morelos y Guerrero a los que estamos acostumbrados, pues abundan los pintores o dibujantes que prefieren esconder o matizar la mencionada “negritud” de nuestros verdaderos líderes libertadores.
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En lo que sigue continuaremos con la narrativa histórica de la guerra independentista, regresando al periodo que, abierto en febrero de 1821 por el lanzamiento por Iturbide del Plan de Iguala, culmina con la entrada del Ejército Trigarante a la ciudad de México el 27 de septiembre y con la proclamación, el 28, de triunfo final de nuestra 1ª. Gran Transformación.