EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La alegría de leer

Adán Ramírez Serret

Marzo 16, 2018

La literatura cubana es una de las más prolijas y virtuosas de las letras hispánicas. Tiene autores-héroes, como José Martí; autores-enigmático-neobarrocos y otra multitud de sustantivos más, como José Lezama Lima; o autores-lingüistas-semióticos como Severo Sarduy. Tan sólo por mencionar algunos árboles en el tupido bosque de la literatura de estos lares.
En este entorno, ha levantado la mano un autor de una pulida prosa, de grandes novelas y con estupendos personajes. Sin duda hablo de Leonardo Padura (La Habana, 1955). Las novelas destacadas dentro de una obra de gran calidad: El hombre que amaba a los perros, Adiós a Hemingway o Herejes. Y el personaje, fuera de aquellos grandes a los que describe tocándoles la carne y los huesos como Trotski o Hemingway, sin duda Mario Conde.
La más reciente entrega de la saga Mario Conde es La transparencia del tiempo. Una novela que contiene todos los elementos que ama el fiel seguidor de este detective, y que también es una obra ideal para aventurarse en este universo tropical, húmedo; en donde el tiempo ha tenido un desarrollo, un flujo particular, con una actualidad que viene de otro pasado y sitiado por el presente.
La historia arranca con un Mario Conde asediado por la pobreza y acechado por la edad. En su mente y cuerpo comienza a cobrar la factura el paso de los años. Ya nada es lo mismo, ni con sus amigos, también cada vez más viejos, ni con su ciudad cada día más extraña ni con aquel compañero raro que es el alcohol que hace poco le hizo ver al mismísimo diablo.
Como en todas las novelas policiacas de Padura, los tiempos se van alternando. Así pues, estamos en algunos capítulos en la Cuba del presente post Fidel; por otro vamos hacia el pasado rastreando los trepidantes pasos de una virgen negra que es presuntamente la del Cobre. La seguimos en el océano, en la España de la Guerra Civil y en la Edad Media.
Así las cosas, una mañana Mario Conde bebe el mal café que ahora abunda en La Habana, y fuma un cigarrillo que Conde piensa, que gracias a dios sigue siendo bueno y sopesa la pesquisa de libros de viejo que debe hacer en el día. En esto está, cuando llega un amigo de juventud, y entre otras cosas, le cuenta que un novio le ha vaciado la casa mientras se fue de viaje de fin de semana a Miami. Es corredor de arte y antigüedades; pero, dice, no se han robado nada que en verdad le importe; sino que tan solo, hay algo esencial que tiene, sobre todo, un valor emocional, una virgen negra que sostiene a un niño Jesús negro que es herencia de su abuela. Le pide al jubilado policía Conde, a cambio de una buena cantidad de dinero, que encuentre aquella virgen.
Así comenzamos al lado de Conde a internarnos en “las habanas” contemporáneas. Algunas elegantes con café italiano; otras decadentes con buenos amigos y buen ron; y otras, absolutamente terribles. Padura describe ciudades perdidas, especies de favelas que se han erigido en las periferias de La Habana.
El ejercicio de buscar una antigüedad en el presente es apasionante, porque así como la virgen presuntamente del Cobre, aunque está sentada y sostiene a un niño también negro; vamos diseccionando las capas del tiempo que aún se vislumbran en esta espectacular ciudad. La metáfora de la “transparencia del tiempo” adquiere cuerpo y forma según Conde padece los estragos de la edad al tiempo que se le inserta en las arrugas.
Leonardo Padura con estas espectaculares novelas de detectives, romances y antigüedades, hace mejores los días. Pues mientras se lee la novela, al lado puede humear un café o sudar una cerveza, a la vez que descubrimos la alegría de leer. Una de las más grandes, sin duda.

(Leonardo Padura, La transparencia del tiempo, Ciudad de México, Tusquets, 2018. 448 páginas).