EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La amistad social, condición para la paz

Jesús Mendoza Zaragoza

Julio 12, 2021

Es cierto que los conflictos representan una parte importante de la vida y del desarrollo de la sociedad. Tienen un dinamismo que obliga a hacer nuevas síntesis y a encontrar nuevas formas de convivencia social. No deben ser ignorados o disimulados, sino afrontados. Hay que resolverlos de manera pacífica pues son oportunidades para las transformaciones necesarias que la realidad está exigiendo. En este sentido, es necesario entender el papel de los conflictos sociales, que han de estar orientados hacia la unidad de la sociedad mediante procesos de paz.
En las ciencias sociales tenemos los temas afines de resolución de conflictos y de construcción del tejido social que señalan caminos para la transformación y para el fortalecimiento del entramado social, tan necesarios para la construcción de la paz, asuntos que tienen que adecuarse a las circunstancias propias de cada lugar. Tenemos noticia de la iniciativa de la Secretaría de Gobernación de hacer confluir a diversas secretarías del orden federal con instancias municipales y estatales en algunas colonias de Acapulco, como El Coloso, Progreso, Ciudad Renacimiento, Zapata y Jardín. Una sociedad fortalecida tiene más capacidad para afrontar las violencias y los conflictos sociales.
Así las cosas, se va abriendo paso el concepto de amistad social, que el papa Francisco ha estado lanzando como una propuesta que puede ser decisiva para buscar condiciones más saludables para la sociedad. Se trata no solo de un concepto analítico pues tiene un contenido ético, ya que está relacionado fundamentalmente con el principio ético del bien común. La amistad social viene a cerrar el paso al nocivo individualismo que ha atrapado las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales y crea las condiciones para el bien de todos y de cada uno de los miembros de la sociedad. Reconoce, por una parte, el bien de cada persona y, por otra parte, el bien de la colectividad. El bien de la persona y el bien del pueblo no tienen por qué contraponerse o confrontarse.
Este tema ha sido clave en el pensamiento y la acción pastoral de Jorge Mario Bergoglio, desde que era arzobispo de Buenos Aires, que ha ido universalizando ahora como obispo de Roma y le ha dado un impulso contundente a través de la Carta Encíclica Fratelli Tutti, sobre la fraternidad y la amistad social. En el lenguaje cotidiano, la amistad se entiende y perfila en el reducido ámbito de las relaciones interpersonales o de grupo, como si no fuera posible extenderla sin fronteras en el horizonte de la vida social. Francisco busca darle un perfil social, de manera que pueda mejorarse la calidad de las relaciones sociales.
Con la divisa Libertad-Igualdad-Fraternidad como horizonte de futuro, la Revolución Francesa pudo detonar procesos de cambio que han tenido un gran alcance. Ha habido un gran avance en la conquista de las libertades y también en cuanto a la justicia social. Pero seguimos a la mitad del camino. La fraternidad sigue siendo una utopía que se antoja demasiado lejana. Precisamente la amistad social está colocada en el horizonte de la fraternidad, ya que la libertad y la igualdad no son suficientes para el progresivo avance social ni global, ni cuentan con las energías necesarias para superar grandes conflictos como los que hay entre capital y trabajo, entre Norte y Sur, entre economía y política, entre otros.
La amistad social viene a ser un camino específico para orientar la libertad y la igualdad hacia el horizonte de la fraternidad, pues es en esta en donde tienen su verdadero sentido. Libertad e igualdad no se pueden encerrar en sí mismas, pues tienen su máxima expresión en el horizonte de la fraternidad. La amistad social nos hace capaces de percibir, respetar y alentar el bien de cada persona, de la comunidad y de la sociedad como tal. Nos hace sensibles a la dignidad de aquéllos que son diferentes a nosotros y capaces de cuestionar prejuicios y fobias de cualquier procedencia. La amistad social nos permite ser siempre incluyentes, superando cualquier trazo maniqueo en la manera de ver la realidad que da origen a las polarizaciones. No todo es blanco ni negro. La realidad manifiesta una serie de matices que los prejuicios ideológicos, políticos o religiosos no nos permiten ver. De esta manera la amistad social previene cualquier tipo de polarización social.
La amistad social asume los conflictos, los articula y los orienta hacia la construcción de la paz, muy al contrario de las posiciones que tienden a atizarlos para que prevalezcan, protegiendo intereses ocultos de cualquier índole. La amistad social se edifica sobre las grandes intuiciones de que la unidad prevalece sobre el conflicto y de que la paz prevalece sobre la violencia.
La amistad social es sumamente sensible a la fragilidad de las personas y de los pueblos. La búsqueda del bien común suscita nuevas formas para afrontar marginaciones y exclusiones y para transformar instituciones, ordenamientos jurídicos y estructuras, de manera que los más vulnerables sean atendidos de manera integral. Al mismo tiempo, evita generar dependencias al considerar que cada persona tiene derecho a asumir las responsabilidades que le tocan y hacerse sujeto de su historia. La amistad social cuida la fortaleza y la eficacia de las instituciones de toda índole, de manera que puedan cumplir cabalmente con sus funciones para el bienestar de todos.
Al apostar por la dignidad humana, la amistad social mantiene una apertura a todos, haciendo posible el encuentro; con una actitud de respeto escucha con atención a los demás, a quienes piensan diferente, reconociendo su parte de verdad, abriendo caminos ciertos de diálogo, superando fanatismos, lógicas cerradas y las tentaciones a la fragmentación y a la polarización social.
Es parte de la cotidianidad el que los poderes público y económico se empeñen en explotar los miedos y las angustias de la gente generando dinámicas encaminadas a proteger sus intereses ocultos y no ocultos. Y una de ellas es la de generar enemistades al interior de la misma sociedad, que rompen vínculos familiares y comunitarios y abriendo caminos para la polarización social. En nuestro contexto actual este es un riesgo.
El objetivo de la amistad social es llegar a construir un país en el que el bien público, la iniciativa individual y la organización comunitaria no estén en pugna ni en confrontación, sino que puedan apreciarse con reciprocidad, siempre y cuando el bien común sea el gran punto de referencia. Hay que decir que generar las condiciones para que un proceso así se vaya dando, no es tan fácil y exige buena voluntad y una creciente confianza.
Es claro que la amistad social requiere de un trabajo artesanal alentado por principios como la supremacía del bien común, el bien de todos, el bien del poder público, el bien de la iniciativa privada, el bien de cada sector de la sociedad y, sobre todo, el bien de los más frágiles. Ningún bien particular puede contradecir el bien común. Y tiene una mirada estratégica y amplia pensando en las siguientes generaciones. No solo resuelve los problemas de hoy, sino que previene los venideros.
La fraternidad es el camino. Esa es la gran intuición de la amistad social y no una mera utopía irrealizable. Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos, puede ser el motor de una transformación que no se limite a conquistar libertades y a establecer mejoras a la justicia, sino a elevar los niveles de fraternidad entre todos. ¿Por qué no aspirar a una sociedad más saludable, capaz de transformar pacíficamente sus conflictos?
¿Será esto socialmente posible? ¿Y políticamente correcto?