Anituy Rebolledo Ayerdi
Octubre 26, 2023
Acapulco insular
A partir de que Acapulco queda comunicado con el exterior a través de la carretera México-Acapulco, dejando atrás su condición insular de varios siglos, su conexión aérea con el mundo será relativamente rápida y eficaz. Dos años más tarde de inaugurada la Ruta 95, empiezan a llegar avionetas de pasajeros tripuladas por hombres que hoy figuran en la lista de precursores de la aviación mexicana: Rafael Chante Obregón Santacilia, bisnieto por cierto de don Benito Juárez; Francisco Sarabia, Julio Zínser, Franz Bieler y Carlos Panini.
Las primeras apariciones de un aparato aéreo sobre la bahía, para rodearla antes de posarse en tierra, provoca entre los porteños reacciones diversas, todas comprensivas ante un suceso desconocido. Mientras que algunas beatas corren al templo de La Soledad para salvarse de aquella intromisión diabólica, una chiquillería alharaquienta se lanza a las calles dispuesta a “alcanzar” el ruidoso artefacto, mientras un rabioso coro canino aturde los oídos. Todo ello mientras el aparato se enfila hacia la playa de Hornos, habilitada como pista de aterrizaje, para descender dando tumbos.
Antes de seguir, retrocedamos un poco
Charles Lindberg
Un auténtico boom aéreo había desatado en el mundo la fabricación en 1925 del Ford Trimotor, cuyo hito histórico se escribirá dos años más tarde con el vuelo trasatlántico de Charles Lindberg, tripulando el Espíritu de San Luis. Cubrirá la distancia entre Nueva York y París en 32 horas con 33 minutos; una hazaña que será imitada en México con epílogo fatal. El coronel Pablo Sidar y su copiloto Carlos Rovirosa tripulan un biplano Douglas 038, bautizado como Ejército Mexicano, empeñados en volar de México a Buenos Aires, Argentina. Ambos morirán al precipitarse la nave sobre suelo costarricense. El piloto Roberto Fierro dedicará a ellos su vuelo de Nueva York a México, consumado en 16 horas con 30 minutos (21 de julio de 1933), rompiendo la marca mundial impuesta por Amelia Earhart, la célebre escritora y aviadora estadunidense que había cruzado solitaria el Océano Atlántico (1928). Fierro ocupará hasta en tres ocasiones la comandancia de la Fuerza Aérea Mexicana.
Franciso Sarabia
Francisco Sarabia, aviador duranguense con grandes afectos en Acapulco, pulveriza nueve años más tarde la marca del general Roberto Fierro. Consume 10 horas con 47 minutos y cinco segundos volando de México a Nueva York, para ser aclamado con un desfile tumultuario en la Quinta Avenida de la Gran Manzana. Ya de regreso al país, donde se le preparaba una recepción de héroe, pierde el control del Conquistador del Cielo, que se desploma muy cerca del río Potomac.
El aterrizaje de Acapulco
Para abrir y acondicionar en 1930 la primera pista aérea de Acapulco se contará con la participación de los soldados del Onceavo Batallón de Zapadores, al mando del general Jesús Beltrán. Trabajan duras jornadas sobre el predio donde hoy se levanta el Auto Hotel Ritz, entre el parque Papagayo y la Gran Plaza. La pista –vil terracería– es inaugurada por el alcalde Nicolás Reyes (marzo de 1931), figurando entre los invitados de honor los pilotos Obregón, Zinser y Sarabia. Una verde enramada albergará las oficinas administrativas y la sala de espera , a cargo del joven José Pepe Villalvazo Alarcón.
Las rutas aéreas del sur
La aviación civil mexicana, iniciada por Alberto Braniff en 1910, tendrá un desarrollo espectacular durante la década de los 30. Aeronaves de México inaugura sus vuelos a este puerto en 1934 y Mexicana de Aviación operará 10 años más tarde con aviones de 12 asientos. Ya para 1936 volarán en México hasta doce líneas aéreas.
Las rutas aéreas de Guerrero fueron cubiertas por las empresas Transportes Aéreos del Pacífico (Oaxaca-Pinotepa-Ometepec-Tututepec-Pochiutla-Acapulco y Acapulco- Ayutla, San Luis Acatlán-Ometepec) y Servicios Aéreos Panini (México-Arcelia-Pungarabato-Huetamo-Morelia-Huamuxtitlán-Tlapa-Cuajinicuilapa-Ometepec). Por su parte, el piloto Alfredo Zárate Leyva vuela su propio aparato entre Acapulco y Petatlán.
Pie de la Cuesta
El necesario aeropuerto de Acapulco, obligado por la modernidad y el impulso turístico, se inaugura en Pie de la Cuesta el 11 de junio de 1946. “Comenzaba en la laguna de Coyuca de Benítez y terminaba en la playa con su pista asfaltada, hangar y oficinas modestas” (lo recordaba el cronista Carlos E. Adame) Novísima terminal aérea que determinará la apertura de nuevas rutas terrestres de camiones y taxis: Pasito-Parque Cachú-Mozimba-Campo Aéreo y Transportes de Lujo al Aeropuerto”. Integraban esta última “fordcitos” del año tripulados por acapulqueños de cepa: Raúl Walton, Jesús Hernández, Rafael Camacho, José Villalvazo, Leobardo Cano, José Ma. Dávila, Fructuoso Román y Ramiro Sosa, entre otros. Diez pesos la dejada.
El Concorde en Acapulco
Será hasta 1957 cuando Western Airlines inaugure su vuelo Los Ángeles-Acapulco, obligando algunas mejoras al Aeropuerto del Plan de los Amates . Casi diez años más tarde se inaugura la nueva terminal con su pista de tres kilómetros. Entonces recibirá una treintena de vuelos internacionales por temporada, incluso de la lejana Australia a través de su línea Quantas. La visita en octubre de 1974 del Concorde, el avión supersónico franco-inglés, provocará gran espectación
La tragedia en la bahía
Aquel 9 de septiembre de 1939 diluvia en Acapulco. El temporal azota al puerto desde varios días atrás. Es el clásico tapaquiahue o lluvias intensas de dos o más semanas. La bahía permanece cerrada por una gruesa cortina líquida y opacos telones de bruma.
El rugido de una avioneta reclamando pista libre sorprende al vigilante del “campo aéreo”, ensabanado con su pareja. Y es que lo menos que pudo imaginar era que con aquel tiempo de perros pudiera llegar algún aparato. Refunfuñando y lanzando madres abandona la cama para correr hacia el campo. Llega y descubre lo imaginado: además de anegada, la pista está invadida por vacas, caballos, burros y chivos. Intenta desalojarlos con gritos y sombrerazos pero se topa con la indiferencia soberana de los rumiantes, que estaban en lo suyo. Se maldice entones haber agotado el parque de su escopeta tirado al blanco siendo que con ella echaba fácilmente a las bestias, pues “¡es que nadie me avisó del vuelo, chingadamadre!”, reprocha.
(Soldado de primera perteneciente al 32 Batallón de Infantería, Antonio Pérez Martínez tenía la encomiendas de cuidar el campo aéreo, particularmente la de ahuyentar al ganado acostumbrado a pastar en aquella alfombra verde).
La avioneta regresa luego de sobrevolar la ciudad. Toma la Bocana como eje para perfilarse de nuevo sobre el campo de Hornos. Casi roza los lomos de los semovientes en un vano intento por asustarlos. El soldado Pérez, a mitad del campo, tendrá que lanzarse pecho tierra para no ser arrollado con el consiguiente baño de boñiga –¡chingada madre!–. El aparato se eleva nuevamente para un segundo intento de aterrizaje. Se enfila hacia la Bocana , el motor empieza a toser y el aparato a perder altura hasta casi a rozar la superficie marina. Resultará inútil el intento desesperado del piloto para elevarlo. Sonará seco y macizo cuando la avioneta golpee la superficie casi granítica de la bahía.
El rescate
–¡Chingada madre, ahora si ya me cargó la chingada! –aúlla el soldado Pérez ya en plena huida. Con grandes vocea ordena a su compañera: “¡Córrele vieja porque de por sí me van a echar la culpa!”.
Carmen Razo, azoyuteca, morena de formas generosas, detiene la loca carrera de su compañero :
–¡Tú saca a los de la avioneta, yo voy a pedir ayuda!
Antonio Pérez reacciona a la orden femenina y se lanza a las aguas para nadar hasta el sitio donde la nave flota precariamente. De su interior, el ayudante del piloto, Ramón Zúñiga, le hace señales de que la puerta está trabada. Le ayuda a abrirla, siendo el piloto, Zalce Leyva, el primero en salir con el rostro cubierto de sangre lanzando un dramática advertencia:
–¡Todos para afuera, todos para afuera, rápido, rápido, que esta chingadera se hunde!
El mismo ayuda a sacar a dos pasajeros
El auxilio llegará muy pronto tanto de la autoridad civil como de la Base Naval Icacos. Los lesionados son llevados a bordo de una lancha rápida al Hospital Naval, mientras que el Balandro S-1 transportará los cadáveres hasta el Malecón del puerto, de donde serán llevados al Hospital Civil Morelos para las necropsias de ley.
Para entonces, todo Acapulco ha invadido la playa, a partir del fuerte de San Diego y hasta la playa Hornos. Y es auténticamente todo Acapulco, soportando te lluvia y ventisca, pues la tragedia ha calado hondo y no se hacen esperar los actos de emocionada solidaridad.
Chabe Batani
Conmueve particularmente a los acapulqueños los decesos del comerciante Odilón Espino Ramos y su hija Natividad, de Petatlán. Una hermosa chiquilla que venía ilusionada a comprar en Los Precios de México el vestido que luciría en su fiesta de XV años. La tercera víctima mortal era don Gregorio Reynoso, sub recaudador de rentas de Tecpan de Galeana.
En un drástico contraste, la sociedad local festeja la sobrevivencia milagrosa de la señorita Isabel Batani Sotelo, perteneciente a una familia prócer del puerto. Habrá misa de acción de gracias en La Soledad y festejo popular. Doña Chabe formará más tarde una bonita familia con Gildardo Salas, simpático personaje acapulqueño conocido popularmente como El marqués de Llano Largo. Los otros supervivientes: el doctor Carlos García Méndez y Emilio Solís, de Petatlán; Alfredo Zárate, piloto y dueño del aparato y su ayudante Ramoncito Zúñiga.
Trópico
La tragedia opacará aquel 9 de septiembre de 1939 el lanzamiento del primer número del semanario Trópico, cuyos reporteros ofrecerán la crónica de la tragedia en el número dos.
¡Vámolos!
El soldado Pérez Martínez y su compañera Carmen Razo quedan finalmente solos en el escenario de la tragedia y surge entre ellos la inquietud de que nadie los haya tomado en cuenta, ni las autoridades ni los parientes de los rescatados. Ya no digamos felicitarlos por la actuación de ambos, oportuna y valiente.
–Es gente muy cabrona, Toño, y es por eso que tengo el pálpito que acabarán echándote la culpa por no haber podido sacar los animales en la pista –razona ella y propone enérgica: “¡mejor vamolos!”.
–Tienes razón, vieja, son unos cabrones, vámonos antes que vuelvan, ¡ahoritita!
Abandonando todas sus pertenecias, Carmen y Toño llegan a la terminal de los chilolos para subirse en el primero que salga para Ometepec.
Un ¡palospendejos!, que atronará los aires, será lanzado por el soldado Pérez, cuando el camión haya pasado el poblado de Las Cruces.