Gaspard Estrada
Noviembre 09, 2022
El pasado jueves, el ministro de economía de Chile, Marco Marcel, presentó la candidatura del ex ministro de Economía y ex director del departamento del hemisferio occidental del Fondo Monetario Internacional (FMI), Nicolas Eysaguirre, a la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Frente a él, varios nombres están circulando: el de la ex secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de las Naciones Unidas y actual embajadora de México ante Chile, Alicia Bárcena, el del economista ecuatoriano Augusto de la Torre, así como el del actual director del departamento del hemisferio occidental del Fondo Monetario Internacional (FMI), el brasileño Ilan Goldfjan.
No se trata de un asunto trivial: el BID tiene en sus manos buena parte del financiamiento de los grandes proyectos sociales y de infraestructura de la región. Por ende, el futuro de este banco, fundado por Estados Unidos en 1959 en reacción a la revolución cubana, es fundamental para determinar el futuro de latinoamérica. Y es que desde 2020, el BID está paralizado.
Durante el final del mandato del presidente estadunidense Donald Trump, el líder republicano quiso hacer del Banco la plaza fuerte de su política hacia América Latina, en particular para impulsar su estrategia de limitar la presencia de China en la región. En este sentido, decidió imponer a su antiguo asesor para latinoamérica, el cubano americano Mauricio Claver-Carone. El problema es que desde la fundación del BID, existía una regla no escrita entre los accionistas del banco, que dejaba claro que los países latinos tendrían la potestad de elegir al presidente del Banco. La vicepresidencia, a su vez, sería ocupada por un norteamericano. Este acuerdo desapareció con la imposición de Trump. Frente a ello, diversos líderes de América Latina, de izquierda como de derecha, decidieron tomar posición y criticar esta jugada del entonces presidente de Estados Unidos.
Sin embargo, la situación política de la región ha cambiado sustancialmente desde el 2020 y la derrota de Donald Trump. No solamente Joe Biden reemplazó al magnate de extrema derecha, sino que la mayor parte de la región pasó a ser gobernada por la izquierda: de Chile a Colombia, y en últimas fechas en Brasil, los nuevos líderes latinoamericanos tienen una visión progresista. En este sentido, la posición del BID bajo el mandato de Claver-Carone quedó cada vez más frágil. La administración de Biden ha aislado al BID en buena parte de sus políticas hacia la región, en particular en Centroamérica.
En vez de llamar al BID para financiar las políticas sociales con el objetivo de evitar la migración centroamericana, la administración demócrata ha utilizado el brazo financiero del Departamento de Estado, por la vía de la agencia de cooperación USAID. Por otro lado, la voluntad de aumentar el capital del Banco para incrementar su capacidad de préstamo en la región –como lo hizo recientemente el Banco de Desarrollo de América Latina, CAF– fue paralizada en el Congreso de Estados Unidos. En este sentido, la posición de Claver-Carone como presidente del Banco se volvió insostenible –inclusive porque este último incurrió en una serie de irregularidades que culminaron con su destitución del cargo, hace unas semanas.
Es en este contexto que la presidencia del BID volvió al ruedo político. Para buena parte de las capitales de la región, hubiera sido más prudente esperar a que Lula haya asumido el cargo como presidente, para que el candidato de Brasil fuese elegido por él, y que la disputa por la presidencia del BID refleje la nueva realidad política de latinoamérica. Pero los tiempos de la institución no lo permitieron.
* Director Ejecutivo del Observatorio Político de América Latina y el Caribe (OPALC), con sede en París
Twitter: @Gaspard_Estrada