EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

La biodiversidad para el desarrollo

Silvestre Pacheco León

Diciembre 24, 2005

 

Era pasado del mediodía cuando el vaquero de la hacienda de Pantla pasaba por la orilla del río arriando las vacas. Lo que miró era cosa de no creerse, sin embargo, no pudo dejar el ganado para cerciorarse bien de su descubrimiento. Lo que vieron sus ojos lo platicaría después: dijo que eran tres ollas de barro, alineadas, tan grandes que podría caber acostada una persona en su interior. Cuando regresó al lugar no encontró rastro alguno de los grandes recipientes, pero su plática perduró en la memoria de los lugareños, quienes desde entonces bautizaron con el nombre de Las Ollas al río y al ejido que más tarde, en pleno gobierno cardenista, promoverían campesinos provenientes del poblado de La Laja.

El ejido cuya dotación oficial ocurrió en el año de 1965 y que se localiza a escasa media hora de Ixtapa, guarda en su territorio vestigios importantes de la cultura cuitlateca. En el poblado de La Perica, anexo del ejido, son diversos los petrograbados descubiertos, y hasta un museo comunitario que casi nadie visita, expone objetos prehispánicos que los habitantes han encontrado. En las cuevas del Calabazalito han encontrado entierros importantes con vasijas e ídolos de los antepasados.

Pese a lo anterior, Las Ollas ha llamado más la atención en el estado por los continuos asaltos, perpetrados en su territorio, en la década de los noventa, en el trayecto de la carretera que comunica a la Costa con la Tierra Caliente.

Durante esos años los pobladores del ejido eran rehenes de una banda de asaltantes formada por un ex soldado que se avecindó en el lugar donde envició a varios jóvenes que fueron seducidos por la idea de hacer dinero fácil y que después encontraron su modus vivendi del asalto a mano armada, sobre todo a los pasajeros de autobuses y vendedores de casas comerciales.

Viajar en esa ruta era una aventura riesgosa, y hasta llegó a ser normal que la gente fuera preparada para la eventualidad de los asaltos, disponiéndose a ser vejada. La violencia y la impunidad con que actuaban los fascinerosos, movieron a los vecinos a pensar que algún nexo había entre malhechores y policía, situación que aumentaba el temor a denunciarlos.

Fue un hecho fortuito, cuentan algunos, el desmembramiento de la banda, pues sucedió que en una incursión de la policía motorizada, llegaron a una poza del río donde los asaltantes se bañaban. Confiados, los asaltantes habían dejado las armas expuestas en la orilla, de manera que cuando la policía hizo notar su presencia, los delincuentes corrieron en estampida. En el desconcierto la policía disparó, hiriendo al cabecilla que después murió en el hospital general de Zihuatanejo.

El ejido de Las Ollas es uno de los más jóvenes de la cuenca del río Ixtapa, sus integrantes colonizaron el lugar a mediados del siglo pasado. Casi la totalidad de las 10 mil hectáreas que posee son terrenos abruptos, rocosos y de pendientes pronunciadas. Apenas el 10 por ciento de su territorio se considera con vocación laborable. Lo salva la abundancia de agua que escurre la mayor parte del año en tres corrientes principales que son el mismo río Ixtapa, el río del Calabazalito y el río de Las Ollas.

En estas condiciones los ejidatarios sobrevivieron sus primeros años con la agricultura temporalera de maíz y ajonjolí. Algunos sembraban arroz en las faldas de los cerros cuya variedad casi ha desaparecido en la región.

La emigración a Estados Unidos comenzó a mediados de los sesenta, cuando el ajonjolí local fue desplazado del mercado y la pobreza se abatió sobre los pueblos. Esa época los especialistas la definieron como la del agotamiento del “modelo de desarrollo estabilizador” que vivió el país, caracterizado por el subsidio del campo a la ciudad, de la materia prima barata, a la industria.

A finales de la década de los setenta los campesinos conocieron el primer apoyo del gobierno federal para desmontar la selva y sembrar en su suelo delgado y expuesto a la erosión, pasto zacatón y jaragua para la cría del ganado vacuno.

A partir del hato que el ejido compró con crédito del banco rural, los campesinos aprendieron la ganadería. Ésta se fomentó con la inversión de parte de las remesas que las familias empezaron a recibir de sus miembros que se hicieron braceros.

En menos de tres décadas la práctica de la                                                   ganadería extensiva en esos suelos difíciles casi acabó con                                                   la selva tropical y con la biodiversidad.

Claro que el antecedente destructivo viene de más atrás, desde mediados del siglo pasado, cuando la Guerrero Land Company explotó el cedro rojo, la caoba y el roble, hasta acabar con esas especies.

Lo único que quedó en el ejido de esa época fueron las pesadas máquinas usadas para aserrar la madera. En la parcela de don Isabel Valdovinos, cerca del poblado de La Vainilla se puede ver parte del complejo industrial que operó durante los años 40. Por cierto que una pieza de la caldera que hacía trabajar esa maquinaria, fue cortada con soplete en 1989 y hoy se utiliza como campana en la capilla del Calabazalito.

La historia de ese hecho es harto singular: cuentan que perdida en la maleza, la maquinaria era cueva de iguanas. Cuando los transeúntes las apedreaban con mal tino, al golpe de las rocas con el metal se producía un sonido que asemejaba el tañido de las campanas. Por eso ante el anuncio de que un presidente de Zihuatanejo pretendía llevarse la maquinaria, no fue difícil la unión de los vecinos para dejarse una parte que ahora sirve para llamar a los feligreses a los actos religiosos.

Cuando el ejido se creó, los campesinos recuerdan que abundaban los faisanes. Había águilas de la negra y avada, también jaguares y onzas. Las guacamayas era cosa corriente en el paisaje de habillos y camuchinas. En el río se pescaba robalo, roncador, pargo, huavino, trucha.

A la vuelta de 40 años esas especies han desaparecido junto con la capa vegetal original, sin embargo, abundan las palomas y güilotas; el venado cola blanca, las iguanas. Se han visto ejemplares de nutrias, felinos como el yaguarundí, osos hormigueros. Parvadas de pericos y cotorras se consideraban plagas por su abundancia y el daño que ocasionan a la milpa.

Los tres momentos más importantes en la vida del ejido han estado marcados por sucesos externos: el primero, por la caída en el precio del ajonjolí, hecho que provocó la primera oleada de emigrantes braceros; el segundo, por la construcción de la carretera que comunica a la Costa con la Tierra Caliente, ligada al desarrollo de la ganadería y a la destrucción de la vegetación original. El tercero es la acción conservacionista de los ejidatarios que saben ahora los servicios ambientales que presta el bosque y las ventajas que ofrece el ecoturismo en este municipio que recibe anualmente a cerca de un millón de visitantes.

En el presente mes la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas anunció la certificación                                                   de 21 parcelas de Las Ollas, que representan el 10 por ciento de la superficie total del ejido. Los campesinos conservacionistas se han comprometido a cuidar esa área para mantener la riqueza biológica sobre la que intentan asentar el desarrollo sostenible que en el futuro pueda permitirles el acceso a una mejor calidad de vida.

En la segunda mitad de enero, en una ceremonia a la que se pretende que acudan el gobierno municipal, estatal y federal, los hoteleros y comerciantes, pero sobre todo las autoridades de los ejidos vecinos, los campesinos de Las Ollas recibirán sus certificados, y esperan que, en contraparte,                                                   se hagan públicos los anuncios de incentivar a quienes en el campo han tomado la iniciativa de cuidar la biodiversidad para garantizar la continuidad de los servicios ambientales que ahora prestan. Lo harán cuando el presidente municipal ha mostrado interés en apoyar el potencial cultural que el ejido tiene en sus vestigios prehispánicos                                                   para el ecoturismo y cuando también el gobierno del estado ha hecho pública su intención de atender el reclamo de más seguridad en la zona rural. Asuntos ambos que encuadran con una visión moderna del desarrollo.