Adán Ramírez Serret
Abril 28, 2018
Para Ariana González
A veces, durante muy breves momentos, el amor, la juventud o la literatura, nos hacen sentir que el mundo es casi perfecto. Un lugar en el cual nadie muere y los problemas más importantes son si preferimos a los perros o a los gatos; o a tal o cual persona; o éste libro o aquél. Vivimos, me atrevo a pensar, sin apenas darnos cuenta; en una burbuja que está a punto de reventar. Y la vida, tal como la conocemos, va a dar un giro vertiginoso y todo aquello que pensábamos fundamental, dejará de existir. Nuestro mundo cambiará para siempre.
Hay ciertos libros, que cuentan ciertas historias de amor, como Una vida, de Guy de Maupassant, tan perfectas en unos momentos y que, al serlo tanto, el suspenso consiste en el momento inevitable en el que la belleza se acabe. O En busca del tiempo perdido, en donde la juventud y el fin de una época de la humanidad están por terminar, y así, a causa del fin que se aproxima, las historias y el mundo en general, están plagados de perfección. Quizá sea debido a esto (y claro debido a la pluma de Proust), que es una de las obras más geniales de todos los tiempos. Y antes de pasar al libro de hoy, recuerdo lo que escribiera el escandaloso y genial autor francés Jan Genet, sobre la monumental En busca del tiempo perdido: “Estábamos en el recreo de la prisión e intercambiábamos libros de doce en doce. Eran los tiempos durante La Guerra. Y como yo no estaba en verdad preocupado por los libros, era uno de los últimos, y me dije ‘Este derecho es una mierda’. Leí la primera frase de A la sombra de las muchachas en flor (el segundo libro de En busca del tiempo perdido) y cuando terminé la frase, cerré el libro y me dije: ‘ahora estoy tranquilo, sé que voy a ir de maravilla en maravilla’”.
Pienso esto, por supuesto, por el terrible auge de violencia que ha tenido el país la última década y que en los últimos meses se ha vuelto cada vez más cruenta, casi una guerra, y es pertinente la interpelación de Jan Genet, qué derecho más absurdo es el de leer. Sin embargo, me parece que en cuanto más duro es un momento y estrecha la coyuntura; es de una vitalidad más vigente leer. Sobre todo, grandes libros. Pienso en el libro que recientemente cayó a mis manos. La saga Los años ligeros: crónicas de los Cazalet de la genial y un tanto desconocida en México autora Elizabeth Jane Howard (Inglaterra 1923-2014). Quien, como tarjetas de presentación, tiene nada más y nada menos que a Martin Amis, quien escribe: “Junto con Iris Murdoch, la novelista más importante de su generación”. Y también de Julian Barnes, “Tan distinguida, elegante y refinada como sus incontables admiradores podrían esperar”. En efecto, con una maestría elegante y refinada, Howard describe la geografía de una familia de la aristocracia inglesa a finales de los años 30, poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Es una novela, como las citadas al comienzo de este texto, en donde la elegancia y la superficialidad están al borde de desaparecer. Comienza con un árbol genealógico que es imprescindible para ordenar todas las ramas de la familia e ir siguiendo los amores ocultos, las intrigas abiertas y cerradas, y a los niños y jóvenes que habitan un mundo al borde del colapso. Los años ligeros es una novela en donde a partir del lenguaje se recrea una arquitectura, una filosofía de vida y una realidad perdida.
Me gustaría terminar con unas palabras de Mario Vargas Llosa, en donde responde a si prefiere la vida o la literatura. Y por supuesto, que en primera instancia se inclina por la primera, por las obvias razones de la experiencia y la carne; pero después, contraargumenta, que en la vida no se puede volver a repetir un amor perdido, la juventud o una época; mientras que en la literatura cada que se abren las páginas de un libro, se vuelve a ese momento. Es, dice Vargas Llosa, en una frase célebre, una orgía perpetua. La lectura de Los años ligeros de Elizabeth Jane Howard, es el placer de disfrutar lo que en breve se acabará, la burbuja a punto de explotar.
(Elizabeth Jane Howard, Los años ligeros: crónicas de los Cazalet, Madrid, Siruela, 2017. 431 páginas).